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“Downton Abbey: A New Era” sigue limando asperezas de la lucha de clases

Juan Carlos Ampié

5 de junio 2022

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Después de cinco temporadas, Downton Abbey encontró nueva vida como franquicia de cine. Una primera película se estrenó en 2019, y ahora llega la secuela. El subtítulo de “Una nueva era” es engañoso. Es más de lo mismo, y en realidad, eso es suficiente.

Estamos en 1928. La boda de Tom Branson (Allen Leech) con Lucy Bagshow (Tuppence Middleton) apenas termina, y un nuevo evento estremece a la familia Grantham. La condesa Violet (Maggie Smith) hereda una villa en el sur de Francia, cortesía de un viejo conocido con quien compartiera una semana de vacaciones poco tiempo antes de casarse. La familia del difunto los invita a conocerla. Lord Grantham (Hugh Bonneville) encabeza la misión, atormentado por la sospecha de que quizás su madre tuvo un ‘affaire’ prematrimonial.

Queda atrás la heredera, sufriendo los embates de la vejez, acompañada por Lady Mary (Michelle Dockery). Además de cuidar de su abuela, elle debe proteger el fuerte. Un estudio de cine ha alquilado la mansión para filmar una película. Es algo indecoroso, pero el dinero es indispensable para reparar el techo de la casona. Las relativas dificultades de la aristocracia terrateniente siempre han sido una de las preocupaciones de la serie.

La invasión del equipo de cine permite introducir nuevos personajes: el director Jack Barber (Hugh Dancy), quien inicia un tentativo flirteo con Mary. Myrna Daeglish (Laura Haddock) es una glamorosa estrella de raíces proletarias.


El galán Guy Decker (Dominic West) es una especie de Errol Flynn con un secreto bastante obvio. La irrupción del cine sonoro casi descarrila la producción, que a medio camino debe reinventarse para adoptar la nueva tecnología. El acento de la actriz deja mucho que desear, y Mary es reclutada para doblar sus líneas con su tono aristocrático.

Aparentemente, nadie le aviso al director que estaban trabajando para el cine. Al igual que su antecesora, la película tiene el estilo visual de una serie de TV, básico y funcional. La historia en un nivel declarativo, registrando las palabras y acciones de los personajes. La cámara se debe a ellos. Las películas de Downton Abbey son simplemente “un episodio especial”, proyectado en la pantalla grande del cine. Esta entrega abraza el concepto, incluyendo una de las convenciones dramáticas más anticuadas del medio televisivo: sacar a los personajes de su hábitat natural, y llevarlos a un lugar exótico. Es como cuando la familia Brady fue a Hawái.

El guion ofrece algunas ideas interesantes, pero estas se gastan de manera eminentemente funcional, como cohetes que explotan sin despedir luz. En la recta final de la producción, los extras de la película se declaran en huelga. Para salvar el proyecto, Jack recluta al pequeño ejército de sirvientes de Downton para que se disfracen de nobles del siglo antepasado y se sienten a devorar una elegante cena.

Es una imagen preñada de ironía, a la luz de las brutales diferencias de clases de Inglaterra. Y la idea simplemente yace ahí, sin un ápice de fricción. Los proletarios ríen encantados por el juego, y los nobles sonríen beatíficamente ante la pretensión. Es clásico “Downton Abbey”, coquetear con la crítica social y replegarse a la contemplación cálida del ‘statu quo’. De paso, esos malvados actores con pretensiones sindicales no se salen con la suya. Margaret Thatcher estaría orgullosa.

Al menos, hasta cierto punto. La película actualiza la sensibilidad de sus personajes para no alienar a la audiencia. Vea cómo se trata con guantes de seda una de las tragedias más brutales de esa época. El mayordomo Barrow (Robert James Collier) es homosexual. De la misma manera en que la película anterior le dio una fiesta secreta, ahora lo encarrilan a una relación en ultramar. Sabemos que su identidad le habría granjeado cárcel y castración química, pero esos horrores apenas se aluden elípticamente. Menos que criticar, la serie lima las asperezas del pasado.

Con cada nueva entrega, “Downton Abbey” se aleja más de sus pretensiones sociológicas e históricas, y se adentra más en el territorio de los cuentos de hada. Los fans reciben una dosis de gentil entretenimiento y los actores, una carga de trabajo manejable. Comprometerse a filmar una temporada de diez capítulos es demandante y monótono, e impide desarrollar otros proyectos. Una película cada dos o tres años es más manejable. Todos ganan, mientras los espectadores sigan comprando boletos.

“Downton Abbey: Una nueva era”
(Downton Abbey: A New Era)
Dirección: Simon Curtis
Duración: 2 horas, 4 minutos
Clasificación: * * (Regular)

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Juan Carlos Ampié

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