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Nicaragua, tragedia griega

Dime honorable Tiresias, ¿no habrá querido decir el oráculo: “Vencerán no, morirán”. Esa “coma”...

Colaboración Confidencial

Manuel de la Iglesia Caruncho

30 de enero 2020

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Personajes de la tragedia:

Coro de estudiantes y campesinos
Jueza
El Comandante
Chayo Drusila Murillo
El augur Tiresias, anciano y ciego
El espectro de Zoila América
Ares, dios de la guerra
Coro de estudiantes y campesinos
Jueza
El Comandante
Chayo Drusila Murillo
El augur Tiresias, anciano y ciego
El espectro de Zoila América
Ares, dios de la guerra

Toda la acción se desarrolla en el complejo presidencial del Carmen en Managua, residencia de los Ortega.

Coro.- ¡Oh Jueza, si conocieras las desgracias que asolarán a este pequeño país de lagos y volcanes nunca habrías archivado la causa que debiera condenar al Comandante! El oráculo ha anunciado ya largos años de gobierno, ¡pero será un gobierno manchado por la sangre inocente del pueblo! Y todo gracias a tu complicidad.


Jueza.- Nadie puede culparme por los actos del Comandante en el futuro, al igual que nadie, salvo los dioses, conoce lo que nos depara el destino. Si acaso con la excepción de Tiresias, el anciano augur ciego que nunca equivoca sus predicciones. En el presente, el Comandante queda sin cargos.

Chayo Drusila.- Al coro este hijueputa, compuesto por seres minúsculos y envidiosos, miserables y mezquinos, no hagamos ni caso. Y sobre vos, jueza Juana Méndez, aunque no soy adivina, auguro que serás nombrada magistrada de la Corte Suprema de Justicia por tu ilimitada lealtad hacia el Comandante.

El Comandante.- Me gustaría conocer si el destino me depara el poder y la gloria con los que sueño.

Chayo Drusila.- El destino nos depara, ¡oh Comandante!, no sólo el poder y la gloria, sino también todas las riquezas que cabe imaginar.

Coro.- ¡Oh desdichado pueblo nicaragüense! Esta alianza entre quien ambiciona su regreso al poder para ocuparlo eternamente y esa desalmada mujer, no augura nada bueno.

Chayo Drusila.- ¡Otra vez habla el coro maldito! Para tu tranquilidad, Comandante, y ante tus dudas, convoquemos al anciano Tiresias, el único que nunca yerra en sus profecías.

Coro.- El ciego vidente ha adivinado que sería convocado y entra ya por la puerta del Carmen.

El Comandante.- Dinos viejo augur, ¿detentaré de nuevo el poder? ¿Me está reservada la gloria?

Tiresias.- Antes de venir he consultado con el oráculo. Quería estar aún más seguro de lo que he visto, sin poder ver, en el futuro.

Chayo Drusila.- Trasmítenos pues, sin hacernos tan larga la espera, las palabras del oráculo.

Tiresias.- El oráculo profetiza un levantamiento popular.

Coro.- El pueblo se rebelará harto de vuestra soberbia y prepotencia.

Chayo Drusila.- Que se calle de una vez ese coro detestable. Cuiden su larga lengua o les durará poco.

Coro.- Las palabras duras, aun cuando sean justas, muerden.

Chayo Drusila. Viejo, responde: ¿triunfará ese levantamiento?

Tiresias.- Todas las insurrecciones populares triunfan tarde o temprano. Pero, si esto es lo que me preguntáis, mantendréis el poder después de la revuelta apoyados por las fuerzas que comandaréis.

Chayo Drusila.- El largo plazo a nadie importa. Alguien dijo: “En el largo plazo, todos muertos”. Mientras tanto, disfrutaremos, y también nuestros hijos, del poder y la riqueza.

El Comandante.- ¿Qué más ha augurado el oráculo, viejo Tiresias?

Tiresias.- Pronunció otra frase, cuando ya me retiraba: “Vencerán no morirán”

Chayo Drusila.- Lo sabía. Venceremos, no moriremos. Atacaremos la tal revuelta “con todo”.

Coro.- Desdichados hombres y mujeres de Nicaragua, ¿qué futuro os espera? Jueza, en tus manos estaba otro destino y lo has liquidado.

Jueza.- El destino está sólo en manos de los dioses.

El Comandante.- Zoila América era mi desfogue. Cierto que un poco joven, pero, por eso mismo, era un ángel que me purificaba. No había un mayor servicio a la Patria que pudiera prestar que el de yacer conmigo. Traía la paz, por fugaz que fuera, a este Comandante que tanto ha hecho por su pueblo. ¡Pero ahora se me aparece su espectro por las noches y me acusa!

Coro.- Hasta el sueño que a todos domina, suelta a uno después de haberlo aprisionado, pero al Comandante lo mantiene siempre envuelto entre sus pesadillas. ¡No hay mejor confesión de su culpa!

