10 de agosto 2020
El exministro de Educación Humberto Belli, uno de los principales críticos del Gobierno revolucionario por la represión contra la iglesia católica en los años ochenta, reacciona con desconcierto ante la oleada de ataques contra los templos católicos y los obispos, lanzada por el régimen que encabezan Daniel Ortega y Rosario Murillo.
“No van a intimidar a la Iglesia con esos ataques”, afima Belli, y considera que “si son racionales”, deberían replegarse ante el repudio nacional a internacional, pero de inmediato advierte que en el sandinismo existe “una carga de odio extraordinaria”, fomentada por Ortega y Murillo, de manera que aún cuando el Gobierno quiera frenar, va a ser difícil que espontáneamente muchos de sus seguidores no sigan agrediendo a la Iglesia.
Así iniciamos una conversación, en el programa televisivo Esta Semana, en la que Belli habló ampliamente sobre la resistencia cívica, no violenta, contra el régimen de Ortega, y los dilemas que enfrenta el país para lograr una reforma política y una salida electoral, que Ortega no está dispuesto a ceder.
Articulista de La Prensa, director suplente de Funides, y autor del libro “Buscando la tierra prometida: Historia de Nicaragua de 1492 a 2019”, Belli insiste en que la oposición aun no ha llevado la resistencia pacífica a un estadio de mayor organización y planificación, para debilitar al régimen.
El incentivo para que todos los sectores, incluidos los empresarios, tomen mayores riesgos bajo un estado policial, dice, es que “si no paramos a Ortega, lo que se viene será peor, va a terminar desbaratando el país”.
La campaña de odio del sandinismo
Los obispos han denunciado una nueva oleada de ataques contra la Iglesia católica. ¿Qué persigue el régimen al fomentar esta violencia, y qué efecto estaría teniendo en la sociedad? ¿Ganan o pierden, Ortega y Murillo?
Para mí es desconcertante que estén haciendo esto porque desde el punto de vista más objetivo, esta campaña contra la Iglesia le implica un costo político alto al Gobierno, están haciendo algo estúpido, porque están hiriendo un sentimiento católico, el sentimiento cristiano de una población que toma muy a pecho este tipo de agresiones, y no veo lo que logran. No van a intimidar a la Iglesia con estos ataques, lo que van hacer es arrechar a la gente y unificar más a la Iglesia y a los feligreses en contra del Gobierno.
No sé quién los aconseja, pero son, desde el punto de vista de costo-beneficio político, lo que están haciendo es serrucharse el piso.
La reacción del cardenal Brenes, rechazando el informe policial sobre el atentado a la Sangre de Cristo; la solidaridad del papa Francisco, que dice: “esto fue un atentado”; mientras, el Gobierno alega que fue un accidente, sorprendió a mucha gente porque no hay ninguna ambigüedad, es decir, la Iglesia le atribuye cero credibilidad al Gobierno. ¿Se puede interpretar esto como una posición de beligerancia de la Iglesia, y del Vaticano, que anteriormente jugaron roles de mediadores con el Gobierno? ¿Sería esto un cambio en la posición de la Iglesia?
En cierta forma sí, porque el atentado fue tan burdo, y las mentiras tan flagrantes, que era casi imposible que no cambiara este tipo de relación, tanto del Vaticano como de la Iglesia local; el mismo cardenal Brenes yo lo recuerdo como una persona muy comedida, hasta lo han criticado de gallo-gallina, que no habla muy claro, pero ahora fue firme, rotundo, y no vaciló en decir “esto es un atentado terrorista”.
Y aquí el Gobierno, no solamente perdió muchísimos puntos por el atentado en sí, sino por las mentiras con las que lo trataron de cubrir. O sea, Rosario Murillo metió las patas cuando al comienzo dijo, esto fue una veladora, y las cortinas y la veladora causaron el incendio. Y luego el cardenal dice, no había veladoras y no había cortinas. Entonces, han quedado como mentirosos, y han sido refutados por todas partes. Para mí, ha sido un desastre de relaciones públicas y de promoción política del Gobierno todo lo que ha pasado. No sé si ellos lo verán así.
¿Qué viene después? ¿Más tensión? ¿Más ataques contra la Iglesia? ¿O consideras que el régimen podría replegar ante el repudio nacional e internacional que esto ha generado?
