El sistema político colapsó. Nicaragua sigue en la barbarie. Sangre y sufrimiento.
Más de 30 muertos, entre ellos 24 opositores, un policía, un periodista, y un simpatizante del gobierno, cerca de 300 prisioneros y más de media centena de desaparecidos, heridos incontables, en cuatro días, según organismos de derechos humanos.
Es el resultado de las recientes protestas que iniciaron jóvenes universitarios pacíficos, chavalos y chavalas, en desacuerdo con las reformas al Seguro Social decretadas por el Gobierno. Fueron reprimidos por la policía y grupos paragubernamentales.
Ningún régimen ha superado la concepción feudal de gobernar. No existe democracia, luego de 28 años de haber concluido la última guerra nacional, y a 39 años del derribo de la dictadura somocista. Las mismas raíces, desde la colonización española, generando rebelión.
Siguen los nicaragüenses huyendo del país, exiliados, buscando trabajar y vivir mejor; jóvenes y viejos añorando su preciosa patria, dotada de riquezas para que gozáramos aprovechándola con inteligencia, en beneficio de toda la sociedad.
Sin embargo, destruimos campos, montañas, y selvas, padecemos sed donde había agua por doquier, tenemos hambre donde antes cultivaban abundante, unos pocos se convierten en millonarios, saqueando los recursos naturales, y la mayoría sigue empobrecida.
La pequeña empresa familiar citadina, campesinos pequeños y medianos, sufren penurias para sostenerse, no existe financiamiento ni asistencia técnica suficiente. El mercado, dominado por importadores y exportadores, de la clase gobernante aliada con el gran capital, se embolsan ganancias a costa de pagar bajos precios a quien produce, y aumentan las importaciones.
El gran capital promueve que se endeude la gente, alentando el consumo compulsivo, aprovechándose de sus necesidades. Fortaleciendo al sistema desigual, cobrando intereses leoninos.
No existe Estado de Derecho. Las cárceles son para los pobres, delinquiendo producto del sistema mismo, y para los opositores apaleados por reclamar sus derechos ciudadanos. La muerte le llega a quien enfrenta con armas o cívicamente, al sistema opresor. Se jactan de impunidad, mafiosos codeándose entre ellos, en francachelas, glotones y libidinosos, aumentando sus cuentas bancarias.
Las manifestaciones callejeras, a las que se han sumado miles de personas en respaldo a los universitarios, se le salió de control al régimen que no pudo desbaratarlas con policías disparando balas y gases, ni con grupos de choque de su organización juvenil golpeando despiadadamente.
Estalló el malestar con las afectaciones a la seguridad social de la clase trabajadora y ancianos jubilados. Las calles no son del dominio del orteguismo.
Salió todo el descontento, la frustración, la ira, por la pobreza, corrupción, nepotismo, fraudes electorales, reelección de Daniel Ortega y nombrar a su señora esposa como vicepresidenta, censura a los medios de comunicación, agresión física y verbal a periodistas, entrega de la soberanía para la pretendida construcción del canal interoceánico, la voracidad con que los capitalistas destruyen los recursos naturales, la permanente represión dictatorial a quien muestre inconformidad, son, entre muchas más, las causas de la rebeldía popular.
Daniel Ortega no ha superado su concepción en los 39 años que ha ostentado poder político, como gobernante y opositor, sostenido por las armas y la violencia, aun con su incongruente discurso protocolario de paz, reconciliación, cristiandad. Le gusta negociar encima de los muertos, que en Nicaragua han sido más de cincuenta mil por batallas políticas.
La señora Rosario Murillo de Ortega, tampoco ha logrado simpatía de la mayoría de la sociedad, aunque se ubica, en sus discursos y mensajes diario, en un plano de vida astral, virginal mariana, esotérica, en una burbuja demagoga, alejada de la realidad.
La mayoría no aguanta este sistema.
Ahora el grito mayoritario es: ¡Que se vayan… que renuncien!