A las diez de la mañana, del marte 15 de mayo, me avisan que la policía ataca a quienes están en la barricada en el puente de la salida hacia Managua. Veo un video en Facebook, donde avanza la tropa de la gobierna y una señora le grita “asesinos… dejen en paz a los chavalos”.
Decido ir al terreno. Me voy caminando hacia el oeste de la ciudad y sigo escuchando disparos de morteros y algunos tiros de fusil. Un motorizado se detiene y me grita: “Estos hijueputas están matando a la gente”. Se altera mi sistema nervioso, pero sé que debo mantener control.
Pienso que podré morir. No llevo arma y no tengo la agilidad requerida en estos casos. ¿Qué importancia tiene que vaya a ser testigo de la masacre? ¿Para escribir un nuevo libro? ¿Para comunicar que una parte del pueblo está insurrecto? ¿Para que me sigan ofendiendo y amenazando seguidores de la gobierna? Ni me pagan por escribir. Bien podría irme a refugiar a una hermosa casa rural de un amigo en la montaña.
“No hombre… esto es una mierda… siguen asesinando a la gente… estos jueputas se tienen que ir… no viste al obispo ayer en Sébaco… entre las balas” - me dice un señor y agrega - “mientras el alcalde sale con las turbas dándoles morteros… no hombre, si él debería estar buscando la paz… ya Sadrach no es el mismo… él va ser el culpable de los muertos… si estos chavalos no tienen armas”.
Observo más calles bloqueadas por barricadas. La mayoría del comercio con las puertas atrancadas. Cuatro mujeres conversan y escucho “estos chavalos jodidos si tienen güevos y sin armas… porque cuando Somoza en la turquiadera los chavalos tenían pistolas, rifles y escopetas, por lo menos”.
Al pasar por una esquina, un hombre expresa “ojalá que maten a todos esos vagos jueputas”. No volteo a ver y sigo hacia el sur de donde fue el restaurante Royal Bar. Personas en las calles comentando. “Les guste o no les guste... la gente está con los jóvenes” “Se le voltió el pueblo”. Las pulperías y tortillerías vendiendo, para abastecer a los insurrectos.
“Esta es una insurrección cívica… no entiende Daniel Ortega y La Chayo que el pueblo no los quiere” me dice un amigo, ciudadano notable de Matagalpa, “es demasiado la matanzina… en Sébaco el padre Rolando tuvo que meterse entre las balas y dicen que acaban de herir a un chavalo… al otro lado del mercado”.
En el territorio ocupado me confirman, un chavalo herido por disparos de la policía. Las personas enardecidas. “Hay cinco majes presos en tránsito” “Vamos a rescatarlos… vamos a volarle verga a esos jueputas” “Vamos… vamos”, y sale un tropel con piedras y morteros. Me voy tras ellos.
Es el primer herido, con probabilidades que muera, fue baleado en el pecho. Ya no solo son los estudiantes autoconvocados que protestan, no está sólo el Movimiento 19 de abril.
Camino bajo el sol intenso. Una mujer, creyendo disimular, me toma foto. Debe ser oreja de la gobierna. No te preocupes, en mi facebook tengo un montón de fotos, le digo. Me arde el rostro, tengo lacerada la frente por las asoleadas anteriores. Me desplazo, abstraído, pensando que los enfrentamientos serán mayores, y morirán opositores y seguidores de la gobierna. La guerra desatada, surgen rencores e irracionalidades, el valor, el heroísmo, la rebeldía, de ciudadanos enfrentados por preferencias políticas. Los pobres muriendo otra vez, mientras los ricos políticos de la gobierna azuzan.
La carretera hacia Jinotega, la barricada a unos 120 metros al sur de donde dicen están detenidos los chavalos, calculo más de 400 personas, la mayoría jóvenes. En las casas a ambos lados, la gente con baldes, botellas, bidones, galones, llenos de agua, algunos con bicarbonato o vinagre, para aplacar el ardor que provocan los gases lacrimógenos.
