21 de septiembre 2015
Carmen Balcells fue la superagente literaria que lanzó el 'boom latinoamericano' desde Barcelona y lo hizo desde una estrecha relación con escritores como Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa, a los que guió, protegió y defendió, pero siempre con una cierta distancia.
"Con muchos autores he tenido gran complicidad. Momentos que no se olvidan. Prefiero decir 'complicidad' que 'intimidad', que puede malinterpretarse", dijo Balcells al periodista Xavi Ayén, autor de "Aquellos años del boom".
Balcells fue la gran artífice del 'boom' y fue amiga, pero a la vez veladora de sus propios intereses, anfitriona y conseguidora, unas veces de pisos de alquiler, otras de dinero en efectivo en una época en la que no existían cajeros automáticos.
Una mujer que nació en Santa Fe de Segarra (Lérida), "un pueblecito de 40 casas y 50 ó 60 habitantes", como ella misma lo definió, y que logró tener en su agencia a los más grandes nombres de la literatura en español.
Principalmente a los protagonistas de ese 'boom', una palabra que a ella nunca le gustó.
"El invento de la palabra boom no fue para constituir una fraternidad de amigos, para relacionarse afablemente e irse de excursión al campo con las familias. No, no, no... Aquello era un lobby, algo que tiene que ver con el poder literario. Con vender, ¿comprende? Vender", decía Balcells a Ayén.
"Y, tantas décadas después, aún funciona el invento. Venden millones de ejemplares", afirmaba orgullosa.
Gabo -cuando el escritor colombiano falleció el pasado año, Balcells dijo que ese día nacía "una nueva religión: el Gabismo"-, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, José Donoso y tantos otros, formaron parte de los representados de la agente, pero también de su vida, a veces incluso a su pesar.
"No siento amor maternal por ellos. Tengo relaciones excelentes con la mayoría y los ayudo y cuido de sus intereses, de su carrera e incluso a veces de sus fantasías, pero siempre teniendo claro que esto es un trabajo".
Pero ejerció de casi madre con todos ellos. Gabriel García Márquez y Vargas Llosa fueron algunos de los que se referían a ella como la "Mamá grande del boom", en alusión a la obra del colombiano "El funeral de la Mamá grande".
Su primer retoño de éxito fue Gabo, cuyos derechos gestionó desde los primeros años de la década de los sesenta, para luego añadir al resto.
Fue el empuje de Balcells y el empeño editorial de Carlos Barral lo que atrajo a muchos de aquellos escritores sudamericanos hasta Barcelona y lo que hizo posible el nacimiento y la extensión de ese movimiento especial y único.
Y en el que Balcells tuvo un papel esencial como agente, el de cambiar unas reglas que dejaban indefenso al escritor.
"Creé por primera vez dos elementos nuevos en los contratos: límites geográficos y de tiempo. Antes, las novelas se vendían a un editor para toda la vida y en todo el mundo. Fue un hallazgo que me dio gran seguridad, hoy es el procedimiento habitual en todo el mundo. (...) Con el sistema anterior, Neruda habría cobrado una sola vez por cada uno de sus libros".
Un sistema que protegió a unos autores desconocidos en aquel momento, pero que se convertirían en las voces de Latinoamérica ante el mundo, "un cruce de caminos del destino individual y el destino colectivo expresado en el lenguaje", como lo definió Carlos Fuentes.
Un movimiento que, como 'boom', tuvo un final preciso, en opinión de José Donoso, y en el que, por supuesto, estuvo presente Balcells, en la nochevieja de 1970 en la casa de Luis Goytisolo en Barcelona.
"Cortázar bailó algo muy movido con (su esposa) Ugné, los Vargas Llosa, ante los invitados que les hicieron rueda, bailaron un valsecito peruano, y luego, a la misma rueda que los premió con aplausos, entraron los García Márquez para bailar un merengue tropical.
Mientras tanto, nuestra agente literaria, Carmen Balcells, reclinada sobre los pulposos cojines de un diván, se relamía revolviendo los ingredientes de este sabroso guiso literario.
Carmen Balcells parecía tener en sus manos las cuerdas que nos hacían bailar a todos como a marionetas, quizás con admiración, quizás con hambre, quizás con una mezcla de ambas cosas, como contemplaba a los peces danzantes en sus peceras", relató Donoso.