14 de junio 2016
En 1987 fue la primera vez que Rosa Capella vino a Nicaragua. Ese año vio el “desastre” del trabajo infantil en las calles y años después, “soñando un poco” en una reunión en Estados Unidos se preguntó, entre amigos y profesores, qué podría hacer para evitar “que los niños vendieran su vida por tan poco”.
De esa inquietud nacería la Fundación “Niños Trabajadores de la Calle” (Nitca), una organización que este año celebra su 17vo aniversario. Este es un proyecto comunitario enraizado en el barrio Laureles Sur, en Managua, y cuyo objetivo es ayudar “a la población de la localidad a hacer frente a la pobreza mediante la educación, la nutrición, la higiene y el cuidado de la salud”.
Empezaron con un cartel que solo decía Nitca. Hoy tienen proyectos de educación, salud y cultura, entre ellos un preescolar, una escuela primaria y un programa de reforzamiento escolar.
Se asentaron en esa zona de la capital porque allí les dieron un terreno. Llegaron cuando el barrio estaba surgiendo. “Nitca ha sido como el barquito de salvación, donde los chavalos y las chavalas van a aprender a desarrollarse, a empoderarse de sus derechos, a participar en todas las actividades que Nitca realiza dentro de la comunidad para la comunidad”, aseguró en el programa, Esta Noche, Urania Dávila, coordinadora de adolescentes de la organización.
Según ella, debido a la pobreza que azota la zona, “Nitca ha sido ese lugar donde los chavalos se han refugiado para no caer en eso (en la violencia)”, explicó. La población de Laureles Sur enfrenta serios problemas de desempleo, delincuencia, reza el portal web de Nitca.
“Hay mucha gente buena en el mundo”, afirmó Rosa Capella, encargada de relaciones internacionales y quien se dedicó por casi dos décadas a conseguir fondos para sostener la fundación. Sobreviven gracias a donantes de Estados Unidos, Holanda, España e Inglaterra.
Cuando Nitca llegó a Laureles Sur “no había” una escuela primara pública, recordó Dávila, hoy hay una de ocho años, donde se atienden a 500 niños y niñas inscritos. En la comunidad se ha alcanzado además la integración de los padres en el crecimiento de sus hijos. Ellos preparan la comida que se sirve en el preescolar, por ejemplo. “Buscamos que sea la comunidad la que tenga incidencia”, recalcó. Algo que según ella, ya se está logrando.