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Cinco jóvenes se abren paso en la literatura nacional

Conversamos con narradores y poetas recomendados por Gioconda Belli, Sergio Ramírez y Mario Urtecho

Brígida Castro

21 de diciembre 2015

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Convertirse en un escritor consagrado no sucede de un día para otro. Toma años descubrirse a sí mismo, desarrollar un estilo literario, saber con certeza qué se quiere hacer y cómo compaginar los intereses propios con los de las casas editoriales. Todo esto lo está descubriendo un grupo de jóvenes nicaragüenses cuyas edades varían entre los veinte y treinta años.

En su trayectoria profesional destaca la publicación de obras que han mostrado al público la formación de una nueva generación de escritores que relevará a los maestros actuales. William Grigsby, Ulises Juárez, Alejandra Sequeira, Fátima Villalta y Carlos Fonseca forman parte de una lista de nuevas propuestas recomendadas por Sergio Ramírez, Gioconda Belli y Mario Urtecho. Les invitamos a conocer sus historias en este especial de Confidencial.

“Uno no escribe para ganar premios”

William Grigsby


William Grigsby Vergara (Managua, 1985) pocas veces sale de su apartamento de la Ciudad de México. Se despierta tarde, desayuna, toma un libro y lee. Su vida gira en torno a la literatura y a los trabajos de la maestría en Estudios de Artes que cursa en la Universidad Iberoamericana. Algunas veces, cuando decide tomar un café, coge su tableta y lee.

El joven escritor y poeta que creció entre libros del uruguayo Eduardo Galeano, demonios  y poesía describe sus días así. Su fama de poeta empezó en 2005, cundo obtuvo una mención de honor en el Concurso Internacional de Poesía Joven Ernesto Cardenal. Cinco años después, su poemario titulado Canciones para Stephanie fue seleccionado ganador del Certamen para la publicación de obras literarias del Centro Nicaragüense de Escritores, un reconocimiento que permitió a coterráneos de distintas generaciones conocer su obra.

En su libro Epifanías, una colección de 3290 aforismos publicado en 2014 por Parafernalia, ediciones digitales, William asegura que no es erudito, ni filósofo matemático o guía espiritual. “Tan solo soy —si acaso soy algo— un poeta con pretensiones filosóficas. En otras palabras, soy un filósofo que nunca llega al orgasmo”, aseguró.

Para este artista plástico, ser escritor y ser poeta no es lo mismo. Según él, la sensibilidad del alma es la característica principal de todo poeta. A los escritores se les conoce por su compromiso con su “propia originalidad intelectual” y la disciplina de su trabajo, por lo que su talento no es nato, sino que se forma.

--¿Y vos qué sos? ¿Escritor o poeta? – le pregunto

--En un principio me consideraba meramente poeta. Comencé escribiendo poemas cortos, luego empecé a experimentar con la prosa. Durante los últimos cuatro años descubrí que podía escribir una novela – explica.

La lectura de una revista satánica a los 13 años y el ataque de pánico que esto le produjo lo acercó de una manera peculiar a la literatura. Se refugió en ella durante sus crisis y escribía para superar su depresión. Fue así como terminó escribiendo sus primeros poemas cortos. Sin duda, los amigos que encontró en los libros de la biblioteca de su padre fue la base de su inspiración.

“Me di cuenta del poder que tiene la letra muerta sobre la palabra viva cuando uno no tiene suficientes argumentos para enfrentarla”, escribió en su libro autobiográfico Notas de un sobreviviente (2012), al describir su acercamiento a la literatura.

A William poco le importan los propios. “Son importantes en el sentido de que te hacen visibles, dan a conocer tu obra, podés compartir lo que sentís, lo que te está pasando por medio de esas aplicaciones. Pero uno no escribe para ganar premios, a veces no escribe ni siquiera para publicar”, manifiesta.

Lo que sí lo estimula es el poder conectarse con otros jóvenes, cosa que logró durante su etapa de docente de la licenciatura de Diseño Gráfico, en la Universidad Centroamericana (UCA). Debatir el tema que estaban estudiando y aprender lo que los muchachos le enseñaban, como maestro, le ayudó en su proceso creativo. En ocasiones, se sentaba en las bancas de aquella Alma Máter y escribía lo que sucedía a su alrededor.

