13 de junio 2022
El sexting o sexteo se ha convertido en un fenómeno popular entre chicos y chicas, como consecuencia del uso de las TRIC (Tecnologías de la Relación, la Información y la Comunicación) en su vida cotidiana. Supone, además, un reto por las consecuencias negativas que puede tener cuando no se respeta la privacidad al compartirlo.
Tradicionalmente, el sexting ha hecho alusión al envío de mensajes (texto, emojis, audios), fotos o vídeos personales sexualmente sugerentes o explícitos usando medios electrónicos. Aunque este comportamiento no tiene edad, sobre todo hablamos de adolescentes que se hacen fotos semidesnudos y las comparten.
Nuestra investigación reciente indica que alrededor del 8,1 % de adolescentes (el 7 % de las chicas y el 9,2 % de los chicos) ha enviado contenido erótico–sexual propio y el 21,2 % lo ha recibido (el 17,1 % de las chicas y el 25,1 % de los chicos).
Esta práctica suele desarrollarse en una relación afectivo–sexual respetuosa y de confianza, con libertad de elección y bajo acuerdos consensuados. Pero no siempre ocurre así.
Es entonces cuando surge el comportamiento más preocupante, el reenvío o intercambio sin consentimiento, que ocurre cuando el contenido se propaga en grupos o redes sociales virtuales y llega a destinatarios no deseados por quien lo protagoniza. De acuerdo con nuestra investigación, el 9,3 % de adolescentes ha reenviado contenido de este tipo de terceras personas (el 6,3 % de las chicas y el 12,2 % de los chicos) y el 28,4 % ha recibido reenvíos (el 25,8 % de las chicas y el 30,8 % de los chicos).
¿Por qué se practica?
Ante las situaciones arriba descritas, se genera la alarma social y nos preguntamos por qué ha sucedido esto: ¿por qué la víctima envió un vídeo donde aparecía semidesnuda?, ¿por qué quien lo recibió lo compartió?, ¿por qué otros muchos lo reenviaron e, incluso, lo comentaron?
Las evidencias científicas explican estos hechos en adolescentes y jóvenes en función de factores tanto individuales como grupales. Entre las principales razones por las que se envía contenido erótico–sexual propio destacan considerarlo normal entre las parejas, estar en continuo contacto con el otro, mostrar interés romántico o sexual, forjar vínculos afectivos, explorar la identidad sexual o formar parte de una relación a distancia. Pero también para presumir, por chantaje, para sentirse parte del grupo de iguales o por cumplir las expectativas de otros.
La reacción de los demás
El reenvío sin consentimiento, ya sea con o sin intención de dañar, suele estar acompañado de la desconexión moral o justificación del daño a terceros y tiende a realizarse principalmente para buscar el reconocimiento o la atención de otros.
Y es que la forma en la que los demás reaccionan ante estas difusiones juega un papel fundamental. En la base de estos comentarios y la cadena de reenvíos parece estar la falta de compresión de las dinámicas relacionales en los entornos virtuales y la escasa capacidad colectiva de identificar y comprender el daño para quien aparece en el contenido difundido.
Beneficios y perjuicios
La comunidad científica ha aportado evidencias diversas sobre los beneficios que puede conllevar el sexting como forma contemporánea de comunicación íntima, pero también de sus posibles consecuencias negativas como práctica arriesgada.
Entre los beneficios de estos envíos han destacado la posibilidad de expresar deseos y límites, la mejora de la autoestima, el aumento de la satisfacción sexual y una mayor seguridad que la actividad sexual física. Estos estudios enfatizan que los riesgos del sexting no se encuentran en el propio intercambio de contenidos, sino en su rápida y amplia difusión sin consentimiento.
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Otros estudios, sin embargo, señalan que estos envíos en sí mismos pueden tener consecuencias negativas si se hace bajo presión, resaltando entre ellas ansiedad, depresión, alcoholismo o comportamiento delictivo. Además, destacan su posible relación con otros riesgos, como el ciberacoso o el grooming.
Existe consenso entre ambas perspectivas acerca de que toda práctica sin consentimiento tiene consecuencias negativas, tanto para quienes lo practican como para quienes son espectadores de estos episodios. Parece claro, además, que sus graves consecuencias están relacionadas con el doble estándar sexual por el que los espectadores juzgan de forma diferente a chicas y chicos. Se espera que ellas sean sexualmente atractivas y activas, al tiempo que se las censura por ello, mientras que ellos suelen ser reforzados socialmente ante los mismos actos.
¿Cómo proteger y reaccionar?
La prevalencia, normalización y consecuencias del sexting han evidenciado la necesidad de actuar ante todos sus comportamientos. Está claro que el reenvío sin consentimiento debe evitarse, pero también es necesario saber cómo actuar cuando se recibe este tipo de contenido, decidir si se quiere enviar contenido propio o no y, en caso de hacerlo, cómo. Por tanto, su gran complejidad requiere cambios en distintas direcciones.
Sabemos que es necesario el desarrollo de programas específicos, como Asegúrate, porque han demostrado un descenso de sus consecuencias negativas. En estos programas está siendo fundamental la formación del profesorado, la sensibilización de las familias y la participación del alumnado, evitando que las actuaciones consistan en meras charlas desconectadas de su realidad.
Es esencial que el trabajo con adolescentes y jóvenes parta de sus propias creencias para, progresivamente, ir acompañándolos en su proceso de comprensión y análisis de los mecanismos de desconexión moral y de activación de su toma de decisiones consciente.
Es necesario un replanteamiento general
A pesar de los beneficios de los programas específicos, con ellos no parece ser suficiente. Es necesario hacer un replanteamiento de las actuaciones psicoeducativas y asumir esta nueva realidad que nos plantean las redes sociales y los cambios generacionales.
El sexting debería ser considerado, al menos, en los proyectos de convivencia y ciberconvivencia de los centros educativos, los protocolos e iniciativas de prevención de la violencia para actuar ante el reenvío sin consentimiento, la educación afectivo–sexual, la concreción de las competencias curriculares, las campañas de sensibilización y la formación y concienciación de profesionales y familias.
Todo ello nos permitirá promover una comunicación íntima saludable y contribuir al uso seguro de las herramientas tecnológicas, algo tan importante para la educación y el futuro de adolescentes y jóvenes.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original. Rosario Del Rey, Profesora de Psicología Evolutiva y de la Educación, Universidad de Sevilla, Universidad de Sevilla; Esperanza Espino, Investigadora predoctoral, Universidad de Sevilla y Mónica Ojeda, Investigadora postdoctoral Margarita Salas, Universidad de Sevilla.