Más de 140 mil guatemaltecos se dieron cita el 20 de septiembre en el centro histórico de Ciudad de Guatemala para gritar un basta ya a la corrupción, en un país con altos índices de impunidad. La respuesta ciudadana se dio tras la pretensión del presidente Jimmy Morales de expulsar del país al colombiano Iván Velásquez, el magistrado que lidera la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), que había anunciado investigaciones sobre financiamiento ilícito a las campañas electorales, incluyendo la del presidente Morales, quien llegó al poder con un discurso contra la corrupción, tras la caída del Gobierno de Otto Pérez Molina, precisamente por la indignación de los ciudadanos contra la corrupción.
Manfredo Marroquín, presidente de Acción Ciudadana –organismo que promueve la transparencia en la gestión pública– asegura que Guatemala vive una “revolución ciudadana” y que el país está en un proceso de “transición”. En esta entrevista concedida a CONFIDENCIAL, Marroquín –que estuvo la semana pasada en Managua invitado por la Fundación Violeta Barrios de Chamorro– no descarta la caída del gobierno de Morales y asegura que se producirán grandes reformas políticas, incluyendo la del sistema electoral, que permitirán un cambio estructural en Guatemala.
Iván Velásquez, magistrado de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala dijo recientemente en una entrevista que el país está en plena transición. ¿Está de acuerdo? ¿Hacia dónde se dirige Guatemala?
Efectivamente, estamos en una transición muy interesante, porque no es una transición tradicional de pactos entre políticos que deciden hacer una nueva constitución o determinada reforma del Estado, sino que se trata de una transición que tiene su asidero en la población que ha despertado con una gran indignación en contra de un sistema bastante corrupto. La gente por primera vez ha visto que esa corrupción ha impedido que el estado cumpla sus funciones constitucionales de llevar servicios públicos como la salud, la educación, la infraestructura. La gente finalmente reconoció que es el sistema, no es que sea un grupo de políticos.
Se ha dicho que Guatemala es un Estado fallido.
No necesariamente. Sí, es fallido en el sentido de que no logra cumplir con funciones propias de un Estado, como por ejemplo tener presencia en todo el territorio nacional, porque hay lugares en Guatemala en los que más del 50% padecen desnutrición crónica y no tenés presencia del Estado para evitar ese problema. También hay problemas con el control territorial que mantienen pandillas, lugares donde ni siquiera la Policía entra. Es decir que sí hay manifestaciones de un Estado fallido, pero también hay institucionalidad que está permitiendo que se desarrollen las investigaciones de corrupción, que el presidente no se salga con la suya tratando de evitar que la CICIG, que tanto ha dado resultados, expulse a su jefe, el colombiano Iván Velásquez. Guatemala tiene una base institucional que está jugando democráticamente.
¿Este movimiento ciudadano indignado puede hacer caer al gobierno de Jimmy Morales, como sucedió en 2015 con el presidente Otto Pérez Molina y la vicepresidenta Roxana Baldetti?
Es muy probable, porque el comportamiento del presidente actual es muy similar al del expresidente Otto Pérez: negar la realidad y negar que él está involucrado, así como tratar de evitar que se le investigue, primero intentado expulsar del país al comisionado Iván Velásquez, ahora quiere que Naciones Unidas revise las funciones y competencias de la CICIG, lo que no comparte nadie en Guatemala más que su gobierno y, tal vez, los diputados. Creo que él finalmente va a chocar con toda esa indignación nacional que quiere que salga a luz toda la maraña de corrupción que hay.
¿Estamos de verdad frente a una revolución o cree que este movimiento se va a ir debilitando con el tiempo?
Hace cuatro o cinco meses había esa percepción de que lo que ocurrió en 2015 era irrepetible, pero el 20 de septiembre se logró superar en número las manifestaciones que lograron derrocar al expresidente Pérez Molina. Hay una semilla que creo que es irreversible que crezca y siga creciendo. Ahora la principal demanda, que se va a conseguir, es reformar o instaurar un nuevo sistema electoral con reglas y controles más estrictos sobre el financiamiento a las campañas y con otras medidas como la revocatoria del mandato del presidente.
¿Qué cambios estructurales necesita Guatemala para hacer frente a la corrupción y la impunidad?
Tenemos un Estado muy débil en términos fiscales, tenemos porcentualmente la recaudación fiscal más baja de América Latina respecto al PIB. Uno de los grandes retos es la reforma fiscal. De hecho, con esta oleada anticorrupción se logró por primera vez que empresarios que tenían adeudos con el fisco lograran pagarlos, incluso casos de cien millones de dólares, para evitar ir a la cárcel. El otro tema tiene que ver con todo el modelo económico: tenemos tres millones de guatemaltecos viviendo en Estados Unidos y el ingreso de divisas por remesas es el más alto del país, siete mil millones de dólares anuales. Lo que quiere decir que el modelo económico ya no da para los guatemaltecos, que buscan irse a Estados Unidos. Hay que revisar muchos temas, pero no se va a poder hacer esta revisión y estas reformas si no tenemos mejores políticos en el Gobierno, en el Congreso. Y esos políticos solo van a llegar cuando la política no haya que pagarla con millones de dólares.
En este contexto de revelaciones contra la corrupción, ¿qué impacto tuvo en Guatemala el caso Sinibaldi?
Fue importante porque él era el delfín de Otto Pérez. Lo emblemático es que él, llamado en el sistema anterior del poder a ser presidente, hoy es un prófugo de la justicia.
Tiene una posición muy optimista sobre el futuro de Guatemala. ¿Cree que puede haber un cambio real, cuánto podría tardar y a qué precio se daría?
Por primera vez soy optimista sobre lo que está ocurriendo en Guatemala. Nunca antes lo había sido, porque entendía y conocía bien ese esquema de poder en el que solo si eras parte de sus entramados políticos-económicos podías formar un partido. Toda esa lógica perversa es la que vamos a tratar de dejar atrás con un nuevo sistema electoral. Y por primera vez tenemos a Estados Unidos de nuestra parte, criticando la corrupción. Creo que Guatemala puede ser un modelo a seguir para otros países.