8 de septiembre 2015
Este fin de semana decidí visitar el Sushi Bistro Maki Maki, un pequeño restaurante japonés ubicado en Jinotepe (Carazo) y que descubrí a través de Facebook, en mi constante búsqueda por degustar nuevas propuestas culinarias. Aunque ya conocía el lugar, me dio curiosidad ver qué había de diferente luego de la remodelación que sus propietarios hicieron y que coincidió con su primer aniversario.
Dicen que los capitalinos tenemos una pésima orientación si manejamos fuera de la ciudad. Para cualquier confusión, ahora tenemos Waze. Si utilizan esta aplicación, les advierto que llegar a este restaurante es un poco confuso porque las calles a su alrededor son de una sola vía y para colmo, no hay rótulo. La señalización del lugar sigue siendo, a como siempre bromeo, “un hoyo en la pared”. Esta vez mi experiencia no es diferente, pero concluyo que es parte de su encanto.
La fachada de la casa donde se localiza este sushi bar continúa despintada de la misma manera que cuando abrió hace un año, sólo que ahora ya no entrás por el garaje estrecho y oscuro para sentarte en una mesa, apiñada. Con la renovación, los clientes ingresan por la puerta principal del local. Se ve el interior con mayor claridad gracias a un amplio ventanal y a un simpático jardín interno, típico de una casa jinotepina, pero con ornamentación asiática.
Muchas cosas han mejorado desde la última vez que vine. Al recorrer el piso de ladrillos amarillos antiguos, entre paredes de tonalidades grises y columnas color wasabi, calculo espacio para unas treinta personas, el triple de lo que cabían antes. Hacia mi derecha observo un barra mucho más grande que acomoda a seis personas, justo frente a las dos estaciones que han dispuesto para preparar sushi. Y sí, el chef ahora tiene ayudante.
Mi esposo, nuestra amiga y yo nos sentamos en un local mucho más cómodo. Ya no nos damos codazos mientras hojeamos el menú que, por cierto, sigue siendo el mismo, un dato que agradezco porque he venido con ganas de hacer control de calidad. Pero primero lo primero: una cerveza Moropotente como manda la tradición y dos de La Porteña, su nueva adquisición. Ambas son nacionales, artesanales y las han servido heladitas, como me gusta.
Mientras nuestras cabezas se mueven al ritmo de la música lounge/chill out, divisamos unas luces minimanistas colgantes, entre otros detalles que le dan su toque oriental al restaurante. Decidimos ordenar unas gyosas de cerdo para compartir. Las sirven en poquísimo tiempo y están en su punto, ni crudas ni muy fritas o recocidas, con una exquisita mezcla de sabores de los que destaca el jengibre y que combinan muy bien con la salsa teriyaki.
De los veinte tipos de rollos que ofrecen aquí, escogemos el Santoku – a base de salmón – y dos de atún, el Spicy y el Crunchy. Los rollos llegan tan frescos que las moscas no se hacen esperar, pero el mesero procede a encender una vela en nuestra mesa y la propietaria, con spray en mano, rocea la barra y el resto de mesas para controlarlas.
Cabe mencionar que las porciones de este sushi bar son bastante generosas. De hecho, cada rollo en sí es un bocado enorme. Así que mientras degusto mi orden, pienso que la próxima vez solicitaré que los corten más pequeños.
El Santoku sabe justo como lo recuerdo, crujiente en el medio por el pepino, el kanikama y el camarón tempura con la salsa secreta de la casa, envuelto en salmón y aguacate. También tiene un toque crujiente por fuera proporcionado por las hojuelas tempura.
Aunque se elabora con ingredientes diferentes, el Spicy Tuna es muy similar al Santoku en presentación y consistencia. La Sriracha le da ese toque picante que te obliga a pedir más cerveza para apagar el fuego que sale de tu boca cuál dragón.
Con el Crunchy Tuna sucede lo contrario. Es crujiente por dentro y suave por fuera. Para este último pido ajonjolí tostado y mi deseo es concedido. Todos en la mesa coincidimos en que éste es el mejor de todos los rollos de suhi que hemos ordenado, pues al ser el más simple se puede saborear mejor el pescado crudo. A fin de cuentas, de eso se trata comer sushi, ¿no?
La degustación del sushi nos ha dejado repletos. Nos boleamos los últimos rollos porque, al menos yo, necesito espacio para el postre. Pero el chef nos envía de cortesía una rosa de salmón que no podemos rechazar. A los pocos minutos se aproxima el enorme helado frito para dos que no podemos aniquilar. Tal vez sea porque a la muchacha se le olvidó la cucharita extra que pedimos para poder comerlo los tres. Da igual, mi esposo y yo compartimos una. Aunque el postre está bien logrado y delicioso, no podemos más. Sentimos que vamos a explotar.
Muy satisfechos, pedimos la cuenta. La mesera la lleva y enseguida se da cuenta que se le olvidó incluir el postre. Aprovecho el momento de confusión para ir al baño, con ansias de saber si también lo remodelaron. No es el caso, aún tengo que invadir la privacidad de la casa y lavar el indoro y mis manos con un pichel de agua. Me gusta pensar que esto y los aullidos de Maki, como descubro llaman al perrito que está en el interior de la casa, son parte del encanto del lugar al que planeo seguir viniendo porque no hay otro sushi bar más rico en Managua.
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Para evitarse la gira y no encontrar lugar, les recomiendo que llamen al 8877 0888.
Dirección: Semáforos de la Universidad, 1 cuadra al Este, 1 cuadra al Sur y ½ al Este. Frente a la Fundación San Lucas. En Jinotepe, Carazo.
Horario: Los miércoles está cerrado. El resto de días laborales abren de 5:00 pm a 10:00 pm. Los fines de semana de 12:00 md a 10:00 pm.
Precios: Para convencerlos, sepan que gastarán mucho menos que el resto de sushi bares del país.
*La autora es comunicadora social.