24 de julio 2015
Aquella noche no me podía creer la noticia. Esa joven que puso el mundo de la música de cabeza, la que sin remilgos cantaba sobre los fantasmas que la atormentaban, la que se abría a la música como la única escapatoria, ya no volvería a cantar. Amy Winehouse, la muchacha de la voz potente, murió. ¿Un suicidio? ¿Sobredosis de drogas? ¿Por qué lo hiciste, Amy? Corrí a poner a todo volumen sus discos, a llorar mi pérdida, porque esta mujer iconoclasta, rebelde, que cantaba con desfachatez, sin pelos en la lengua, que hablaba del deseo, del sexo, del abandono, del amor, de ser querida, de extrañar a alguien, de llorar por alguien, por algo, borracha tirada en el suelo de la cocina, era la voz de los sentimientos que en algún momento nos atormentan a todos, simples mortales de la clase media, que tenemos la vida más o menos arreglada, sin padecimientos físicos ni faltas materiales, pero, de alguna manera, angustiados, agobiados, metidos en un mundo de ansiedades, dados a la nostalgia. Entonces su música nos elevaba a otro nivel, con su sufrimiento nos sentíamos libres, como cuando te sentás con un amigo a sacar todo lo que te atormenta. Amy cantaba con su voz de ‘soul’, como una negra del sur estadounidense de pulmones potentes, sus melodías tomaban tu cuerpo y caías hechizado, a veces incapaz de soportarlo, pero también con la incapacidad de darle al botón de apagado. Su música me llegaba al alma, como se dice. Su voz me golpeaba algo por dentro. Su lamento era el mío, su llanto lo compartíamos, como su enojo por un mundo que no la entendía. Aquella noche no me podía creer la noticia. Llené una copa de vino -¡oh, lo siento querida!-, subí el volumen y lloré. Porque una joven de 27 años, la cantante más talentosa que hemos visto por mucho tiempo, no tenía el derecho a dejarnos. ¡Maldito sea el vodka! Y malditos todos los que a su alrededor vieron la máquina de hacer dinero pero nunca la apoyaron en su deseo de surgir del infierno etílico en el que estaba sumida. Porque ella sí quería salir, porque era una chica buena. Sí, Amy, eras buena.