5 de enero 2023
La crisis reputacional provocada en Twitter por la errática gestión de Elon Musk, y la consecuente fuga de usuarios y anunciantes, eleva las preocupaciones acerca del futuro de la comunicación de la ciencia en las redes sociales.
Acerca de Twitter y la comunicación científica ya se ha preguntado aquí el profesor Ignacio López-Goñi. En la misma línea, Pablo Otero Tranchero, del Instituto Español de Oceanografía, ha reflexionado sobre lo que pierde la ciencia si pierde Twitter.
Más allá de la opción de Mastodon como una alternativa o plan B, la incierta evolución de Twitter está conduciendo a una profunda reconsideración del modo en el que se han gestionado hasta ahora tanto el networking entre las comunidades de científicos, como la divulgación de los resultados de investigación.
Afortunadamente, la riqueza y la diversidad del ecosistema digital trasciende ampliamente a Twitter. Desde que Tim Berners-Lee liberó el software de la world wide web en 1991, los canales para compartir el saber, la expresión, la información, la opinión, la denuncia y la crítica no han hecho más que crecer y multiplicarse.
Repensar la comunicación de la ciencia en la red
Una de las consecuencias más importantes de la crisis de Twitter es que ha dado a sus usuarios la ocasión de revisar cómo usan internet y descubrir que desde la apropiación comercial de la web y la proliferación de los mercados de aplicaciones, buena parte de las prácticas cotidianas en la red se realizan bajo la órbita de grandes plataformas tecnológicas gestionadas con software propietario.
El investigador Mark Carrigan se plantea en el blog de la London School of Economics (LSE) si no ha llegado el momento de repensar el uso académico de Twitter y de otras plataformas comerciales.
La buena acogida de Mastodon por las comunidades científicas permite vislumbrar un futuro para el networking académico y la divulgación de la ciencia, que tendrá más que ver con los protocolos (abiertos frente a cerrados) que con las plataformas (libres frente a propietarias).
Varios años antes de esta crisis, Mike Masnick, editor del blog Techdirt, había formulado –casi en clave de manifiesto– que los protocolos y no las plataformas eran el enfoque tecnológico correcto para proteger la libertad de expresión, escapando de la infraestructura económica y digital creada por las grandes compañías tecnológicas.
Después de lo que el profesor Carlos Scolari ha llamado la guerra de las plataformas, parece que ahora lo que se avecina es la guerra de los protocolos.
De las plataformas a los protocolos
El auge de Mastodon ha demostrado el potencial del protocolo abierto ActivityPub para la gestión de redes sociales descentralizadas. Pero hay otros protocolos que también aspiran a protagonizar esta revolución, como el proyecto Matrix o el protocolo AT, promovido por Jack Dorsey (cofundador de Twitter) bajo la marca Bluesky, que propone descentralizar la experiencia del usuario de redes sociales, devolviéndole el control sobre la gestión de sus datos personales.
Al mismo tiempo, Dorsey ofrece hasta un millón de dólares anuales para financiar proyectos de internet basados en protocolos abiertos.
Entre los protocolos en competencia, habrá que prestar especial atención al naciente proyecto Nostr, que promete superar las limitaciones de Twitter y de Mastodon para crear una red social resistente a la censura y que libere las identidades de los usuarios de los nombres de dominio de los servidores de una red federada.
En este proceso, que va de las plataformas a los protocolos, es previsible que la inquietud de los científicos acelere transiciones que serán lentas y costosas de asumir para las universidades.
Así lo señala el experto Andy Tattersall: “Los académicos pueden salir fácilmente de la plaza de Twitter, pero será mucho más difícil para sus instituciones”.
Cuidar las marcas y tener un plan B
Es evidente que el capital social acumulado en Twitter en torno a las marcas personales y corporativas no se puede dilapidar. Pero también es obvio que las marcas personales y corporativas se están degradando en un entorno que sigue sumido en el caos y cuyo modelo futuro continúa siendo una gran incógnita.
En este escenario, tener un plan B es razonable. Pero esa decisión no debería prescindir de las lecciones aprendidas acerca del modelo de internet que han construido las plataformas comerciales y de las enseñanzas que está dejando, en la comunidad científica, el cambio hacia los protocolos abiertos para gestionar nuestra presencia y nuestro trabajo en la red.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original. Jose Luis Orihuela, Profesor de Comunicación Multimedia y Estrategia Digital, Universidad de Navarra