Ahora que reside en México, su tesis se ha convertido en un ejercicio de escritura. “Escribir es una cosa muy natural, es como respirar. Tal vez estás leyendo aun autor y conectás con una de las ideas que plasmó en el texto. O se te ocurre una idea diferente, la pasás en la computadora o la escribís y la guardás (…) Escribir es un acto espontáneo, más directo y sencillo”, afirma.

El reto de todo escritor es el tiempo

Ulises Juárez Polanco

Foto de Daniel Mordzinski

Ulises Juárez Polanco (Managua, 1984) creció rodeado de libros que provenían de la Unión Soviética, así como de revistas y clásicos universales de Julio Verne, Robinson Crusoe, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges y Gabriel García Márquez. De alguna manera, estos libros le permitían decidir el destino de sus personajes.

Ulises tuvo la suerte de nacer en una familia donde la lectura era prioridad. El Colegio Centroamérica (CCA) complementó esta filosofía al incluir un plan de estudios que promovía el espíritu crítico de los estudiantes. Así, la literatura estuvo presente en los ámbitos más importantes de su formación como persona.

De aquellos tiempos, el joven recuerda que cuando leyó El Túnel, del argentino Ernesto Sábato, recuerda haber dicho que deseaba haber escrito ese libro. La ambición de crear su propia obra estuvo presente desde ese entonces. Sin embargo, advierte que la visión romántica del escritor bohemio, que está a la espera de la inspiración, está desfasada. Para él, los escritores necesitan transformar lo vivido en historia. “Yo siento esta necesidad de contar historias. El reto de todo escritor es el tiempo”, afirma.

En 2011, Ulises fue nombrado por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara como uno de Los 25 secretos mejor guardados de América Latina, junto con otros 24 jóvenes escritores que no habían sido reconocidos a nivel internacional y que poseían relevancia o material prometedor. “Fue una sorpresa total. Y para mí más allá que cierto auge de difusión, de visibilidad, fue que representa para cada uno de los que estamos en esa lista el compromiso de seguir escribiendo”, manifiesta.

El escritor considera que los premios literarios son una buena  forma para que el escritor dé a conocer su obra, pero no es lo más importante. “Todo escritor aspira a ser disciplinado”, afirma. Por ello, el trabajo duro de sentarse, escribir y corregir lo creado requiere tiempo y dedicación. “Lo importante de la inspiración, o lo que se conoce como inspiración, es que te encuentre escribiendo”, señala.

Y para poder lograrlo, es necesario desconectarse de Internet porque esta herramienta puede ser una trampa. El joven asegura que estar a un click de distancia de redes sociales, o de cualquier otro tipo de plataforma, constituye una distracción. Además, tener el tiempo de sentarse a escribir diariamente es un lujo y depende de la cantidad de trabajo que tenga cada persona.

Ulises cuenta, por ejemplo, que antes escribía a dos tiempos: de noche y de día. “Acumulaba páginas escritas durante la semana”, recuerda. Estos espacios son considerados por el novelista como sus mejores rachas, contrario a los meses previos de Centroamérica Cuenta, un exitoso evento literario en el que funge como director ejecutivo. Pero las malas rachas terminaron desde que vive en Roma. Se trasladó a esta mítica ciudad desde la primera semana de Octubre gracias a una beca que le concedió el gobierno de España. En ese país, deberá escribir una novela.

Su experiencia como editor de las revistas Carátula (revista cultural centroamericana) y de El Hilo Azul (revista literaria el Centro Nicaragüense de Escritores) le permite confiar en los escritores que se manifiestan de forma temprana. “Somos herederos de un niño precoz, como lo fue Rubén Darío”, afirma. Él más que nadie sabe que la literatura es un oficio complicado que consta de varias etapas. La primera es sentarse y escribir. La siguiente, aún más difícil, es publicar lo creado.

“Venderme no es mi objetivo”

Fátima Villalta

Catalogada como joven promesa de la literatura nacional, a los 16 años Fátima Villalta (Matagalpa, 1994) llamó la atención con su novela Danzaré sobre su tumba, ganadora del concurso literario del Centro Nicaragüense de Escritores en su edición de 2011.

