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Viaje desde casa por el mundo

Encerrados en nuestras casas tenemos la opción de viajar por el globo, usando toda la parafernalia tecnológica puesta a nuestra disposición.

Encerrados en nuestras casas tenemos la opción de viajar por el globo

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1968 no solo fue el año de las protestas estudiantiles por el mundo, los campus universitarios de Francia, México, Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña, Polonia, Italia y Japón, fueron sacudidos por la revuelta estudiantil. En ese mismo año Estados Unidos dio inicio a una serie de pruebas que empezaron a redefinir los conceptos de fronteras y soberanía. Mientras los estudiantes aparecían como un nuevo actor político, la Universidad de Stanford impartía una serie de cursos en conexión directa con universidades brasileñas. La Universidad de Stanford no utilizó los sistemas nacionales de telecomunicaciones. El hecho reveló que estas podían ser obviadas. La IBM lo había hecho antes. Desde su sede central se conectaba de manera directa con otras naciones. Los satélites posibilitaban nuevas formas de comunicación.

La aparición de internet sirvió como acelerador, las telecomunicaciones nacionales eran compradas por mastodontes mediáticos. El panorama mundial era otro. La oleada de privatizaciones arrasó con cualquier forma de oposición al reordenamiento de la economía mundial. El maridaje de las telecomunicaciones, la comunicación social e internet hacían posible la globalización. El paisaje mundial empezaba a ser remodelado. Ese mismo orden, hoy se ve desafiado por una pandemia que exige redefiniciones. El coronavirus divide la historia contemporánea en un antes y un después. Encerrados en nuestras casas tenemos la opción de viajar por el globo, usando toda la parafernalia tecnológica puesta a nuestra disposición. Desplazarnos a nuestras anchas por todas partes como lo hiciera el poeta Joaquín Pasos.

Desde mi propio encierro vuelvo a las páginas entrañables del poeta granadino. Siendo apenas adolescente me extasié leyendo la antología Poemas de un joven, preparada y prologada por Ernesto Cardenal. Asumiendo el mismo esquema adoptado por Pasos, el poeta Cardenal dividió la antología en tres partes, siendo la primera —Poemas de un joven que no ha viajado nunca— la que me produjo sobresaltos. Joaquín Pasos jamás había salido del entorno centroamericano. Su prodigiosa imaginación, asistida por sus lecturas, le permitió escribir poemas inolvidables sobre una diversidad de países por los que nunca estuvo. Joaquín Pasos fue a su manera un viajero inmóvil. Desanduvo todo un continente (Asia) y nos ofreció poemas para siempre sobre la impresión que tenía sobre Alemania o Noruega, etc.

Muchísimos años antes que Pasos viajara por el viejo continente, el novelista Julio Verne había cautivado nuestro espíritu. ¡Dichosa nuestra generación! ¡Pudimos asomarnos a sus páginas! ¡Toda su obra estaba en las estanterías de las bibliotecas! ¿Tendría oportunidad Joaquín de leer a Verne? Puede que sí, puede que no. Insisto. ¡Ninguna postal edulcorada puede sustituir la visión que ofrecen escritores y artistas de cualquier ciudad del mundo! Un Joaquín Pasos ingenioso lanza su saeta: El tiempo está en las arterias y en los émbolos de las arterias locomotoras que van marchando con su tren hacia... Asia”. Se había bajado del barco para subirse a la locomotora. Viaja hacia un universo distinto. Nos deja el sabor que le impregnó su geografía. Un mundo que acelera su propio corazón. Sin haber despegado pie, viaja hacia otros sueños.


Hoy podemos desplazarnos a la velocidad de la luz, acercarnos desde nuestras casas, abriendo esa enorme ventana que es internet, acercarnos a los estibaderos de Nueva York o desandar por la Quinta Avenida, para ver la tragedia que viven sus gentes. Mientras tanto yo viajo hacia el centro de la tierra asido de la mano del francés Julio Verne. Me meto a las entrañas del volcán Snaefellsgökulls, próximo a Reikiavik. Seré testigo de la osadía del malhumorado profesor Otto Lidenbrock y del joven Axel, quien venció su aprehensión de acompañar en esta odisea al profesor de mineralogía. Contratan al cazador Hans como guía. En la medida que bajan hacia el centro de la tierra por las chimeneas, comprenden que están en el vientre del infierno. ¿Quieren saber el final? ¿Qué hay en las entrañas de la tierra? ¡Viajen por sus páginas!

