12 de diciembre 2022
Un año más se acercan las navidades, y con ellas los excesos propios de estas fiestas: reuniones familiares deseadas o no tanto, comilonas desproporcionadas, dulces a gogó, alcohol a raudales y compras de regalos compulsivas.
Hay que comprar con antelación los regalos de Reyes y, últimamente, también los de Papá Noel. Así que muchos ciudadanos, al gong de algo tan americano como el Black Friday, se ponen como locos a comprar todo tipo de bienes, con la consigna de que más vale pasarse que quedarse corto.
Según algunos economistas esto es muy bueno para la economía y para el empleo en particular, pues si bajasen las cifras de ventas se produciría una contracción económica y un aumento del paro.
Pero, más allá de la idoneidad económica o medioambiental de este modelo de consumo, la ocasión merece también un análisis desde el punto de vista pedagógico. Hacer demasiados regalos y no del todo idóneos para cada etapa evolutiva puede ser negativo y contraproducente.
Excesos multiplicados
Los niños se han convertido en nuestra sociedad del bienestar en un bien escaso y los tenemos, en general, bastante supercuidados, superprotegidos, superestimulados, superregalados o sobrealimentados.
Y en la época de Navidad todos estos excesos se multiplican. Les regalan juguetes los padres, los tíos, los abuelos, los amigos, los primos, y cualquiera que quiera demostrar su afecto. Con ello acumulan tal cantidad de material en unos pocos días que resulta casi imposible aprovechar las posibilidades de cada uno de los regalos.
Mejor poco y polivalente
Los juguetes que se regalen a los niños convendría que fueran contados, escasos, lo más genéricos posible y que estimulen su imaginación. Genéricos en el sentido de que no estén orientados a un solo uso, pues de esta forma se facilita un juego más creativo. También es importante que no constriñan la representación que pueda inventar el niño y, por supuesto, que no tengan estereotipos sexistas.
Un buen juguete es el que sirve para jugar a muchas cosas en momentos distintos, el que permite variadas manipulaciones y representaciones que amplían la experiencia del niño y de la niña.
Ejemplos de esta categoría son las pelotas, los elásticos para pasar y saltar; las pastas de modelar; todos los muñecos y muñecas que permiten su manipulación y singularizar e individualizar el juego el día; las piezas de construcción o que sirven para montar diferentes artilugios; los que permiten hacer juegos de rol o simular situaciones sociales; los juegos de mesa, ya sean tradicionales o modernos, y alguno concreto y bien elegido de los muchos juegos digitales que hay.
Es importante que los juguetes ofrezcan abundantes, variadas y atractivas opciones para jugar con ellos, para crear situaciones distintas, para experimentar, para inventar, para que los niños y niñas valoren el juguete y lo cuiden para que dure, debido a que experimentan un gran placer jugando con él.
Es decir, los juguetes tienen que ser pocos, buenos, versátiles, polifacéticos y que estimulen la imaginación de los pequeños. Los libros también es importante que formen parte de los regalos, pero hay que dedicar tiempo y conocimiento a seleccionar los más adecuados y no deben sustituir a los juguetes, sino complementarlos.
De la abundancia al aburrimiento
Es bastante frecuente que esta abundancia de juguetes dé paso, a los pocos días, a la frase estrella de muchos niños: “Me aburro”. Esta frase activa la alarma de padres y madres, que se sienten en la obligación de entretener a sus vástagos y satisfacer al instante todas sus necesidades.
Pero hacemos un flaco favor a los pequeños, pues no es nada malo que de vez en cuando se aburran y, en todo caso, sería una situación que tendrían que afrontar ellos mismos, como hacemos todos los mortales.
¿Cómo controlar a los familiares ‘regalones’?
Un problema es cómo controlar el deseo compulsivo de cada familiar, cercano o no tanto, por regalar un montón de cosas a los niños.
La solución puede estar en poner una norma clara y concreta: cada familiar solo puede hacer un regalo. Por mucha ilusión que tengan los abuelos, los tíos o cualquier allegado de colmar de regalos a los niños, la norma familiar debe ser inflexible: un regalo cada uno, pero que sea algo pensado, buscado, “currado”; sin dejarse influir por las modas o la publicidad desmesurada de las fechas navideñas.
Y con eso tienen suficiente para satisfacer las necesidades de los niños, y también las suyas propias. Así, todos contentos. También nos lo agradecerá nuestro maltratado planeta.
*Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original. Cruz Pérez Pérez, Catedrático del departamento de Teoría de la Educación, Universitat de València