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"Ida" y los esqueletos ocultos de la revolución

La historia es un contraste entre dos mujeres unidas por un trauma común, pero separadas por el tiempo, la religión y la ideolog[ia

Juan Carlos Ampié

11 de abril 2016

AA
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Si llegas a “Ida” en frío, al principio no sabes en que tiempo se desarrolla la película. Vemos al personaje titular, Ida (Agata Trzebuchowska), una joven novicia, ejecutando sus tareas en el convento. No hay más diálogos que los necesarios. El blanco y negro nos ubica fírmemente en el pasado. Esta suspendida en un mundo sin más referentes que los íconos del catolicismo y sus rituales. No trate de ajustar su televisor. El director Pawel Pawlikowski filma en una panta casi cuadrada. Las barras negras a los lados de la imagen están ahí para conservar la estudiada composición de las imágenes. La cámara nunca se mueve, ni siquiera para mantener a los personajes en nuestro campo de visión. Cortes límpios nos llevan de un fotograma a otro. El sujeto de atención suele estar fuera del centro, marginado, rodeado de espacio negativo.

Quizás es Dios el que ocupa ese vacío sobre las cabezas de las monjas rezando. O quizás sea el Estado, que es casi lo mismo. Antes de tomar sus votos, Ida debe conocer a su único pariente viviente. Su nombre es Wanda (Agata Kulesza). Su única referencia es que nunca quiso sacarla del convento para criarla. En el viaje a la ciudad obtenemos más pistas: estamos en Polonia, en algún momento temprano de la década de los 60s. Wanda es la antí-tesis de Ida: una mujer madura, brusca y sensual. Abusa del vodka, los cigarrillos y el sexo. La recibe con un hombre en su cama, y la agresiva revelación de un secreto: Ida es judía, y su familia fue exterminada en el ocaso de la II Guerra Mundial. El ascendiente orden comunista no piensa en retribución. Eso le toca a ellas. Juntas, Ida y Wanda se lanzan a la tarea de rastrear las tumbas sin marcas de sus muertos.

La belleza formal de la película esta preñada de significado. En un nivel primario, “Ida” funciona como un estudio de contrastes entre dos mujeres unidas por un trauma en común, pero separadas por el tiempo, la religión y la ideología. Ambas actrices son extraordinarias, capaces de construir toda una vida de experiencias con una mirada. Pero la dimensión más rica de la película tiene que ver con la preocupación de Pawlikowski con el peso que la historia tiene sobre el individuo. Ida ha crecido en pura ignorancia de su origen, acerbo cutural, y la violencia inflingida en su familia y su pueblo. En el otro extremo, Wanda carga sobre su todo el peso de la tragedia, y no encuentra consuelo en el socialismo al que ha servido tan bien – confiesa, entre orgullos y amargada, que en su carrera de fiscal le llamaban “Wanda la Roja”, presuntamente por su disciplina comunista y avidez por dispensar la pena capital. El sistema favorece la política del silencio sobre el holocausto judío. Sólo así puede protegerse la pretendida pureza de la revolución, y la frágil identidad nacional, incapaz de poner en perspectiva las peores transgresiones de sus ciudadanos.

Los grandes temas de “Ida” encuentran eco en paises como el nuestro, donde la violencia de la guerra civil es contrarrestada no con justicia o econocimiento, sino con un siniestro pacto de silencio echa tierra sobre los infortunados que pagaron con su vida las decisiones de otros. También hay algo familiar en la dilapidada austeridad de Lodz en los 60s, invocada ante nuestros ojos con certero diseño de producción y locaciones cuidadosamente seleccionadas.


No quiero que crea que “Ida” es una árida lección de historia. Es un bello ejercicio cinematográfico que encuentra momentos de gracia en lugares inesperados. Tome nota de las interpretaciones de un grupo de jazz que incluye a un apuesto saxofonista, sugiriendo a Ida los placeres de la vida secular, así como la libertad latente estos despachos musicales del mundo libre. La película es ambigua en su resolución, pero la disruptiva aparición de una toma filmada con cámara a mano, después de la estudiada quietud del filme, apunta al poder de la aceptación de la realidad. La película conquistó el Óscar de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood en el 2015, y también fue nominada en la categoría de Mejor Fotografía. En Polonia, sectores oficialistas rechazaron su tratamiento del tema, negando fervorosamente que el exterminio a los judíos se manifestara en su tierra. Parece que “Ida” es más necesaria de lo esperado.

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“Ida”
Dirección: Pawel Pawlikowski
Duración: 1 hora, 22 minutos
Clasificación: * * * * (Muy Buena)
Disponible en Netflix

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Juan Carlos Ampié

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