La ventaja de tener la biblioteca en casa (me refiero a internet), permite realizar viajes más avezados, sentir de cerca la temperatura del planeta y la explosión de miedo que estremece al mundo. ¡España, Italia y Ecuador no acaban de salir del horror! Viajar por otras tierras no me causa dentera. Aunque es importante conocer otras culturas, asomarse a otras sensibilidades, visitar sus museos. Conversar con sus gentes. La única vez que se me antojó conocer una ciudad la debo al sinólogo alemán Joachim Schickel. La lectura de Gran muralla, gran método, fue el estimulante que disparó mi paladar. Beijín apareció ante a mis ojos en todo su esplendor. La descripción de la ciudad, su diseño arquitectónico, la anchura de sus calles y la manera cómo desembocan en la Plaza Central, un dulce despertar para mi imaginación.

Existen otras maneras de desplazarse hacia territorios desconocidos. Dar una vuelta por el tercer mundo y viajar al país de los cronopios, como lo hace Julio Cortázar en La vuelta al día en ochenta mundos. Solo esto bastaría para aplacar tu sed de aventuras. El humor porteño que le caracterizó e hizo posible que compartiera con nosotros sus Historias de Cronopios y Famas, ondea a lo largo de una travesía que suplirá cualquier deseo de viajar hacia otras tierras, ahora que las circunstancias lo impiden. No estará demás confesarles que el título del libro (una variante) lo debe a su tocayo Julio Verne. Para qué me crean dejo con ustedes a Cortázar: “Todo lo que sigue —apunta en la primera página— participa lo más posible… de esa respiración de la esponja en la que continuamente entran y salen peces de recuerdos, alianzas fulminantes de tiempo y estados y materias que la seriedad, esa señora demasiado escuchada, consideraría inconcebibles”.

Dos de sus retratos, canto a flor de piel, homenaje, culto y admiración, provocarán tú apetito exaltado. En el primer tomo de la Vuelta al día en ochenta mundos evoca al eterno Gardel. Para disfrutar al cantor argentino hay que seguir las instrucciones de Cortázar con el mismo rigor que asumimos el tablero de dirección de Rayuela. Aclara, que a Gardel hay que escucharlo a través de la victrola. No importan las distorsiones que supone. “Su voz sale de ella como la escuchó el pueblo que no pudo escucharlo en persona, como salía de zaguanes en el año veinticuatro o veinticinco… Su voz alta y lleno de quiebros, con las guitarras metálicas crepitando en el fondo de las bocinas verde y rosa”. A su lado Danilo Aguirre, alegre como nunca, amante cantor del tango, aplaude a Cortázar. Sus afinidades son evidentes. Su voz sigue colándose por los zaguanes y el arrabal.

En el segundo tomo, Julio Cortázar, conocedor y amante del jazz, nos hace viajar hasta París la noche del 9 de noviembre de 1952, para que hagamos barra a Louis Armstrong. Esa noche se presentará en el teatro des Champs Elysées, el mismo teatro donde el grandísimo cronopio Nijiski, descubrió que “en el aire hay columpios secretos y escaleras que llevan a la alegría”. Dentro de un minuto saldrá Louis al escenario. Será el comienzo del fin del mundo. El despelote es contagioso. Julio me sienta a su orilla. Me dice al oído: “Viste como los cronopios se desbordan por la sala, como se tiran al suelo y se apelotonan por todos los espacios disponibles”. Los acomodadores lucen indignados. Están acostumbrados a un público modoso, bien educado. Los cronopios no acostumbran darles propinas y siempre que pueden se ubican por su cuenta, sonríe Cortázar.

En 1968 nos asomábamos al despertar de una nueva realidad. A estas alturas del siglo veintiuno la promesa se consolida. Las clases virtuales son una práctica generalizada. Universidades y centro educativos de distintos niveles se asisten de las nuevas tecnologías para desarrollar sus planes y programas de estudio. El coronavirus aceleró el proceso. El comercio en línea, la telemedicina, la asistencia a través de drones en regiones del planeta donde no existe otra posibilidad de acceso, se han convertido en una necesidad imperiosa. Los satélites de localización y el crecimiento prodigioso de optoelectrónica resuelven en un dos por tres los más variados retos. La circulación impresa de diarios y revistas agoniza. Para subsistir se han mudado a la Red. Todo es aquí y ahora. Viajamos a la velocidad del vértigo. Tendremos que hacer una pausa.

La ventaja hoy en día es que las redes sociales facilitan viajar y asistir a las más variadas actividades. La Unesco puso a la orden el acceso público a su biblioteca mundial; Pasa la Página el acceso a más de quinientas revistas; el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, habilitó su plataforma digital para la transmisión gratuita de obras y conciertos. La Filarmónica de Berlín abrió gratuitamente su Digital Concert Hall. Igualmente lo hicieron el Museo de Louvre en París, el Museo Arqueológico Atenas, British Museum de Londres y National Gallery of art- en Washington. Una invitación maravillosa para quedarnos en casa y conectarnos con el mundo. Aunque nada, absolutamente nada, puede sustituir el contacto humano. Tenemos que resguardarnos mientras el coronavirus siga con su cuada de muertes. ¡Seamos viajeros inmóviles!


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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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