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“La Bruja”: diabólica leyenda rural que acelerará su pulso

Presenta una época en la cual la fe no era cuestionada. Dios y el diablo existen, y forcejean por tu devoción.

Un fotograma de la película "La Bruja". Cortesía / Confidencial

Juan Carlos Ampié

4 de junio 2016

AA
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La abundancia de películas de horror puede hacerle creer que “La Bruja” es otra tonta película de miedo. No podría estar más equivocado. El director Robert Eggers ha creado una experiencia inquietante y extraña, particular en tono y ejecución, que demanda atención especial de la audiencia. En espíritu y ejecución, está más cerca de “El Exorcista” (William Friedkin, 1973) que de “El Conjuro” (James Wan, 2013). Además de shocks repentinos, la película ofrece una curiosa combinación de pesadumbre y espiritualidad.

El título original describe la película como “una leyenda de Nueva Inglaterra”. El guión sintetiza leyendas y transcripciones de procesos de justicia popular, ejecutados durante la cacería de brujas de la época colonial. La acción se desarrolla en 1630: la familia del predicador William (Ralph Ineson) es expulsada de su comunidad por motivos que parecen tener que ver con su intransigente idea de como vivir la fe. Sin soporte social, fundan una granja al lado de un frondoso bosque, y apuestan por vivir de la tierra. Su esposa Katherine (Kate Dickie) cuida del bebé Sam. La primogénita Thomasin (Anya Taylor-Joy) asume la mayor parte de las labores domésticas y el cuido de sus hermanos menores: el adolescente Caleb (Harvey Scrimshaw) y los pequeños gemelos Mercy (Ellie Grainger) y Jonas (Lucas Dawson). Un buen día, literalmente en un abrir y cerrar de ojos, una bruja se roba al bebé mientras Thomasin juega con él.

No hay duda sobre lo que esta pasando. Eggers retrata el secuestro en imágenes sugerentes pero claras. Muestra lo que la bruja hace con el bebé. De esta manera, el director y guionista expurga la ambiguedad que muchas películas aprovechan para crear tensión. La posibilidad de que los personajes estén imaginando lo que sucede queda anulada. No estamos ante una trampa al estilo de “A Brilliant Mind” (Ron Howard, 2001) y “The Sixth Sense” (M. Night Shyamalan, 1999), donde anclarnos en el punto de vista de un personaje particular permite ocultar información y detonar un giro sorpresa. Todo lo que vemos sucede. Eventos que podrían procesarse como alucinaciones, son validados por un detalle particular. Una pequeña mancha de sangre en el pecho de un camisón basta para entender que una horrible pesadilla pasó de verdad.

La literalidad se extiende a la reconstrucción de la época. La dureza de la vida en el campo es retratada con celo antropológico (mientras veía la película, no podía dejar de pensar que en pleno siglo XXI, muchos nicaraguenses viven de forma similar). Desde la cualidad sombría del bosque, hasta la sugestiva presencia de conejos y cabros (usual doble del maligno), la naturaleza parece estar de parte del mal. El director de fotografía Jarin Blaschke opta por un encuadre que invoca el pasado del medio fílmico, mientras que el video digital le da un acabado documental a la imagen. Eggers adopta el punto de vista de sus protagonistas coloniales, y su manera de experimentar el mundo. No es un testigo contemporáneo, juzgando desde el presente a los ignorantes del pasado. Presenta una época en la cual la fe no era cuestionada. Dios y el diablo existen, y forcejean por tu devoción. No queda duda. De cierta manera, esta película es más piadosa que los populares dramas cristianos del momento.


La desintegración de la familia cristaliza un descarnado análisis de los roles de género. Ante el espectro del hambre, la masculinidad del padre es cuestionada - “Solo sirves para cortar leña” -. Thomasin, con su cuerpo transformándose camino a la madurez, supone una tentación carnal. Cuando los problemas económicos aprietan, una de las salidas contempladas implica entregarla a una familia acaudalada, como doméstica, a cambio de techo y comida. En su misma casa, es un especie de esclava para su madre, y un pararrayos para la negatividad. Cuando sus hermanos la acusan de bruja, no es de extrañarse que la denuncia tenga tracción. Se espera lo peor de ella. Ante esta opresiva realidad, el desenlace se presenta como un triunfo. Un aquelarre digno de Goya suena más atractivo que la sumisión puritana. “La Bruja” tiene encanto para creyentes, agnósticos y ateos por igual.

“LA BRUJA”

(The VVitch: A New England Folktale)

Dirección: Robert Eggers

Duración: 1 hora, 32 minutos

Clasificación: * * * * (Muy Buena)

* Premio a Mejor Dirección y Premio del Jurado, Festival de Sundance 2016

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Juan Carlos Ampié

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