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Venezuela: ¿Y ahora qué?

Si el oficialismo y la oposición entienden que un choque entre ellos terminará en desastre, quizás privilegien la necesidad de acordar

Un grupo de personas celebran la victoria obtenida por la coalición opositora Mesa de Unidad Democrática (MUD) en Caracas. EFE/Manaure Quintero.

Luis Vicente León

14 de diciembre 2015

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La oposición concretó el triunfo que se esperaba, aunque también ocurrió la reducción de la brecha que las encuestas registraron al final de la campaña. La oposición ganó con 16 puntos porcentuales, cuando llegó a estar en 30 en la precampaña. Pero el chavismo toma agua de su propio chocolate y las distorsiones creadas por ellos en 2010 se voltean en su contra y permiten que la oposición, con 57% de los votos, crezca hasta 67% de los diputados, logrando la preciada súper mayoría que le otorga el máximo poder que la Constitución permite al Legislativo.

Pero, luego del triunfo opositor, quedan más preguntas que respuestas: ¿Y ahora qué? ¿Se lograrán acuerdos o se irá por el barranco del conflicto de poderes? ¿La oposición podrá presionar cambios o el gobierno intentará bloquearla usando su control férreo en el resto de las instituciones? Que, por cierto, ¿seguirán siendo tan férreos después de la derrota?

No pretendo dar respuestas a todas estás preguntas, entre otras cosas porque no las tengo. Pero comparto algunas preocupaciones sobre el futuro.

Durante los últimos años el país se desacostumbró al balance de poder y a la necesidad de negociación para dar gobernabilidad al país. El chavismo se convirtió en un tren que tenía frente a sí sólo algunas bicicletas que ni siquiera pertenecían a un equipo. Usó su fuerza y su control sin límites y no dudó en aplastar cualquier cosa que se le pusiera irreverentemente al frente. Pero pensó lo que siempre piensan los trenes "todopoderosos": que su poder incuestionable duraría por siempre. El problema es que se le fue su conductor principal; el suplente no es tan hábil como el anterior; la prepotencia del poderoso los llevó a cometer graves errores y se negaron a rectificar; sus abusos permanentes unificaron al adversario y la población, afectado principal, presionó la integración de las bicicletas y las convirtió, por el voto popular, en un tren alternativo con el mandato concreto de controlar al otro, idealmente sin chocar con él.


¿Se resolvió con esto el problema? No todavía. Cambió la situación, hay nuevos poderes en juego y nada será como antes, pero no podemos aún estimar el desenlace. La mayoría calificada de la oposición sólo funcionará si se logra mantener al 100% su articulación. El gobierno, más allá de las fintas de pocker para mostrar los dientes y protegerse de un enemigo que ahora le resulta peligroso, podría abrir un poco el compás y negociar algunos cambios básicos para garantizarse la gobernabilidad, pero también puede decidir embestir con su tren al otro, poniendo de gasolina su control institucional sobre el TSJ y el que tiene sobre las armas legales e ilegales del país. No me queda claro si su control futuro sobre estos instrumentos será tan fuerte como en el pasado, luego de una derrota que debilita su relación directa con la gente, pero si lo tiene y lo usa, la pregunta entonces será ¿qué hará la oposición? Puede que al principio no quiera conflicto y busque presionar acuerdos sobre aspectos claves del país, pero si se encuentra cercada y despreciado el poder y la responsabilidad que le otorga y le exige la Constitución, podría no quedarle otra vía que concentrarse en las acciones legales conducentes a sacar al gobierno del poder (referéndum, asamblea constituyente, destitución de ministros y magistrados, juicios políticos) y también en la defensa de sus derechos legítimos por la vía que corresponda.

Si los dos trenes entienden que un choque entre ellos terminará con un desastre en ambos lados quizás privilegien la necesidad de acordar. Pero si no, el conflicto está garantizado y no sabemos como será el desenlace final. Ojalá todos privilegien la racionalidad.

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Publicado originalmente en El Universal.


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