Imagine las siguientes escenas. La primera tiene lugar en un pequeño cuarto decorado solamente con una cama y una mesilla de noche. Una espía rusa debe seducir a un agente del FBI para mantener su tapadera y obtener información. La cámara los muestra en acción, aunque curiosamente solo ella aparece sin ropa –lencería siempre perfecta, eso sí– mientras que él permanece completamente vestido. La segunda tiene a otra espía como protagonista. Esta aparece tumbada en la cama junto a su marido (también espía). Ella está boca abajo, sobre el colchón, desnuda. Él cubierto por las sábanas. La cámara hace el picado de rigor para que nadie se pierda el cuerpo de ella. La tercera y última escena presenta al marido espía teniendo sexo con una de sus informantes. La cámara recorre el cuerpo de ella, pero cuando llega a él, no se posa sobre sus turgentes glúteos o su musculado torso, sino sobre su rostro. Él es el sujeto, nunca el objeto.
La serie mencionada no es otra que The Americans, una historia sobre dos agentes del KGB infiltrados entre la sociedad estadounidense en plena guerra fría. Emitida en FX, canal creado por FOX para hacer frente a HBO y Showtime, The Americans es una serie más que digna que sin embargo cae en el uso del cuerpo femenino como reclamo para la “male gaze” con demasiada frecuencia.
No es la única. La libertad que los canales premium tienen sobre los canales de cable tradicionales a la hora de poder mostrar desnudos ha generado que las pantallas se llenen de mujeres sin ropa. Una puerta abierta por HBO a la que se han ido sumando otros canales con la excusa de ser diferentes, de impactar, de transgredir contra el puritanismo de la sociedad americana. ¿Pero qué transgresión puede existir cuando el cuerpo de la mujer es mostrado a través de la lente de un hombre que busca complacer a otros hombres? No hay nada nuevo en estas imágenes, solo la vieja idea de la mujer como objeto.
El concepto de “male gaze” fue acuñado en 1975 por la teórica del cine y feminista, Laura Mulvey, y hace referencia a la construcción de obras de carácter visual entorno a la mirada masculina, “relegando a la mujer a un estatus de objeto para ser admirado por su apariencia física y para satisfacer los deseos y fantasías sexuales del hombre”. Esta idea señala tres tipos diferentes de miradas: la de la persona detrás de la cámara, la del personaje y la del espectador.
En el caso de los directores, el fenómeno de la “male gaze” parece imposible de evitar si se tiene en cuenta que de todos los episodios emitidos durante la franja del 2014-2015, el 84% fueron dirigidos por hombres, según un informe del Sindicato de Directores Americanos (DGA). Y es que para algunos directores la liberación de la mujer consiste simplemente en liberarla de la ropa.
La polémica de Juego de Tronos
Pero si hay una serie que explote con mayor frecuencia la desnudez femenina como recurso para complacer a su audiencia masculina, esta es Juego de Tronos. La serie ha sido criticada en numerosas ocasiones por emplear la violencia contra las mujeres como trama con el único objetivo de sorprender al espectador. Asesinatos, agresiones, torturas y violaciones –algunos ni siquiera presentes en la obra original de George R.R. Martin, como la terrorífica noche de bodas de Sansa– han provocado que muchas personas protesten contra sus creadores; David Benioff y D. B. Weiss.
Con la excusa de reflejar el realismo de la época –una Edad Media en la que también aparecen elementos tan realistas como dragones y zombies de hielo– Juego de Tronos recurre a la sexualización de las mujeres continuamente, mostrando a sus personajes en burdeles, bañeras, escenas de sexo y otras situaciones que en ocasiones parecen salidas de una película de Pajares y Esteso.
Primerísimos planos de nalgas y pechos, prostitutas teniendo sexo como decoración de fondo para el protagonista, personajes cuyo único rol es el de aparecer desnudas. Todo en aras de un realismo, que por otro lado, no tiene reparo en que las mujeres de esta Edad Media sigan el canon de belleza del S.XXI o que estén completamente depiladas.
