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Espionaje entre Caballeros

Si cierra los ojos, el tono de los discursos suena contemporáneo

Tom Hanks en una de las escenas del film. Cortesía/Bridge of spies.com

Juan Carlos Ampié

17 de octubre 2015

AA
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James Donovan (Tom Hanks), un abogado civil, es reclutado por el gobierno norteamericano para defender a Rudolf Abel (Mark Rylance), acusado de espionaje en favor de la Unión Soviética. La motivación es puramente estratégica. Las autoridades sólo quieren preservar la apariencia del debido proceso. Para el espectador, no hay duda sobre su culpabilidad. La película arranca con una larga, tensa secuencia que nos dice todo lo que debemos saber sobre él. Pero su defensor no está listo para sacrificar las leyes ante el altar del patriotismo. Lo defiende de verdad, hasta las últimas consecuencias. Su ahínco le granjea reproches de su esposa (Amy Ryan) e hijos, miradas de reojo en el transporte público y un par de balas perdidas. Cuando el piloto militar Francis Gary Powers (Austin Stowell) es derribado tras la cortina de hierro, el Tío Sam toca a su puerta. Quiere que Donovan cruce al otro lado de la cortina de hierro para negociar un intercambio: Abel por el aviador.

Las escenas promocionales de “Puente de Espías” hacen que parezca un filme de acción. El que venga buscando “The Man from U.N.C.L.E. II: The Early Years” se decepcionará. En realidad, es una fábula política de Steven Spielberg. El director ha modulado el afán de historiador épico de “La Lista de Schindler” (1993) y “Saving Private Ryan” (1998), favoreciendo una simpleza elegante, a tono con la actitud de su protagonista: sólo quiere hacer su extraordinario trabajo limpiamente, sin felicitarse mucho por ello, e irse a casa.

https://youtu.be/Wo5RpUTAGTo

 


La acción se desarrolla en Nueva York y Berlín a inicios de la década de los 60s - la época está bellamente evocada por el diseño de producción -, pero el director no se limita a reconstruir el pasado con cuidado. Lo usa para comentar sobre el presente. La Guerra Fría condena a cada bando a una posición absoluta, en la que es imposible conceder siquiera un ápice de humanidad al contrincante. Al menos, ante el ojo público. Donovan, asido al imperio de la ley, se resiste a rendir el pensamiento crítico y asumir como propio el patriotismo en clave chauvinista. Su postura parece un correctivo a la radicalización de la política partidaria norteamericana, donde el patriotismo se define en términos absolutos y simplistas. Es un ejercicio de radicalización similar al anti-imperialismo retro de Putin y los auto proclamados socialistas del siglo XXI. Si cierra los ojos, el tono de los discursos suena contemporáneo.

Tome nota de como Spielberg utiliza las herramientas más básicas del lenguaje cinematográfico para apropiarse del punto de vista del abogado. Tras insistir en que el espía prisionero merece consideración por ser un buen soldado de su país, una disolvencia equipara a Abel con Stowell. Durante un intercambio privado en la cámara del juez, éste le aclara a Donovan que el proceso es una pantomima y que la culpabilidad de su cliente ya está decidida. Entran al tribunal, y el oficial de corte pide que todos se levanten. El director corta a los niños de una escuela, de pie al lado de sus pupitres, a punto de recibir su dosis de paranoia, vía uno de esos filmes educativos sobre que hacer en caso de un ataque atómico. En un corte básico, queda patente el infantilismo del patriotismo demagógico, que reina ambos lados del conflicto. Puede verse como algo obvio, pero no hay nada más difícil de lograr que la simpleza. El gesto oculta un discurso eminentemente humanista.

Hanks convierte a Donovan en una especie de reserva moral que no se ufana mucho de su honestidad. Simplemente hace su trabajo de la mejor manera posible, y de remate, con sentido del humor. Cuando un diplomático invoca con altisonancia la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Donovan comenta, “¿Sabe lo que necesitan sus países? Nombres más cortos.” Podría estar hablando de nuestros altisonantes funcionarios e instituciones.

Donovan camina ligero por las calles grises y frías de Berlín, a la sombra aterradora del muro que se erige ante nuestros ojos. Pero Spielberg se toma la molestia de registrar el precio que paga por su gallardía. En su país y en el extranjero, ha visto como lo peor de la naturaleza humana florece bajo la apariencia del patriotismo. Desde su asiento en el metro que lo lleva a Manhattan, la vista de unos niños saltando en plena truhanería el cerco que divide dos casas, lo lleva con un escalofrío de regreso a la noche en que vio como unos guardias masacran a un grupo de personas tratando de cruzar al lado occidental de la ciudad. “Puente de Espías” lo transportará en el tiempo, o lo meterá de cabeza en el presente.

“Puente de Espías”

(Bridge of Spies)

Dirección: Steven Spielberg

Duración: 2 horas, 21 minutos

Clasificación: * * * * (Muy Buena)

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