15 de agosto 2017
La lluvia llegó a la comunidad de Cerro La Mina en mayo pasado. Pasaron tres años desde la última vez que vieron una gota de agua caer del cielo sobre el techo de sus casas o sus cultivos, para mitigar la sed que los azota.
Cerro La Mina es una comunidad localizada en Matagalpa. Es jurisdicción del municipio de San Isidro y allí vive la familia de Teresa García. Son “buenos tiempos”, comparados a los tres últimos años, pero aun así, abundancia no es una palabra que se use por estos lados.
El esposo de García trabaja en las montañas. Así es como estas familias logran un poco de ingresos adicionales para complementar los frijoles y el maíz que siembran en sus fincas. Con los granos que sacan de la tierra se alimentan ellos y sus hijos, con el dinero que logran de trabajos temporales, compran aceite o jabón para bañarse y uno que otro artículo de necesidad básica.
“Nosotros aquí vivimos de lo que cosechamos. Hasta ahora ha estado lloviendo. Dos años atrás no llovía. El alcalde nos viene a dejar agua en pipa para tomar. Tiene tres años de estar viniendo a dejar”, explicó García.
Así es como en esta comunidad lograron vencer la sed. El agua llegaba desde San Isidro en pipas, aunque el camino no es fácil, porque es una cuesta empinada que para atravesar se necesitan por lo menos 40 minutos para llegar a la comunidad. Las piedras afiladas no hacen fácil el acceso a los vehículos.
Concepción Seas y su familia también sufrieron en la sequía. El ciclo en el campo funciona así: el campesino siembra su semilla, cosecha y guarda la mejor semilla resultante para volver a sembrar en la siguiente temporada.
Por la falta de lluvia nadie tenía semillas, por ende no tenían alimentos y para colmo, los pozos que abastecen las comunidades se secaron, lo que obligó a las familias a viajar hasta dos y cinco kilómetros de distancia para conseguir agua para lavar la ropa.
“Sembramos poquito por falta de semilla, que no teníamos. Pero sí, ahorita estamos pensando que no quiere escampar y peligroso que se nos “nazcan” (pudran) los frijolitos de la huerta”, advirtió Seas.
“Todos son pobres, pero yo soy más pobre”
En esta comunidad la solidaridad con el más necesitado es una de las prácticas más comunes. Roberto García, un anciano incapacitado en una silla de ruedas vive de lo que su hija pueda conseguir en las casas vecinas.
“Todos aquí son pobres, pero yo soy más pobre”, dice García cuando se le pregunta por su situación económica.
La silla de ruedas es su cruz o quizás su bendición, dependiendo de la perspectiva. Recuerda bien la fecha: El 1 de diciembre pasado se cayó mientras regresaba a su casa. Venía de trabajar en el campo. No volvió a caminar y su única compañía es su hija.
“Cuando la comunidad me da un poquito como, y si no, no como. Ahí anda ella buscando qué darme”, dice el anciano.
El respiro de Nicavida
Para ayudar a estas familias, la Asamblea Nacional aprobó un proyecto llamado Nicavida que busca atender a unas 30 mil familias que viven en el corredor seco. Será financiado parcialmente por el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola.
La idea es que se ejecute en un período de seis años y que ayude a las 152 mil personas que serían beneficiadas a mejorar su calidad de vida, aumentar sus niveles de nutrición, mejorar el uso de los recursos económicos que tengan y aumentar su producción.
“Se trata no solamente de algo muy importante, como es la seguridad alimentaria, y la nutrición que está bien débil en ese corredor, sino también de cómo ellos van a poder insertarse en las oportunidades de comercio”, expresó la diputada liberal Azucena Castillo.
La legisladora, además, advierte del riesgo de que en año electoral este proyecto pueda desarrollarse con sesgo partidario, a pesar que no contempla colores políticos en su aplicación.
El proyecto costará 48.46 millones de dólares. De esos, 5.9 serán puestos por el Gobierno de Nicaragua, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola pondrá otros 20,5 millones de dólares y la mano de obra para la ejecución costará unos 6.9 millones que será el equivalente que pondrán los mismo beneficiados “en especies”, según el documento oficial.
A las comunidades del corredor seco, conformado por 37 municipios, han llegado otros proyectos con anterioridad. En la comunidad El Cacao, del municipio de Mozonte en Ocotal, Jessenia del Carmen Padilla, recoge agua de una quebrada que le queda a 30 metros de su casa.