Chayo Drusila.- Olvida de una vez a esa hija descarriada, a ese puchito desvergonzado y maldiciente que quiso seducirte y apartarte de mí. Yo te salvaré de ese fantasma como te amparé atestiguando a tu favor y como conjuré el peligro que suponía la noticia de tu perversión, la cual, como si la propalara un dios, había penetrado prontamente en los oídos del pueblo. Compartiremos el poder y la riqueza y, por supuesto, la gloria. Esto me lo tienes que jurar solemnemente.

El Comandante.- Como el caballo noble, aunque sea viejo, en los trances apurados no pierde el vigor, sino que se mantiene firme con las orejas tiesas, así tú nos exhortas y eres la primera en la empresa. Te nombraré vicepresidenta y portavoz.

Coro.- Mantendréis y compartiréis el poder y las riquezas, pero no la gloria. El pueblo os odiará por vuestros actos y por la dureza de vuestro corazón. La posteridad os recordará sólo como culpables de crímenes de lesa humanidad.

El Comandante. Sin gloria, a mí poco me interesan las riquezas.

Chayo Drusila.- Pues ya te interesarán. No hay vuelta atrás, a no ser que prefieras acabar entre rejas por violar a tu hijastra. Pero olvidemos ya esa posibilidad. Sigamos juntos, vamos “con todo”. Tiresias, ¿vaticinas algo más?

Tiresias.- Profetizo que el Comandante no hará muchos ascos a la plata que provendrá del petróleo venezolano.

Coro.- ¡Pobre pueblo de Nicaragua! Su infortunio, al igual que la codicia y la soberbia de esta pareja, no conocerá límites. El odio, el rencor y la venganza presidencial contra quienes se les rebelarán serán inhumanos. Para siempre se recordarán. Resonará el eco de los lamentos de Nicaragua ante el resto de la humanidad y será tan triste como el del ruiseñor que ha perdido a sus polluelos.

Chayo Drusila.- Ares, el dios de la guerra, me ha visitado. Contaremos con su socorro para convertirnos en una pareja temible y temida. Yo me ocuparé personalmente de dirigir nuestras fuerzas de asalto y nuestras juventudes. Iremos “con todo”.

El Comandante.- Viejo Tiresias, dime, ¿dónde están nuestros amigos?

Chayo Drusila.- ¡Eso te lo respondo yo sin necesidad de ser adivina! ¡Esos cobardes! Desde siempre son odiosos. Carlos Mejía Godoy, Ernesto Cardenal, Gioconda Belli, Sergio Ramírez… son sólo puchitos que envidian mis superiores capacidades artísticas y literarias. No permitiremos conjuras de nadie, amigos o enemigos, que pretenda despojarnos de la opulencia en la que viviremos.

El Comandante.- Siento no tenerlas todas conmigo. Dime honorable Tiresias, ¿no habrá querido decir el oráculo: “Vencerán no, morirán”. Esa “coma”, ¿dónde situarla exactamente?

Coro.- Ese es tu destino Comandante cruel y desalmado, que te asemejas a Ulises en su brutalidad y astucia, pero no en la nobleza de su carácter capaz de reconocer la valentía en sus adversarios, como la de Ayax, a cuyo cadáver dio sepultura. Lo único seguro es que morirás tarde o temprano, decrépito y odiado por tu pueblo.

Chayo Drusila.- ¡Ya basta! Odiado no sabemos si será, pero sí temido. Las leyes nunca son obedecidas si no hay temor. Y cuando El Comandante muera, yo le sucederé, inmortal e invencible. No me temblará el brazo cuando descargue el fuego de los AK y los Dragunov contra mis enemigos. Turbas orteguistas, ¡vengan a mí! ¡Cercenen para siempre a este Coro esa larga lengua que cree poder proclamar lo que se le antoja sin recato alguno. ¡Vamos con todo!

Coro.- Nos matarás, pérfida Chayo Drusila, pero ahórranos tus amonestaciones. A centenares de nosotros mandarás asesinar para acabar con la rebelión y muchos miles, decenas de miles, tendrán que huir lejos de su tierra escapando de tu orgullo y tu maldad. Cuántos ayes acarrearás a esta nación nadie lo sabe. Pero los dioses odian a los soberbios y a quienes se envanecen en el poder y alardean de él, y sobre ti y tu Comandante caerá su implacable cólera, como la de Aquiles sobre el príncipe Héctor, domador de caballos. Amontona riquezas en tu casa si te place, vive fastuosamente con el tirano mientras puedas que, si te falta la alegría, como te faltará, serás para siempre una pobre desgraciada.

(Las frases escritas en cursivas pertenecen a Sófocles, el poeta trágico griego autor de obras como Antígona y Edipo rey).


Texto original publicado en Mundiario


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