Si son racionales, se deberían de replegar. Un problema que hay en el sandinismo, lo he percibido en Nicaragua, y en ciertos encuentros con las turbas, es que hay una carga de odio extraordinaria entre las filas sandinistas, hay muchos fanáticos. Una vez que me arrestaron, en una de las manifestaciones, pasó una camioneta, mientras nos veía que íbamos en el carro policial, un hombre tirandonos insultos, pero la mirada de odio me dejó impresionadísimo; y Rosario Murillo y Ortega fomentan el odio, consciente o inconscientemente, estereotipando a la oposición. Entonces, hay mucho sandinista que anda suelto, mucho orteguista, que incluso pueden actuar por su propia cuenta, sabiendo, por un lado, que van a quedar impunes, y que están haciendo algo que, espiritualmente, va en la línea de la del comandante. Entonces puede ser que, aun cuando el Gobierno quiera frenar, espontáneamente muchos de sus seguidores sigan agrediendo la Iglesia.
La oposición y la resistencia pacífica
Las últimas encuestas han confirmado que el régimen se encuentra en su punto histórico de mayor debilidad política, que ha sido agravado por la negligencia con que han manejado la crisis sanitaria. Sin embargo, por el otro lado, también se percibe una especie de impasse en la lucha cívica: unos dicen que ese es el resultado del estado policial; otros que es parte de la crisis política interna de la oposición que está enfrascada en sus luchas internas.
¿Cómo se rompe ese impase?
Yo creo que hay un impase. Sospecho que hay mucha energía volcada en negociar la unidad y prepararse para el desafío electoral. Creo que le hace falta mucho, a la oposición, organizarse en forma de activistas de la resistencia pacífica, es decir, una oposición que planea golpes cívicos por aquí, por allá, que tiene todo un plan, una estrategia, donde participan muchísimas fuerzas al mismo tiempo. Esto no lo estoy viendo, y hace muchísima falta. Si vamos a promover la resistencia pacífica va a ser muy necesario que haya una especie de Estado Mayor que coordine todas estas acciones, y que esté planeando cómo desestabilizar al régimen, como hacer campañas de no pagar impuestos, como hacer plantones por aquí, por allá, hasta volverlo loco. Pero sí, hay un impase, como que están preocupados de otro tipo de cosas, pero no de la lucha callejera, de la lucha tipo Gandhi, de la lucha orientada a debilitar al régimen dándole golpes cívicos de distinta naturaleza.
Vos has escrito varios artículos en La Prensa, abogando por una mayor beligerancia de la lucha cívica, de la lucha no violenta, pero hay un estado policial. ¿La lucha pacífica puede ser efectiva en estas condiciones de control que ejerce el régimen, que son parecidas a las que hay en Cuba o en Venezuela?
Yo creo que no es tan extremo como Cuba, pero sí es parecido a Venezuela, que efectivamente hay una presión policial tremenda, y lo hacen con mucha efectividad, no dejan que se manifiesten, cinco, diez personas que se reúnen en una acera, le caen encima inmediatamente los antimotines. Pero si mil opositores se dirigieran en grupos de cien, en distintos lugares de Managua, para salir al mismo tiempo o en forma coordinada, en distintos momentos, habría forma de cansar a la Policía.
Pero ese tipo de activismo, tenés que aceptar de entrada que te pueden golpear, que te pueden llevar preso, ese es el problema de la lucha no violenta, requiere mucha valentía. Incluso Gandhi decía que hay que ser más valiente para actuar en la forma no violenta que para actuar en la forma violenta.
Cuando vos vas a la guerra, pensás que vas a matar, con riesgo de que te maten, pues, pero te vas a esconder y vas tratar de hacerle bajas al otro; en la lucha no violenta vos no vas a responder con violencia y vas a ir como Cristo la cruz, a ser sacrificado, sabiendo que este sacrificio puede cambiar el país, puede cambiar las mentalidades, y puede tener un efecto profundo, pero se requiere mucha preparación.
En Estados Unidos, cuando Luther King organizó su lucha por los derechos civiles, él entrenaba a patrullas no violentas, las formas de entrenamiento es que alguien abofeteaba a los muchachos, los pateaba, para ver si reaccionaban o no con violencia, o sea, había un entrenamiento en la no violencia. Es toda una técnica que requiere estudio, trabajo, sacrificio y paciencia.
La lucha no violenta implica también momentos de tensión, de desestabilización social. ¿Qué incentivos pueden tener los jóvenes que han sido reprimidos, los profesionales, los mismos empresarios, para apoyar una nueva ola de protesta cívica, en un momento en que el régimen se encuentra en su mayor debilidad, pero mantiene el control de la represión?
Uno de los incentivos es que si no hacemos nada, lo que viene va a ser peor: este país va a seguir entrando en una depresión; en una delincuencia escalada; en una emigración masiva; se van a ir los capitales, nada de inversión; o sea, es también nuestra sobrevivencia como nación, nuestra paz de ciudadanos que queremos vivir en una Nicaragua alegre, tranquila; criar a nuestros hijos y a nuestros nietos, eso está en juego.
