13 de mayo 2022
La sensibilidad es un término que aparece mucho en nuestro entorno, a menudo para referirse a cosas diferentes. Por ejemplo, podemos hablar de sensibilidad a las sensaciones, es decir, a la capacidad de experimentar percepciones. Pero también podemos referirnos a la susceptibilidad de una persona que se ve afectada por la más mínima acción o agresión exterior.
Y más allá de la simple sensibilidad, algunas personas son descritas como hipersensibles. En referencia, por ejemplo, a que son especialmente emotivas, a que lloran fácilmente con las películas románticas o las canciones tristes.
El término hipersensibilidad se ha ido extendiendo gradualmente entre el público desde hace varios años. Suele hacer referencia, en parte erróneamente, a la hiperestesia (“tener los sentidos excesivamente excitables”) y a las emociones intensas demasiado frecuentes. Aunque nosotros preferimos usar el término alta sensibilidad, que no tiene la connotación peyorativa del exceso.
La manifestación de la sensibilidad puede ser interna, ligada a una reactividad fisiológica o una emoción, o externa, asociada a un gesto reactivo, por ejemplo. Siempre está vinculada a un desencadenante llamado estímulo, a veces interno (un pensamiento) y otras externo (del entorno). Los estímulos pueden ser de distinto tipo: sociales (una llamada de un amigo, un compañero que viene a hablar con nosotros, un desconocido que nos llama por la calle), emocionales (un recuerdo de un ser querido, un abrazo de nuestra mascota), fisiológicos (unas tripas que resuenan, un ritmo cardíaco acelerado) o sensoriales (auditivos, olfativos, visuales).
Sean cuales sean, estamos expuestos a estos estímulos de forma diaria y continua. El ser humano, que depende de los recursos del entorno para sobrevivir, debe ser capaz de captar, integrar y procesar todos estos estímulos para adaptarse.
Diferencias de sensibilidad: ¿qué es?
No todos reaccionamos de la misma manera ante un determinado estímulo…. Por eso, a las personas que reaccionan con más fuerza se les dice que son más sensibles. Varias teorías han intentado describir estas diferencias y en 2016 se reunieron bajo el concepto global de sensibilidad ambiental.
Este concepto incluye el concepto de alta sensibilidad al procesamiento sensorial (SPS, medido por el cuestionario de autoevaluacion HSPS, que es el más cercano en teoría a lo que se conoce como hipersensibilidad en el lenguaje cotidiano). Fue introducido en 1997 por Elaine y Arthur Aron y sugiere que la sensibilidad es un rasgo de personalidad caracterizado por:
- Mayor profundidad en el procesamiento de la información.
- Mayor empatía y reactividad emocional.
- Mayor conciencia de los matices del entorno.
- Facilidad para ser sobreestimulado.
Este concepto de sensibilidad ambiental intenta ser un metarrasgo. Es decir, una dimensión de personalidad de orden superior que capta y explica, en parte, conceptos psicológicos existentes. Por ejemplo, la introversión, la timidez, la inhibición conductual o el temperamento reactivo.
Esto tiene fuertes implicaciones para la terapia, en el diagnóstico clínico de las enfermedades mentales y en la búsqueda del origen de ciertos trastornos mentales.
Una alta sensibilidad suele estar asociada a efectos negativos
Existen factores genéticos, psicológicos y fisiológicos que dan lugar a una mayor sensibilidad ante diferentes estímulos. Por ejemplo, si un individuo tiene una determinada versión de un gen asociada a una expresión reducida de la molécula transportadora de serotonina (conocida como la hormona de la felicidad), es más probable que desarrolle síntomas depresivos durante acontecimientos estresantes. Por tanto, un factor genético unido a estímulos negativos puede tener consecuencias negativas.
En los estudios realizados sobre el asunto se ha identificado un sesgo: preponderan las investigaciones que asocian la alta sensibilidad a vulnerabilidades. Por eso, la abrumadora mayoría de los estudios describen asociaciones entre los entornos negativos (maltrato infantil, insensibilidad de los padres, acontecimientos vitales negativos…), la alta sensibilidad y las consecuencias adversas de esta última (predisposición a trastornos mentales o mala calidad de vida).
Algunos ejemplos son los vínculos entre la alta sensibilidad y la fobia social, el trastorno de la personalidad por evitación y la ansiedad y la depresión. También incluiríamos el estrés autopercibido, la agorafobia, la alexitimia y el trastorno del espectro autista y la dificultad para regular las emociones
Pero ¿estamos realmente predispuestos a estas consecuencias adversas si tenemos alta sensibilidad?
Una ventaja adaptativa
Las investigaciones revelan que la influencia genética representa un 47 % de los casos. El 53 % restante se debe a las influencias ambientales. Esto indica que la susceptibilidad es un rasgo que se puede heredar. Por tanto, debe tener una ventaja adaptativa, aunque sea mínima (o al menos no ser incapacitante), para que la selección natural la conserve a lo largo de las generaciones.