No es una larga distancia considerando que durante la sequía varias familias tenían que caminar hasta cinco kilómetros para conseguir algo de agua.
Son barriles que logró obtener al crédito con diferentes organismos de cooperación que llegaron a su comunidad en años anteriores. Ella y sus dos hijas de 8 y 10 años son las encargadas de ir al río a buscar el agua.
Se queja de que nadie los apoya y cuando en la comunidad llegaron ciertos proyectos gubernamentales, solo beneficiaron a quienes se cobijan bajo la bandera del Frente Sandinista.
“Nadie nos ayuda. (Todo) Es esfuerzo propio. Con lo que vivimos y lo que saca (su esposo) del pedacito de tierra que tiene. Ahorita sembramos unas libritas de frijoles para ajustar, porque los del año pasado se terminaron”, expresó Padilla.
En su familia están retratados dos de los principales problemas que el proyecto Nicavida busca cambiar: el manejo de los recursos y la poca productividad. Por un lado, su esposo debe irse a trabajar durante 15 días para poder llevar suficiente dinero y complementar la alimentación.
José Rafael López es profesor de primaria de El Cacao, dice que las comunidades campesinas padecen por no saber administrar sus recursos. Lo describe con una frase: “Se cultiva el maíz, el millón, hay personas que no finalizan el año y se le consumen los alimentos. Entonces ahí buscan cómo comprar el maíz y el frijol en Ocotal… Vendemos la cosecha que hemos obtenido y la vendemos a un precio bajo y cuando se terminan los alimentos la compramos a un costo más elevado”.
Ese ciclo es tan interminable como el del verano que afecta estas comunidades. El problema es que salir de El Cacao a vender un producto en Ocotal no es nada fácil. La comunidad está a por lo menos cuatro horas a pie de la ciudad.
Los campesinos salen desde la madrugada para poder ir a vender sus productos y poder regresar antes que oscurezca.
Agua por gravedad
En los pueblos con un poco más de recursos se las ingeniaron para poder llevar el agua a sus casas. Wazuyuca es una comunidad del municipio de Pueblo Nuevo en Estelí. Las casas están divididas por el acceso al agua. En la parte más baja, la municipalidad instaló un proyecto de agua potable, pero solo alcanzó para la mitad de las personas.
El resto, como Reina Lira, tuvo que instalar mangueras que pueden verse colgadas sobre los techos de las viviendas.
La familia de Lira decidió lanzar una manguera por un kilómetro y medio de distancia hasta una finca que tienen. Así llegan a un pozo que está en esa propiedad y reciben agua por la manguera cada día y medio.
Con eso se abastecen cuatro familias de doña Reina, pero en el verano la situación cambia cuando el pozo se seca.
“Estamos agarrando el agua. Viene de casi dos kilómetros. La tenemos para la familia, cuatro casas. El vecino la tiene también para su familia. No es agua limpia, tampoco, porque no sabemos”, explica Lira.
Su esposo está adentro de la casa. Tiene la manguera en las manos y llena varios contenedores para el próximo día. Con eso beben, cocinan y lavan la ropa.
Ahorita hay suficiente agua. La lluvia del invierno le hizo bien a la tierra reseca y volvió a llenar los pozos de la zona.
Pero cuando no hay, la esposa de José Esteban Castillo regresa con los baldes vacíos. En su casa no tienen para comprar las mangueras, tampoco tienen propiedad y él se dedica a hacer trabajos temporales que encuentra en el pueblo.
“El pozo donde jalamos agua nosotros se seca. Mi esposa se va con los baldes y vuelve con los baldes vacíos. -¿Qué te pasó? No hay agua, dice. Se secó el pozo. Entonces hasta el siguiente día agarra dos bidones”, cuenta Castillo.
En estos poblados, cuando alguien logra conseguir agua puede “prestarle” al que no logró conseguir. Los pozos tienen poca agua y se raciona para evitar que se quede sin nada.
En esta comunidad una vez se inició un proyecto para llevar agua en las comunidades, pero nadie sabe explicar qué pasó. Castillo solo dice que “no dio bola”, al igual que los demás pobladores.
Por ahora ninguno de los poblados visitados por CONFIDENCIAL ha escuchado del proyecto Nicavida. Aunque cuando se les cuenta de la posibilidad de que llegue, no se ilusionan mucho.
Reina Lira dice que varias veces les han prometido llevar obras para mejorarles la vida, pero nunca se ha visto que algo funcione. Por eso ni se inmutan aunque se les hable de proyectos millonarios.