7 de octubre 2015
Debo empezar diciendo que la comida peruana es una de mis favoritas. De hecho, soy una asidua visitante de uno de los locales más conocidos de Managua en la materia. Muchos de mis amigos bromean con que como diario ahí, ¡pero ya quisiera!
Tal vez debí haber presentado la reseña de ese lugar en mis primeras publicaciones, pero en mi afán de escribir sin sesgos visité un lugar nuevo: Pisco, un restaurante ubicado en residencial Los Robles y que cuenta con una filial en Honduras. Según leí en algunos comentarios de su página de Facebook, es el número uno en dicho país centroamericano.
Después de que Waze me confirmara que había llegado a mi destino y de buscar un rótulo, dudé si estaba en el lugar indicado. El vigilante me aclaró que estaba en lo correcto, y que habían descolgado la señalización. Me percaté que la Embajada de Chile estaba justo enfrente y, hasta el día de hoy, me pregunto si después del trabajo los funcionarios diplomáticos pasarán de largo o entrarán a tomarse un Pisco Sour.
En primera instancia, la fachada –diseñada con un muro de ladrillos pintados en rojo– me golpea la vista. Me parece una tonalidad bastante fuerte que no me invita a ingresar al local. Mi percepción cambia cuando atravieso el vestíbulo y observo las paredes cubiertas de frases sobre la gastronomía peruana. El sitio empieza a parecerme interesante.
Mientras camino por el pasillo veo un jardín interno remodelado, que ahora funge como un bonito exhibidor de botellas de vino. Avanzo un poco más y me doy cuenta que el restaurante es enorme. Hay muchas áreas separadas, abiertas y cerradas, un bar, salones con aire acondicionado, la mayoría con muebles de estilo clásico y algunos con estilo moderno. Pisco tiene una decoración ecléctica.
Mis acompañantes y yo escogemos la terraza, que tiene vista hacia una piscina adornada con un par de esculturas, y un balde con una escoba a su lado, pequeño descuido de ese día, supongo. Como de costumbre, me dirijo al baño para lavarme las manos pero... no hay jabón. Se lo comunico a uno de los meseros y me contesta con actitud muy positiva y sonriente “¡Sí hay, ya lo vamos a poner!” Pero soy impaciente, así que chequeo en el baño de hombres y encuentro el producto.
Ahora sí estoy lista para hojear la oferta gastronómica y digo “hojear” porque se trata de una revista-menú con contenido editorial y pautas publicitarias, con la que puedo entretenerme leyendo sobre Napoleón, recomendaciones de maridajes o acerca de la Quinoa. No obstante, si me distraigo tardaré en ordenar, o no le voy a poner atención a mis acompañantes. Pongo el menú a un lado y me voy por lo seguro, con algunos de los platos peruanos más típicos y que a menudo ordeno en otros restaurantes peruanos, tanto dentro como fuera del país.
El mesero, tableta electrónica en mano, se acerca para levantar la orden. Por un instante me siento en otro país. Empezamos con las bebidas y para mí el Pisco es obligatorio. No soy experta, sibarita ni bruja para saber si es un pisco auténtico de uva, Quebranta del Valle de Pisco, pero me sabe bien, aunque tiene un toque dulce. Mis acompañantes, que han pedido cerveza, y yo brindamos con música andina de fondo.
Como sólo dos tenemos hambre, pedimos una Trilogía de Tiraditos como entrada para compartir. Dos de ellos se parecen mucho, ambos son picantes, sólo que uno es más fuerte, y el otro está marinado en salsa de soya y sésamo. Aunque estoy acostumbrada a comerlos acompañados con tajadas de plátano, me gusta que acá los sirven con tortillas tostadas y maíz chulpe o cancha, un tipo de maíz alargado y crujiente.
Llegó el momento de probar el Ají de Gallina y el Lomo Saltado. Ambos tienen muy buena presentación. No obstante, el primero me sabe un poco a curry, lo cual me resulta extraño porque no es parte de la receta tradicional. El segundo luce tal como lo conozco, pero la salsa sabe diferente, no es tan espesa. En cualquier caso, los dos platos están muy ricos. Las carnes están suaves y no tengo nada que reclamar.
Definitivamente me gustó el ambiente relajado del lugar. Además, los precios están un poco debajo de la media, así que tengo que volver por un ceviche o por esos camarones en salsa de dos ajíes que me dejaron pensando. Después de todo, en el menú advierten que se han aventurado a romper las reglas y le han dado a sus recetas un toque diferente, cambiando lo tradicional por lo raro. Quieren sorprendernos con sus locuras, dicen. En mi caso, lo han logrado.