Este rasgo incluso se podría haber conservado evolutivamente desde hace mucho tiempo. Recordemos que también está presente en otras especies de mamíferos (en 2017 se validó un método de evaluación de sensibilidad en perros).
Paralelamente, las simulaciones numéricas y la investigación empírica sugieren que la alta sensibilidad sería ventajosa si estuviera presente en el 15-20 % de la población. Estos datos la convierten en un rasgo de baja frecuencia. Esto quiere decir que los individuos de un grupo pueden optar por diferentes estrategias, incluidas las diferencias de sensibilidad, para adaptarse mejor a las variaciones del entorno y estar más receptivos.
Hacia los beneficios potenciales
Desde hace más de una década, los efectos positivos de los entornos beneficiosos para los individuos con alta sensibilidad son muy estudiados.
En 2015 se realizó un estudio sobre la relación entre la alta sensibilidad y la respuesta a un programa de prevención de la depresión con chicas adolescentes. Los resultados mostraron que los individuos sensibles respondían mejor a la ayuda ofrecida. Y aún hay más: los cambios fueron mucho mayores para los individuos altamente sensibles.
En 2018, otro estudio encontró una relación entre la alta sensibilidad y la respuesta a un programa de intervención contra el acoso escolar. No solo disminuyó de manera significativa el acoso escolar, sino que los individuos muy sensibles contribuyeron casi exclusivamente a ese resultado.
Así pues, estos estudios sugieren que los individuos altamente sensibles tienen una mayor capacidad de integración con los demás, de pensamiento reflexivo y de aprendizaje y consciencia.
Estos hallazgos se han constatado en un estudio de imágenes cerebrales que muestran que los individuos altamente sensibles, cuando se enfrentan a estímulos emocionales positivos o negativos, tienen una mayor actividad cerebral en regiones relacionadas con estas habilidades. Por ejemplo, el hipocampo, el área parietal/frontal, la corteza prefrontal, etc.
Además, si se les presentan imágenes positivas (si tuvieron una infancia positiva), muestran una mayor activación de las áreas relacionadas con la calma, con el trato a los demás (córtex insular) y con la respuesta a la recompensa (área tegmental ventral, sustancia negra y núcleo caudado). Esto último sirve como motivación básica para la supervivencia y puede ser utilizado para el placer.
Cuando se dan imágenes negativas, las regiones relacionadas con el autocontrol (córtex prefrontal medial) y la autorregulación cognitiva y emocional se sobreactivan.
Aprovechando la hipersensibilidad
La investigación sobre la adicción y los trastornos del estado de ánimo ha demostrado el papel del córtex prefrontal medial en el autocontrol. Además, se ha comprobado que el aumento del control de los impulsos en respuesta a estímulos positivos está asociado con la reducción de la asunción de riesgos y la adicción.
Esto sugiere que una alta sensibilidad unida a un entorno de desarrollo favorable sería un factor de protección contra las adicciones. En otras palabras, los individuos altamente sensibles serían menos propensos a tener comportamientos excesivos y problemáticos (en relación con internet, los juegos en línea o de azar, etc.) o a convertirse en adictos a las drogas.
Todos estos estudios coinciden en el papel clave de la calidad de la infancia y el entorno. Como los factores ambientales contribuyen a cerca de la mitad de la varianza de la susceptibilidad, es necesario limitar las experiencias negativas (o moderar los efectos nocivos) que se ven exacerbados por el rasgo de la susceptibilidad.
Identificar cómo de susceptible es cada individuo podría ser útil para estimar el éxito o no de las terapias y los programas de intervención. Este último es importante hasta el punto de que la investigación en terapia génica se centra ahora en la psicoterapia personalizada.
Ayudar a las personas hipersensibles a prosperar
Los estudios de sensibilidad ambiental ya están ayudando a explicar las diferencias individuales en el desarrollo en determinados contextos y en las vulnerabilidades a determinadas psicopatologías. También permiten una intervención temprana para prevenir desarrollos anormales en individuos altamente sensibles. Al mismo tiempo, se les podrá ayudar a prosperar en la sociedad moderna, que es una fuente de estímulos difícil de controlar.
Estudios futuros arrojarán más luz sobre este rasgo, tanto en lo que respecta a los mecanismos neuronales implicados como a su origen y su vinculación con otros trastornos.
La alta sensibilidad o hipersensibilidad puede ser, parece evidente, una valiosa baza. Lejos de estar ante un trastorno mental, es un rasgo cuyo papel en los mecanismos de adaptación al entorno es esencial. La riqueza de sus implicaciones evolutivas, médicas y sociales puede apreciarse en los numerosos estudios que se están llevando a cabo en psicología, biología genética y neurociencia. Unos resultados que permiten que los individuos afectados puedan superar los juicios a menudo negativos de los que todavía son objeto con excesiva frecuencia.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original. Evan Giret, Doctorant en psychologie au 2LPN (EA 7489), Université de Lorraine