Esta joven matagalpina no se ve a sí misma como una escritora, aunque en algún momento aspiró a serlo. Al publicar su novela, el ideal romántico del escritor se esfumó. “Cuando me enfrenté con el mundo de la publicidad me di cuenta que era más complejo de lo que yo creía y que realmente no me interesaba venderme, que no era ese mi objetivo”, cuenta.

Antes de escribir la novela con la que nunca esperó ganar, Fátima había escrito algunos cuentos cortos. Iba con frecuencia a la Biblioteca del Banco Central de Matagalpa, a prestar libros de Gabriel García Márquez, Franz Kafka y Allan Poe. Ahí conoció a Edgar Escobar Barba (q.e.p.d.), escritor conocido por apoyar a las nuevas generaciones que desean incursionar en la literatura. Él la invitó a asistir a talleres literarios. “Edgard fue un buen amigo en un momento en el que yo necesitaba ayuda, en el que necesitaba a alguien que me guiara y que me recomendara leer, qué hacer”, manifiesta.

Como sucedió con los ejercicios que hacía en el taller, Fátima se dio a la tarea de escribir su novela. Después de ganar el concurso del Centro Nicaragüense de Escritores y que la obra fuese publicada, la joven esperaba retroalimentarse de la crítica nacional, pero eso no sucedió. En cambio, fue aclamada por la precocidad con la que había escrito su novela. “Aquí todo mundo es muy benévolo y solo les importa eso, tu imagen, no lo que hacés”, plantea. A pesar de ello, Fátima no se arrepiente de haber escrito y enviado su novela a concurso, porque le ayudó a descubrir el proceso de crecimiento por el que pasan todos los escritores.

Aunque cambió la Comunicación Social por la Psicología, ella colabora con el medio digital para jóvenes Altanto.com, donde escribe crónicas de lo que despierta su curiosidad. “Supongo que en el fondo estaba esa cosa medio periodística mía que sí me interesaba. Con Altanto vi un espacio”, explica. En la crónica como género periodístico, Villalta ve la oportunidad de jugar con el periodismo y la literatura. “Requiere investigar, ir, sensibilizarse y también utilizar algunos artilugios de la literatura para poder captar al lector. Me divierte muchísimo”, confiesa.

En el horizonte profesional de Fátima no se vislumbra la creación de una nueva obra. Sin embargo, ha retomado la escritura como un ejercicio personal para organizar sus ideas. Divide su tiempo entre las clases de cuarto a;o de su licenciatura, sus prácticas en Casa Alianza y las responsabilidades que tiene como reportera de Altanto.  Para ella, el tiempo que dedica a la lectura es el más sagrado. “Puedo no llegar a escribir, pero realmente necesito poder leer”, expresa.

Un compromiso con el lenguaje 

Carlos Fonseca Grigsby

Carlos Fonseca Grigsby (Managua, 1988) extraña el hablar de la gente en Nicaragua y sobre todo, echa de menos a los amigos que dejó atrás cuando emprendió la aventura de cursar una maestría en Literatura Comparada por la Universidad de Edimburgo, Escocia. Así, los días europeos de este poeta transcurren en este prestigioso centro de estudios, donde se le conoce por ser el ganador del XX Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe a la Joven Creación.

Este nicaragüense escribió sus primeros bosquejos entre los once y doce a;os. Tres a;os después, la literatura se convirtió en un oficio serio para aquel adolescente. Sus primeros referentes fueron Joaquín Pasos, Ernesto Carden, Ernesto Mejía Sánchez y escritores argentinos como Jorge Luis Borges. Con este último coincide en que el oficio de escribir es una vocación y, en cierto sentido, una razón de ser.

Con el poemario Una oscuridad brillando en la claridad que la claridad no logra comprender, publicado en Madrid, ganó el premio de la Fundación Loewe a la Joven Creación. Elogiado por la crítica, su fama como promesa de la literatura ha crecido desde ese entonces.

--¿En realidad te considerás un poeta? – le pregunto

--Soy un poeta. Me siento poeta no tanto por el hecho de haber publicado o de escribir poemas, sino por la manera en que se piensa el lenguaje. Siempre tengo ideas sobre cómo puedo decir algo, qué más podría decir sobre un tema. El trabajo del lenguaje es creativo y constante – dice.