De hecho, Natalia Tena, que interpretaba a Osha, una mujer salvaje, expuso su reparo a que su personaje apareciera desnuda como si acabara de salir de hacerse las ingles brasileñas, cuando la lógica –y ese realismo tras el que tanto se escudan sus creadores– exigían que Osha tuviera vello púbico. Quizás el vello sí hiere la sensibilidad de algunos espectadores y no las cabezas clavadas en picas o las embarazadas apuñaladas.
La actriz también declaró en una entrevista al periódico británico The Independant que a las actrices se les pide constantemente que se quiten la ropa mientras que con los actores no ocurre lo mismo. Otras de sus compañeras como Carice van Houten (Melissandre) o Sibel Kekilli (Shae) también han mostrado su desacuerdo por la desigualdad de desnudos entre hombres y mujeres en la serie.
Doble moral
Aunque Juego de Tronos no tiene ningún problema con la sexualización del cuerpo femenino, sí parece tenerlo con el de los hombres. A lo largo de sus cinco temporadas apenas ha habido desnudos frontales –aunque las oportunidades hayan sido innumerables– por parte del reparto masculino, como si la visión de un pene fuera algo que la audiencia no pudiera soportar. Una línea que la serie no tiene valor para cruzar, un ataque de recatamiento que con las mujeres no considera necesario. Tanto es así que un grupo de cómicas grabó este vídeo pidiendo a HBO –y otros canales– que entre tanto desnudo femenino incluyeran algún pene de vez en cuando.
Obviamente existen series en las que los hombres también aparecen sexualizados. En Spartacus no saben lo que es una túnica y todos los actores tienen un torso musculado para enseñar. Pero en eso consiste toda la serie. Y aquellas que aspiren a ser algo más, como Juego de Tronos, Broadwalk Empire, True Detective o The Americans, que cuidan al detalle su ambientación, sus personajes y sus tramas, deberían poner la misma atención en cómo la “male gaze” afecta a la manera en que se cuenta una historia.
En una ficción repleta de violencia y crueldad, la exposición de algo tan natural como el cuerpo humano nunca debería ser motivo de escándalo. El problema está cuando esa desnudez sirve para perpetuar la objetificación de las mujeres en los medios audiovisuales. La cuestión no es prohibir que las mujeres aparezcan desnudas. La cuestión es darse cuenta de por qué aparecen así. Si es importante para la historia, si la escena no funcionaría de otra manera, si la mujer aparece como dueña de su cuerpo y sus acciones, el tipo de encuadre que emplea la cámara, si muestra su rostro y habla o es tratada como un mero trozo de atrezzo.
Lena Dunham aparece numerosas veces desnuda en Girls, pero es bajo sus propios términos. También aparecen mujeres desnudas en Orange Is The New Black, sin sexualizar y sexualizadas, pero nunca para la mirada masculina. Alicia Florrick tiene escenas de sexo en The Good Wife, pero es la protagonista de ellas, relegándolos a ellos a ese segundo plano tantas veces reservado a los personajes femeninos.
En esta época dorada de la ficción televisiva, acabar con la “male gaze” y la sexualización del cuerpo de la mujer debería ser una prioridad. Series que pretenden ser diferentes deberían estar un paso más allá del argumento de que “la carne vende” y dejar de excusarse tras una falsa liberación. Transgresor sería mostrar el cuerpo de mujeres que no respondan al absurdo canon de belleza de Hollywood. Cuerpos con curvas y pliegues, surcados por estrías y celulitis, cubiertos de vello. Mujeres mayores, transexuales, con discapacidad. Todo lo demás es mantener un problema que no se solucionará hasta que la mirada cambie.
Este artículo fue publicado originalmente en Pikara Magazine y ha sido reproducido en este espacio bajo licencia Creative Commons.