El asfalto lleno de objetos, evita el tránsito de vehículos, y piedras para responder a la avanzada policial. La muchedumbre se acerca a uno 20 metros de la policía acantonada en la casa al lado oeste y les lanzan piedras y morterazos. Estoy tras ellos. La policía responde con gases que el viento lleva hacia el sur oeste, la multitud retrocede corriendo hacia el sur. Siento el ardor en ojos y cara, dejo de respirar, con el pañuelo húmedo tapando la nariz y boca, salgo en retirada.
Una, dos, tres, cuatro, cinco veces, y yo detrás, la tromba arremete contra la tropa policial y se retira corriendo en medio de gases, a hacharse agua, respirar. Veo tres personas casi asfixiándose y son atendidas. Ojos llorosos, caras ardidas. Voces arrechas. Una chavala reparte mascarillas para medio protegerse.
La primera vez que casi me asfixian gases tenía 11 años, en la avenida Roosevelt, cuando la protesta por el alza del precio de la leche. Iba para el colegio, por la tarde. El Instituto Pedagógico de Managua estaba tomado por estudiantes.
De nuevo el gentío ataca con piedras, deduzco se quedaron sin morteros. Aparece un sacerdote en media carretera, con las manos alzadas. Cesan las hostilidades. Aprovecho para ir hacia delante de la barricada, y girar a la izquierda al barrio El Tambor, donde, en lo alto, un grupo de chavalos está a punto de caerle por la retaguardia a la casa policial.
El sacerdote los calma, los alzados quieren acabar con los policías. Están a pocos metros. Sigo regresando hacia el sur, por la calle alta, para luego bajar a la carretera. Me arde la cara y los ojos, escupo y eructo por los gases.
Oigo las detonaciones, pueden ser escopetas, o AK 47. Acelero mi paso y bajo por las gradas a la carretera. La gente está replegada en los paredones de la izquierda. Escucho disparos seguidos, gritos y ráfagas. Se congrega la gente para rescatar heridos tendidos en medio de la carretera. Llaman a motorizados, enganchan al herido en medio del conductor y quien lo va deteniendo. Otros traen un rótulo y lo utilizan como camilla para sacar al herido en la línea de fuego. Están arrastrando a otro herido y suena un disparo que le pega.
Otros dos heridos son cargados, trasladados a un puesto médico improvisado, desde donde llaman por teléfono a la ambulancia. Otros tres heridos se encuentran en el local. 7 heridos contabilizo.
Ya son casi las dos de la tarde. Decido irme del lugar. Regreso por la ruta donde llegué, hacia el puente de la salida a Managua. No pude confirmar si había detenidos, pero vi los heridos por disparos de la policía. Escuché a varias personas afirmar que se armarían, ya no podían estar sólo aguantando.
Pensé en la responsabilidad del alcalde Sadrach Zeledón, a quien se le vio y se le filmó, armando con morteros a su grupo de choque, y en uno de los videos una voz orienta disparárlos a matar a la gente. Pensé que la irracionalidad predomina. Pensé que la corrupción, el poder y dinero lo defienden sin escrúpulos. Pensé que la gente muere y ellos, los ricos gobernantes, sus hijos, están protegidos, bien resguardados.
Pensé en el odio que genera, de uno y otro bando. Las ofensas, el rompimiento de amistades y familias. El caos en Matagalpa que no había tenido muertos, pero que presentí por los enfrentamientos y difuntos en Sébaco la noche anterior, cuando el obispo Rolando José Álvarez Lagos fue a las calles en procesión del Santísimo Sacramentado en medio de las balas.
A las tres de la tarde, bajando hacia el centro de la ciudad, escuché a un señor mayor decirles a otros, enojado, gritando: Y cómo van apiar de ahí a ese jueputa Daniel Ortega… puej a punta de verga... si ha matado a un cachimbo de cipotes… y los que mandó a morir… en el servicio militar… ese tunante no tiene perdón de dios.
Miércoles 16 de mayo 2018 – 9:10 p.m.
Nota: Este mediodía supe de la muerte de un simpatizante del gobierno, pero no quise ir a la calle, la dosis de ayer fue muy intensa y necesito autoterapia para relajarme. Es difícil mantener el control, debo continuar en equilibrio mi existencia, sin ser arrastrado por la barbarie de pensamientos y actos.