Si Ortega continúa ahí y no lo paramos, va a terminar desbaratando el país como lo terminó de desbaratar Chávez y Maduro en Venezuela. El panorama con Ortega es negro, y eso nos debería de dar un incentivo para luchar con todas nuestras fuerzas, porque es la única forma de salvar a Nicaragua, si no Nicaragua se va ir hundiendo más. Vale la pena cualquier sacrificio, incluso arriesgar una empresa, una campaña masiva de no pagar impuestos, hay que estudiarlo muy bien. El problema con estas medidas es que requieren mucha participación, si son diez, veinte los que dejan de pagar impuestos, los masacran, pero si es masivo, es imposible que el Gobierno logre reprimir masivamente.
¿Qué papel le atribuís a los servidores públicos en esta crisis? ¿en un momento de crisis pueden ser agentes de cambio? Yo recuerdo en el tiempo de crisis de la dictadura de Somoza, hubo protestas contra el Gobierno desde la tecnocracia, y en los sectores medios del Gobierno. Hoy se percibe una resistencia muy solapada, pero no se manifiesta.
Aún en la época del gobierno sandinista, de los años 80, hubo una huelga de maestros, allá por 1988, en que participó Hortensia Rivas y otros líderes sindicales. Estoy esperando que dentro del magisterio, que ha sido tan sacrificado, que los están exponiendo a muchos riesgos, surja algún tipo de iniciativas de protesta; pero también, muchas de estas familias dependen exclusivamente de este puesto, y sin él podrían enfrentar hambre y miseria; entonces no es fácil para ellos confrontar a este monstruo, que es el Gobierno. Lo único que podría darle cierta esperanza de éxito a esto, es que si fuera masivo, pero si un grupo pequeño, minoritario, es el que se rebela, se lo van a comer vivo, como ha pasado con otros pocos. Los médicos ya han dado una demostración de cierta rebeldía, pero son muy pocos, y el precio que pagan es bien alto.
La salida electoral que Ortega no cede
Si la salida política es no violenta, y es salida electoral, y por lo tanto pasa por una reforma política ¿cómo se llega a esta reforma electoral si Ortega no quiere ceder? Es decir, ¿se puede lograr en frío, como resultado de la presión internacional? ¿O debería ser el resultado de esa resistencia que has mencionado? ¿Qué es primero: la casilla electoral, la reforma electoral, o la resistencia cívica?
Yo creo que deberían de ir acompañadas de la mano. La prioridad en este momento debe ser que toda presión vaya orientada a obligar a Ortega a dar elecciones libres, un tema sobre el cual yo he sido muy escéptico. Me preocupa, por ejemplo, que él no ha dicho nunca que va a haber observación internacional, es una pieza fundamental, clave de la libertad y transparencia de los comicios. Él ganaría, y el país ganaría mucha paz, incluso, su Gobierno se proyectaría mejor internacionalmente si lo dijera, pero ese silencio es bien sospechoso, de que no están pensando jugar con las cartas sobre la mesa.
Creo que el momento de una mayor resistencia cívica, posiblemente ocurra cuando se cierren totalmente las puertas electorales. Ahorita, entiendo que la oposición está muy obsesionada y preocupada con la unidad, que es un tema muy complejo. Muy difícil conciliar tantos grupos chiquitos con diferentes intereses, pensamientos, hay tanta subjetividad, ¿qué peso debo tener yo? ¿Qué peso debe tener el otro? y tienen que lograr una unidad, o por lo menos tener un frente opositor, que no aglutine a toda la oposición, pero quizás la parte más vigorosa que despierte la esperanza en la población. Yo creo que esta es la tarea estratégica primera, crear ese frente lo más pronto posible.
Hay propuestas muy avanzadas de reformas electorales que han nacido del Grupo Promotor de Reformas Electorales, en las que también ha participado el Cosep, los distintos partidos políticos, y están de acuerdo en la mayoría de los puntos. Pero no ha llegado a la reforma electoral. Por eso insisto en la pregunta. ¿Cómo se llega a la reforma, si el régimen no va a facilitar una verdadera elección libre?
Sí, es un tema sumamente difícil. Yo sospecho, como te dije antes, que no va a haber elección libre. Pero eso no significa que la oposición deba de botar la toalla, si no que prepararse para ver si es posible, en esas condiciones de no elección libre, participar a través de un ejército de fiscales, a través de ciertas organizaciones, organismos paralelos que puedan monitorear los votos; ahora con el uso de celulares y una serie de tecnologías es mucho más fácil hacer ciertas cosas; y si se logra crear un frente opositor que entusiasme la población, y llevarlo a que masivamente demuestre su repudio al Gobierno, aun elecciones que el Gobierno se quiera robar, esto va a cambiar la política del país.
