Guillermo Rothschuh Villanueva
25 de septiembre 2016
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“Toda la historia de la vida de un hombre está en su actitud”; la vida de Edgar Tijerino ha sido de permanente rebeldía frente al mundo”.
El libro de Edgar Tijerino "Yo Vago". Carlos Herrera/Confidencial
Para quien vive el tiempo con la velocidad del rayo, mañana puede ser tarde. La vida de Edgar Tijerino no ha conocido reposo, desde que era adolescente empezó a trabajar y no ha parado de hacerlo hasta el día de hoy. Primero lo hizo forzado por las circunstancias de pobreza y después por el deseo de ser el mejor en su oficio o profesión. Se impuso intensas jornadas —desde la cinco de la mañana hasta las diez de la noche— para poder sobresalir en un campo altamente competitivo. La mirada de Edgar va más allá de nuestras fronteras. Al no encontrar con quien competir en el ámbito doméstico, decidió tener como referente a los más grandes cronistas deportivos del universo. Con muy pocas excepciones, sus principales influencias provienen del exterior. Sus viajes por diferentes países lo pusieron en contacto con los escritores más connotados del campo deportivo.
Apegado al aforismo de Carlos Fuentes —los escritores no nos jubilamos— Edgar escribe todos los días. con el mismo entusiasmo con que se inició al despuntar los setenta del siglo pasado. La amplitud de su visión lo llevó a desbordar los límites en que se había enclaustrado la crónica deportiva nacional. La presencia arrolladora del beisbol, hizo que este deporte concitara toda la atención. Los otros dos deportes que reclamaban espacio eran el boxeo y el futbol. Con la particularidad y el agravante que muy pocos cronistas podían escribir con solvencia sobre cada uno de ellos. La llegada de Tijerino significó una ruptura. Se metió de lleno a escribir sobre beisbol, futbol, boxeo, judo, ping pong, atletismo, natación y un largo etcétera, como nadie lo había hecho antes en Nicaragua. Despegó como un bólido. Sin conocer el cansancio, ni darse tregua, marcó rutas inexploradas y asentó un estilo en una profesión carente del mismo.
La agudeza de su prosa y los riesgos que se tomaba al escribir, me llevaron a conocerle. Entonces cursaba segundo (1970), de derecho en la Universidad Centroamericana (UCA) y jamás pensé que sería el inicio de una amistad que todavía perdura. Compartimos sueños y esperanzas, discutíamos, disentíamos para ponernos de acuerdo de inmediato. Tuvimos un breve desencuentro muchísimos años después. Edgar se metió a defender algo tan evidente. Critiqué El Nuevo Diario por su política informativa condescendiente y oscilante. Edgar no quiso verlo. El tiempo me dio la razón de manera inmediata. Pedro Xavier Molina, forzado por la condición timorata de los dueños de El Nuevo Diario, se vio obligado a dimitir. Primero guillotinaron El Alacrán y ya empezaban a cortar sus alas, cuando decidió alzar vuelo hacia Confidencial. Con Edgar Seguimos compartiendo viejos dolores y creyendo en un mundo mejor.
Edgar me honró, al pedirme que escribiera unas líneas para Yo, Vago, se las comparto:
“Las memorias de Edgar Tijerino constituyen un lienzo multicolor. Con estilo acerado, sin hacer concesiones, fija los claroscuros de su vida, con la sincera intención que podamos constatar sus caídas y recaídas. Contrariando la regla, rectifica que la niñez no es destino. Con tinta indeleble traza los giros bruscos impresos en su existencia. A medio camino ya es el mismo. Tuvo que extraviar los pasos para luego enderezar el rumbo. En espléndida metamorfosis revitalizará la prosa deportiva, la introducirá por caminos inesperados. Dará por inaugurada en Nicaragua, la verdadera y auténtica crónica deportiva. Para ejercer su indiscutible magisterio, Edgar forjó su propio cenáculo, desde donde emergerán decenas de discípulos. Ante la inexistencia de la carrera de deportes a nivel universitario, su ejemplo les sirve de inspiración para labrarse su propio camino.
“Yo vago, permite conocer su entrega sin límites —como requisito indispensable— para ejercer su liderazgo como cronista. En forma paralela, como un endemoniado, decantó su forma de escribir metiéndose de lleno a leer a los mejores cronistas, ensayistas, poetas y literatos. Disciplinado, Edgar es ajeno a todo tipo de improvisación. Sabía que para trascender tenía que meterse de lleno a auscultar las mil y un variantes utilizadas por los mejores practicantes del oficio de escritor. La obra de nuestro paisano inevitable, don Rubén Darío, será su texto de cabecera. Someterá su vasta biblioteca a un ejercicio cotidiano de consulta. Empecinado por ser el mejor, muchas veces compite con su propia sombra. Se sentará extasiado a escudriñar las páginas de Talase, Mailer, Wolfe, Capote, Murray, García Márquez, Kapuscinski, Monsiváis, etc.
“Memorioso e impulsivo, obcecado e irreverente, acude a la cita indicada en el momento oportuno, no hay manera de hacerle transigir cuando cree que tiene la razón, en su territorio no existe deportista ni político a salvo de sus dardos. Para ser un ciudadano integral, Edgar se vio compelido a fijar sus posiciones políticas. Plantea sin ambages sus querencias y aversiones en este campo. De no haberlo hecho, hubiese incurrido en un pecado mayor. Crítico solvente, desdeña y cuestiona el aforismo de pan y circo para el pueblo. Transparente, a través de Dobleplay da a conocer su agenda del día. Sabe tocar las fibras más sensibles de sus millares de lectores y radioescuchas. Parafraseando al escritor mexicano Julio Torri: “Toda la historia de la vida de un hombre está en su actitud”; la vida de Edgar Tijerino ha sido de permanente rebeldía frente al mundo”.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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