18 de noviembre 2023
Sentado al borde de una piedra en Amerrique no solamente se puede ver el firmamento de noche, sino esa constelaciones de estrellas desde la hondonada de Comalapa (pueblo de los comales) hasta las irregularidades topográficas del municipio de El Coral, pero aquí desde el Cerro San Martín, no solo se puede ver la Poza Azul, sino que se monta en el péndulo del recuerdo y la actualidad, geográfica y social, para oscilar, cómo dijera don Fidel Coloma en el prólogo de Poemas Chontaleños: ““hombre, animales y tierra conforman una totalidad, son aspectos de una sola corriente turbulenta de la vida”, en una época contemporánea de la nueva era medieval de la tecnología, donde todavía se sigue profesando una cultura y educación colonialista, frente a todas las adversidades literarias culturales, sociales, que nos envuelven en el día a día y que se diluyen por el mal uso del idioma.
Envuelto en la sabana de la actual cultura de la inmediatez, de la memoria temporal o como siempre he dicho que el pueblo “tiene memoria de pedo, dura lo que dura el tufo”, emerge firmemente de esa rebelión telúrica, Guillermo Rothschuh Villanueva, con su nueva obra literaria “El Otro Chontales”, una obra que no solo tiene el sabor de la Chontaleñidad, cómo jugarse el todo con la canica del “Toro rabón”, o que te destapen un “mico, color y escalerilla” en el desmoche, porque el maestro de la crónica Rothschuh Villanueva, hace un laberinto de relatos, cómo estar jugando la “Rayuela” de Cortázar, pero su mente y corazón apegado a la tierra como Martín Fierro en la pampa, Guillermo rescata la memoria muerta cómo en Comala, con una crónica impecable de los hechos que van a quedar impregnados del olor cuándo pasaba “Remedios la Bella”, dejando que la crónica no muera nunca.
Rothschuh Villanueva en “El otro Chontales” juega con los azares de la historia, pero los reconstruye como un maestro del Renacimiento, por las diferentes etapas del arte cómo Pablo Picasso, agazapado en la Termópilas de los farallones de Hato Grande, listo para darle la batalla al tiempo, cómo una “pequeña radiografía de Chontales” y aquí comienza el juego de la rayuela o el ajedrez de los hechos históricos. Se sienta frente al “Cadejo” allá en su Hacienda de Santa Lastenia, y le saca palabras que no estaban en su autobiografía, omitidas adrede y desnudadas por la perspicacias y peripecias de Rothschuh Villanueva, se viene para los llanos de “Lago de Chontales” y se sube a la meseta de Jicotepe para llegar a Nueva York, no la colonia de inmigrantes europeos en Norteamérica, si no la que ese el preámbulo de las “Apariciones de Cuapa”, “Mélico” Zelaya lo recibe, y se adentra sobre las vértebras de Amerrique y ve cómo sangra el irónico Santo Domingo, tan rico y tan pobre, dicotomía de la verdad, bastante adolorido el cronista al igual que Thomas Belt sigue recorriendo Chontales, y llega a la tierra de los Toros Bravos (Capital de la Paz), San Pedro del Lóvago, allí está la Atalaya Taurina con dos columnas como las de Hércules en el Gibraltar, la de don Adolfo Matus Morales y Cástulo González, “la evocación del pasado se convierte en permanente actualidad”, cómo las “Letanías a Catarrán” del padre de la Chontaleñidad o la “Evocación de don Nelo Bravo” del poeta Wilfredo Espinoza Lazo, Guillermo no quiere dejar la aguja perdida en el pajar de “El otro Chontales” y empieza rebuscar para que no se vuelva a perder la historia de Villa Sandino.
En “El Otro Chontales”, Guillermo Rothschuh Villanueva no está contento, y al igual que el método deductivo, sacando la mejor casta de periodismo histórico e investigativo, trabajadas por el orfebre literario, y empieza a realizar los retratos de doña Carmen Bravo Duarte, el ilustre pueta Wilfredo Espinoza Lazo, pero el gusano de ser chontaleño le corroe y se va de “vago” a la ciudad más vaga de Chontales; La ciudad más alegre de Chontales: Acoyapa, dónde siempre inventan algo para cabalgar o montar toros, y aprovecha para desentrañar el arte narrativo Fernando Centeno Zapata, Guillermo tiene el don del realismo mágico, cómo alumno de Gabo en su libro de ensayos “García Márquez, personal”.
Pegaso, Bucéfalo, Rocinante o Siete Leguas, como Rodrigo Díaz de Vivar o don Alonso Quijano, Rothschuh Villanueva cabalga esa bestia casi indomable de la ficción y la realidad, con el freno de la razón para llegar presto a la Hacienda El Arrayán, para ver qué era lo que estaba haciendo nuestro amigo, Aníbal Cruz Lacayo, el pionero de la chontaleña idea de crear la “Asociación de Mulares de Nicaragua”, Aníbal fue creador de caballos puros españoles o iberoamericanos, allá pegado a Gigantillo, al borde la Meseta de Hato Grande, dónde aún se conserva la berlina que estaba en proceso de fabricación y que debería ser parte de lo que un día será el Museo Taurino y Ecuestre de Chontales, cómo en la maestranza andaluza.
Guillermo, no para de andar, como el trotamundos literario qué es, el más prolifero y culto escritor de la Chontaleñidad, hace el periplo de viajes y vivencias, “abreviando el tiempo y la distancia”; pero cómo la mente curiosa que es, no deja nada al descubierto en esta fotografía para la historia, y se adentra a lo que hoy es el primer centro comercial de Chontales, Plaza Central, en Juigalpa, y analizando la perspectivas de inversión y desarrollo, y vaticina sobre las nuevas formas comerciales y de mercados que se estarán alojando en los próximos años.
Después de correr y recorrer en la diversidad de temas cotidianos, entre el umbral de la historia y la contemporaneidad, vuelve a su natal Juigalpa, a buscar su ombligo en Pammuca o Comabanca, el poeta, el escritor que desnuda el otro Chontales.
*Presentación de Arturo Barberena García sobre el libro “El otro Chontales” de Guillermo Rothschuh Villanueva.