Cuando la dramaturga, ensayista y filósofa británica Mary Shelley imaginó la historia de Frankenstein, su obra gótica se enmarcó dentro de una literatura progresista que supo capturar las mieles de los avances tecnológicos de la incipiente Revolución Industrial. En su metáfora del mito de Prometeo y en el regodeo de poder jugar a ser dioses a partir de la manipulación de piezas muertas para generar vida en donde ya no existía, Shelley también reflexionaba sobre el rol del hombre y su papel determinante dentro del mundo.
En el relato original, Víctor Frankenstein es un joven suizo que estudia medicina y está obsesionado por conocer "los secretos del cielo y la Tierra". En su afán por desentrañar "la misteriosa alma del hombre", crea un cuerpo a partir de la unión de distintas partes de cadáveres diseccionados. El experimento concluye con éxito cuando rodeado de sus instrumentos, infunde una chispa eléctrica de vida al monstruoso cuerpo, que mide 2,44 metros de estatura. El muchacho comprende en ese momento el horror que creó, rechaza con espanto el resultado y huye de su laboratorio, el cual acaba consumiéndose en llamas. Al volver, el monstruo ha desaparecido y él cree que todo ha concluido, pero la sombra de su pecado le persigue: tras huir del laboratorio, el monstruo siente el rechazo de la Humanidad y despiertan en él el odio y la sed de venganza.
Victor Frankenstein (2015) captura algunas ideas de esa novela, conocida como el primer texto del género ciencia ficción que ya ha sido adaptada varias veces a la pantalla, para crear un discurso que desde la forma se plantea como diferente pero que en el fondo no hace otra cosa más que hablar nuevamente del inevitable castigo al hombre por jugar a ser “creador”. El director escocés Paul McGuigan, con un guión del estadounidense Max Landis, toma el mito de Frankenstein desde el hombre que llevó a cabo la tarea de construir, primero en solitario y luego acompañado de un complejo sistema por medio del cual supo ser Dios sin medir las consecuencias.
Victor Frankenstein (James McAvoy) avanza con sus proyectos hasta que conoce a Igor (Daniel Radcliffe), un fenómeno de circo en el que ve aptitudes para la ciencia y la medicina cuando éste logra salvar a una bella trapecista (Jessica Rose Brown-Findlay), de quien está enamorado en silencio, con tan sólo un reloj de bolsillo y sus manos. Juntos, Frankenstein e Igor, también irán profundizando en la idea de creación con la impronta filosófica, ética y moral que esconde jugar a ser Dios, pero Paul McGuigan rápidamente cambia el registro del filme para empezar a narrar esta inclasificable historia más como policial que como el thriller gótico que originalmente supo ser.
La película aprovecha recursos y estrategias narrativas para dinamizar el relato, con aceleramientos de la acción, trazos gráficos, y muchos efectos especiales, dotándola de una atmósfera exagerada que no cuaja con el convencionalismo del relato, y que luego termina apoderándose de la historia. La cruza de géneros (drama, romance, aventura y acción) tampoco juega a favor de la película y el cambio rápido del punto de vista del narrador (por momentos con voz en off, por momentos omnisciente) termina por confundir el verdadero motor del filme.
Victor Frankenstein comienza con una retrospectiva en el que Igor (bautizado así por Frankenstein luego de transformarlo) afirma los momentos que ya conocemos del clásico de Shelley, para luego inmiscuirse, o intentar hacerlo, en los pormenores que llevaron a la asociación entre Frankenstein y su ayudante a lograr armar, a pesar de los errores, aquel monstruo/hombre que posibilitaría volver a la vida a los seres muertos. Y justamente el problema de la película radica en este último punto. Durante casi dos horas, la narración dejó de lado eso e intentó construir con habilidad el mundo detrás de los protagonistas (detallando pormenorizadamente a cada uno de los personajes). Con esta versión dejaron sin atar muchas cuestiones y de manera apresurada decidieron recordar qué estaban contando en el inicio.
El esfuerzo de Daniel Radcliffe y James McAvoy por llevar adelante esta inverosímil historia es muy grande, tan grande como aquel que deberá hacer el espectador ante semejante propuesta, una que empieza de una manera –soberbia, entretenida, graciosa – con una “forma” moderna, pero que luego vira varias veces de dirección sin terminar de determinar cuál es su real norte hacia el que debe dirigirse en realidad.
Publicada originalmente en www.escribiendocine.com