13 de junio 2020
Talvez sería a comienzos del recién pasado año 2019, cuando Onofre Guevara López me envió la versión digital de este libro suyo al que quiero referirme: Momentos Compartidos, que tiene el subtítulo de “Tres comentarios”. Por ese entonces le había dado verbalmente mi único comentario, que ahora intento resumir, celebrando la aparición impresa (febrero, 2020) de este libro, o breviario de la autenticidad permanente y continuada, de un hombre que el 11 de febrero cumplió 90 años: Lección de vida compartida en momentos históricos, fraternos, políticamente arriesgados, y hasta incomprendidos a veces por tener un indeleble sabor a verdad. Un hombre siempre “honesto en las palabras”. Por todas estas cualidades, que su editor descubrió y quiso divulgar, también quiero felicitar a Jorge Eduardo Arellano, por ese acercamiento sin reparos al incorruptible e indeclinable Onofre socialista, a sus orígenes en la humildad y a su perfeccionada calidad de periodista e investigador, poniendo las hormas, paso a paso en el tiempo, a toda clase de zapatos.
Para la edición de febrero de 2020, JEA escribió: “La percepción pública que tengo de Onofre Guevara la comparten colegas de la Academia de Geografía e Historia, a la cual pertenece como miembro honorario desde 2015. Para Jaime Íncer Barquero es el intelectual más sobresaliente de la clase obrera y Aldo Díaz Lacayo calificó su larga vida de íntegra, vertical y consecuente.” En su “Proemio” escribe JEA: “No en vano, formado en la militancia socialista, desde mediados de los años 40 Onofre se ha mantenido en la brecha, laborando en más de media docena de periódicos, honestamente y fiel a sus principios, no sin interpretar con brío las coyunturas políticas, investigando a fondo el desarrollo del movimiento obrero (en compañía de don Carlos Pérez Bermúdez) y estudiando la historia social, sindical y política hasta nuestros días.”
Hoy, cuando la Pandemia asola el mundo, y cuando en las instituciones de falsa sanidad en Ninguna Parte se denuncia a los médicos que rechazan todo servilismo, faltas al juramento hipocrático, análisis de una situación que requiere absolutamente criterios científicos e igual formación científica, uno no puede menos que asombrarse por la proliferación de sapos y culebras que gozan viendo cómo los pacientes se quedan sin una asistencia calificada y cualificada, y que quienes pueden brindársela, son enviados al desempleo. La decisión gubernamental es: Por saber demasiado, unos cesanteados y expulsados de los lugares en los que pueden prestar invaluables servicios, y los otros, los pacientes, se quedan en medio del croar de los sapos, esperando la muerte. En estos días, sin embargo encontramos la terapia ideal –cívica y moral- en este libro de Onofre, un antídoto aunque sea temporal, pues su fórmula contiene ética, esperanza de que nos comportemos como seres humanos, principios incorruptibles y amor al prójimo: ¡Quien le hubiera dicho a Onofre Guevara que escribiendo se convertiría en el anticoronavirus!
Esta es también la explicación del por qué lo califico, en el título de este artículo, de “periodista de duro cuero”, pues ha resistido los embates del covid-19, demostrando que toda su vida, como obrero y artesano, ha trabajado con cuero confeccionando y haciendo zapatos, y que para resistir todo lo que hay que aguantar para sobrevivir en Ninguna Parte, hay que ser de muy duro cuero, a la vez que sensible y sensitivo. Como ya hemos dicho, Onofre Guevara nació en 1930. Ese mismo año Federico García Lorca escribió “La zapatera prodigiosa”, obra de teatro que describe a una mujer cuyo diálogo cotidiano solo puede ser con un niño –que representa la pureza- pues no se lleva bien ni con su marido zapatero, ni con la gente del pueblo. Es de suponer que el niño convierte a la mujer en quien personifica a una madre que le corresponde como tal. Antes el zapatero la ha abandonado. Pero con el tiempo reaparece en el mismo pueblo como titiritero, y lo prodigioso es que la mujer, al reconocerlo, se reconcilia con él (¿obra del niño?). Es la reconciliación en el humanismo reencontrado. Es la comprensión y aceptación de nuestros errores humanos. “La zapatera prodigiosa”, llamada así como mujer del zapatero, demuestra que esto es una alegoría del alma humana. Terapia también, contra la peste.
La terapia para sobrevivir que proviene de “El zapatero prodigioso” como marido de “La zapatera prodigiosa”, emana de una conversión colectiva, no para someterse a la arbitrariedad, sino para oponérsele. Finalizaremos con un ejemplo que Onofre Guevara nos da en este libro: “No se crea que aquello de zapatero a tus zapatos, que tanto se repite con intenciones discriminatorias para herir la estima de alguna persona, había dejado de ser un hecho olvidado para mí. Por lo menos, en los niveles del poder político…Cuando yo escribía en El Nuevo Diario, Daniel Ortega rechazó públicamente con este refrán una sugerencia que le hizo Dionisio (Nicho) Marenco, alcalde entonces de Managua, diciéndole…”zapatero a tus zapatos”…La simple sugerencia, consistió en que Daniel debería ocupar como casa de la presidencia, el edificio donde habían despachado Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños –hoy bautizado por el mismo Ortega como “Casa de los Pueblos”- y no su casa particular en El Carmen.”
“Al oír este refrán, en boca de tal personaje en tono ofensivo en contra de su “hermano” Nicho Marenco, se me ocurrió conocer su origen…La frase reproche “zapatero a tus zapatos”, es de Apeles, pintor griego del siglo IV. Apeles acostumbraba exponer su obra en plazas públicas. Cierta vez, un zapatero se interesó en un cuadro, cuyo modelo lucía unas sandalias con un diseño en donde Apeles había cometido un error, se lo comentó al pintor, quien aceptó la crítica. El pintor se llevó el cuadro a su taller, reparó el error, y volvió con el cuadro a la plaza. De nuevo el zapatero se puso a examinar el cuadro, y notó que el error había sido corregido, pero siguió opinando críticamente sobre el resto de la obra, lo cual colmó la paciencia de Apeles, espetándole la frase…¡zapatero a tus zapatos!
Esa anécdota enseña que no es malo, sino al contrario, demostrar conocimiento sobre cualquier cosa que tenga que ver con lo que se conoce y merezca una crítica. Apeles reconoció el error que le señaló el zapatero, pero, al mismo tiempo, le demostró que no debe excederse en la crítica sobre aspectos que se desconocen. Daniel, al parecer, no se pareció mucho al pintor Apeles con su respuesta a Nicho, pues no reconoció su error, y de remate aplicó la famosa frase sin razón ni derecho, porque la crítica de Nicho fue correcta…y quien hizo el cuadro fue Daniel.”