Entonces, hay que prepararse para los dos escenarios: el escenario de las elecciones limpias, que es el menos probable; hay que prepararse para el escenario de las elecciones fraudulentas, donde tenés la opción, o no participar, lo cual le veo bastante peligro; o participar, el cual también alguna gente lo considera como una forma de legitimar las elecciones, pero que podría ser eficaz si es masivo, y si se logra monitorear con los fiscales, con 30 000 personas bien entrenadas, 12 000 fiscales y otros 20 000 más de apoyo, que puedan monitorear la ocurrencia en cada Junta Receptora de Votos, al Gobierno se le pondría en un gran aprieto.
Pero esos dos escenarios ocurrirían si se llegan a dar elecciones dentro de más de un año; mientras tanto, vivimos en un estado policial, y volvemos al tema anterior, ¿la resistencia cívica puede generar presión para levantar el estado policial, para a partir e ahí demandar una reforma política?
Es posible, porque si el Gobierno se va a ver en el dilema de que si él llama a elecciones, con la voluntad de robárselas, pero llama a elecciones, y hay una fuerza opositora bastante cohesionada que participa, esta fuerza opositora va a tener que montar mitines, marchas en distintos lugares, y si el Gobierno le cae encima y no lo permite, pues está, ante la comunidad internacional y el mundo entero, flagrantemente violando los elementos de una elección libre, entonces se le va a poner en un apuro también al Gobierno. Entonces, hay que aprovechar esa coyuntura.
La Coalición Nacional y Ciudadanos por la Libertad
Vos sos asesor del partido Ciudadanos por la Libertad, que se encuentra fuera de la Coalición Nacional. ¿Tiene este partido una propuesta distinta para salir de la dictadura?
Realmente no estoy seguro, a pesar de mi cercanía con el partido. Está apostando a una participación electoral, a una movilización fuerte en todo el país. Tiene a su favor un tendido electoral que yo creo que, quizás lo tiene parcialmente el PLC, pero no lo tiene ninguna otra organización, es un tendido electoral respetable. En las encuestas salen muy bajos, pero el tejido electoral que tiene, y los activistas en cada departamento, en cada municipio, es significativo. Pero, yo creo que ni ellos ni ningún grupo político que yo conozca ha establecido una estrategia muy clara de qué se va a hacer de aquí a noviembre, cómo se va a luchar para que haya verdaderas elecciones libres, y si no hay, cuál es el plan B. Son temas que hay que trabajarlos, y están todavía crudos.
Al estar fuera de la Coalición Nacional, ¿Ciudadanos por la Libertad, estaría preparándose para promover otro polo político?, ¿o eventualmente formar parte de la Coalición?
Esa es una posibilidad, si la Coalición no logra superar sus contradicciones internas, uno de cuyos problemas es que tiene grupos muy diversos: el LGTB, MRS, grupos bien pequeños, y si no logra constituirse en una unidad seria, es posible que entonces CxL trate de asumir un protagonismo y llamar a sus filas al grueso de la oposición. O se va en una dirección, o se va en la otra. Es bien difícil en este momento predecir cuáles de los escenarios es más probable.
Estas hablando de una eventualidad en la cual la oposición concurra dividida, como en 2006. Pero eso coloca Ortega, que hoy está en su punto de mayor desventaja, en una ventaja.
Sí, depende como sea la división. Incluso, la división de Eduardo Montealegre y José Rizo fue trágica porque ambos lograron captar casi la misma cantidad de votos, o sea, el liberalismo se dividió por la mitad, casi los mismos votos sacó Rizo que sacó Montealegre; si hay una pugna en dos sectores opositores, pero (si) uno aglutina dos tercios, digamos, de la simpatía de la oposición, y el otro solamente un tercio, este tipo de división no sería muy peligrosa, no es lo ideal, lo grave sería que haya simetría, o que hayan cuatro grupos con un quince, veinte por ciento cada uno, eso sí sería gravísimo.
Más del 70% del electorado se proclama sin partido, y hay un sentimiento nacional de lo que se proyecta como una nueva mayoría política que no tiene forma organizativa, simplemente se define azul y blanco, no dice que es liberal ni sandinista, ni conservadora, ni de ningún partido político, y dice: soy azul y blanco.