Carlos asegura que la literatura sobrevivirá mientras haya lectores. Además, indica que aunque la ciencia ha tomado mayor importancia que las letras, la tecnología ayuda a crear nuevos métodos de difusión para llegar a los lectores. Su experiencia en Reino Unido le ha ense+ado que el mercado europeo tiene niveles diferentísimos a los de Nicaragua. En el Festival del Libro de Edimburgo pudo observar, por ejemplo, la presencia de casas editoriales influyentes cuyo trabajo se enfoca en difundir la obra de escritores nacionales que rescatan los valores de un país.

“En Escocia el apoyo se brinda a nivel de Estado, hay un apoyo público, un campo literario que se ha diversificado. Hay una academia literaria, críticos, gente que se dedica a escribir reseñas de libros exclusivamente. Creo que (en Nicaragua) se ve lo mismo, pero aquí se ha desarrollado y se ha llevado a un nivel muchísimo más grande”, expresa.

Carlos piensa que un poeta, a diferencia de un prosista, debe acostumbrarse a tener dos trabajos: el trabajo de literato y el puesto con el que se debe ganar la vida. De acuerdo al poeta, los premios ayudan a las nuevas generaciones a establecer una reputación. “Pero creo que hay un aviso de eso a decir que por un galardón, tu calidad está asegurada”, advierte.

Actualmente, Carlos prepara la publicación de Libélula, su nuevo libro.

La poesía como centro de la vida

Alejandra Sequeira

Ingeniería, odontología, periodismo, medicina, ser escritor; ni una más que otra, todas profesiones y trabajos que requieren dedicación y disciplina. Así lo define Alejandra Sequeira (Managua, 1982), autora del poemario Quien me espera no existe, publicado por el Centro Nicaragüense de Escritores en 2006.

Alejandra empezó a escribir a los quince años, una etapa en la que exploró emociones y sentimientos, así como cosas sobre el mundo y ella misma. A esa edad conoció a los poetas Gustavo Adolfo Bécquer y Mario Benedetti, quienes coincidieron con el “cúmulo de sensaciones que tenía en la adolescencia”, recuerda. Así que mientras estudió Derecho en la Universidad Politécnica de Nicaragua (UPOLI), también se integró a un grupo literario.

Alejandra admite que en su casa no se promovía la lectura. Supo de reconocidos autores en la secundaria, cuando le tocó estudiar a los vanguardistas, modernistas y románticos. Fue de forma autodidacta que encontró a escritores y libros que complementaron su plan de estudios. “La poesía es un tipo de constelación. Un libro te lleva a otro. Un poeta te lleva a conocer otro poeta y de repente así va”, explica.

Esta joven de 33 a;os se considera hija literaria de la poeta argentina Alejandra Pizarnik, de quien reconoce tuvo mucha influencia al crear su poemario, donde escribe “una Alejandra descreída. No creía en nada. No creía en Dios ni en el amor. El tiempo la exasperaba”, explica refiriéndose a los comentarios que recibió luego de la publicación de su obra.

Aunque no ha publicado una obra nueva desde hace nueve años, asegura que no ha dejado de escribir. Le dedica algunas horas de la noche a esta actividad, porque es cuando logra mejor concentración. Durante ese tiempo escribe o revisa poemas. “Soy una criatura nocturna”, afirma. Ella prefiere escribir acostada sobre la cama y elige la computadora antes del lápiz y la libreta.

No obstante, Alejandra ha entrado en una especie de receso recientemente. No ha podido tomarse un tiempo para concentrarse y concretar sus ideas, por lo que reconoce que en algún momento se preguntará si realmente quiere continuar en el camino de la literatura o si terminará con su faceta de escritora.

Ejercer el Derecho le atrae muy poco. Luego de graduarse de la universidad se desempeñó en Derechos humanos, la única rama de la licenciatura que estudió en la que se siente verdaderamente cómoda. Después probó con el periodismo trabajando durante un tiempo para la Revista Alice, una publicación de entretenimiento con la que descubrió otras maneras de contar historias fuera de la literatura.

La poesía continúa siendo una de las prioridades de Alejandra. Aspira a conseguir una beca para estudiar fuera del país y desea encontrar una forma de combinar el periodismo con los Derechos Humanos. Pero no descarta la idea de seguir escribiendo. “Cada quien vive la poesía de acuerdo a como la sienta”, concluye.


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Brígida Castro

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