Yo creo que este grupo grandísimo va a plegarse a aquel frente opositor que ofrezca mayor militancia, mayor esperanza, y que tenga más carisma. Y ahí abordamos otro problema, y es que no se ve todavía liderazgo carismático, hay muy buenos líderes dentro de la oposición, personas que yo respeto mucho, que tienen excelentes principios, inteligentes, preparados, valientes; pero todavía falta el carisma, el entusiasmo que prenda en la población; pero si esto llega a pasar, y hay un frente opositor, aunque no sea el que capturó toda la oposición sino la mitad y un poco más de ella, probablemente los indecisos o los independientes se van a plegar a la corriente que ofrezca mayor posibilidad de victoria.
La iglesia y una nueva transición democrática
Volvamos a liderazgo moral de la Iglesia católica, que sin duda es la institución más creíble del país, y a nivel individual, monseñor Brenes, monseñor Báez, monseñor Álvarez, son las figuras que tienen mayor credibilidad ante la población. ¿Cómo ves el papel de ese liderazgo moral en este proceso de la restitución de la democracia en el país?
Ellos siempre han sido una voz muy escuchada; es una pena para Nicaragua que estemos sin el aporte de monseñor Silvio Báez, que tiene un gran arrastre entre la población. Menos mal, tenemos otros obispos muy activos. La posición que ellos tomen en ciertos temas políticos va a ser de tremenda importancia; por ejemplo, si la Conferencia Episcopal fuera a pronunciarse en contra de la participación o a favor de la abstención, eso tendría un enorme peso; y si hacen lo contrario, también. Es decir, van a tener que jugar con mucho tino, con mucho cuidado, porque no se puede negar, ellos tienen mucho peso, y el frente opositor que se establezca va a querer tener la bendición de la Iglesia católica.
¿Cómo ves el futuro pos-Ortega? Bajo la premisa de que Nicaragua a salir de esta dictadura, en un parto seguramente doloroso, y enfrentará enormes desafíos de reconstrucción. El tema de la justicia y la impunidad, por ejemplo ¿qué puede aprender el nuevo liderazgo democrático de Nicaragua, de los logros y los errores de la transición del 90?
Yo creo que las circunstancias van a ser bastante distintas, porque ese espectro de Ortega gobernando desde abajo ya no lo veo factible si pierde estas elecciones, porque ya la calle no es de él, ni será de él. El pueblo opositor se lanzó a las calles y las tomó, y si no la tiene ante sus manos es porque hay miles de policías armados en todas partes evitándolo. Pero si Ortega pierde el poder, las calles serán del pueblo, Ortega tendrá 75 años, el Frente Sandinista está desgastado, los brillos que tenía de su historia en 1990, ya no los tiene. Yo no veo un resurgir de un frente opositor muy promisorio.
¿Cómo lo ves la justicia y la impunidad en la reconstrucción de Nicaragua?
Es sumamente complejo, por lo siguiente: lo ideal y lo justo es que se castiguen los crímenes de lesa humanidad; que se devuelva lo robado; que haya justicia para las víctimas. Eso es lo que clama el pueblo, eso lo que quiere la justicia, es todo nuestro instinto.
Ahora bien, si esa demanda está ahí, sobre la mesa, y vamos a quererla ejercer, entonces Ortega se va atrincherar más en su posición. Creo que lo dijo monseñor Silvio Báez, ellos no se van a suicidar políticamente, él no va a exponerse a ser perseguido y a perder su fortuna en unas elecciones donde pueda perder el poder; la única posibilidad de que él pudiera abrirse a un proceso electoral limpio, y perder el poder, es si tuviera garantía de que va a conservar su seguridad y, por lo menos gran parte de su capital, y esa garantía solamente se la podrían dar renunciando a la búsqueda de la justicia. Entonces tenemos ese gran dilema, entre cierto pragmatismo y ciertos valores.
¿Hacia dónde se inclina la balanza?
Yo creo que se inclina por el no ofrecer escalera de oro, porque político que lo proponga, se quema, ese es otro problema. Podrá ser una medida, desde el punto de vista pragmático, inteligente, incluso, quizás necesaria. Hay quienes dicen: es preferible que no se le pueda perseguir a los criminales si eso va a traer la paz a Nicaragua, que seguir enfrascados en una situación de más muertes y de más dolor, y de sufrimiento indefinido. Entonces, hay que sopesar bien las cosas. Ese es un tema sumamente complejo, que requiere mucha razón, mucha inspiración de Dios, pensar con el corazón frío y la mente muy activa, cosa muy difícil para el nicaragüense. Los nicaragüenses somos muy apasionados, muy sentimentales, y nos cuesta asumir posiciones que pueden ser pragmáticas, pero costosas desde el punto de vista de nuestros sentimientos y de nuestros valores.