31 de octubre 2024
La primera vuelta de las elecciones nacionales (27 de octubre) dejó el camino hacia el balotaje y al descubierto la existencia de dos bloques políticos bien definidos y en pugna por el futuro de un país que parece rechazar las polarizaciones extremas y la violencia política.
Con una participación superior al 90%, los uruguayos reafirmaron su tradición democrática. No hubo denuncias de incidentes ni actos de violencia durante la jornada, lo que consolidó una vez más la imagen de estabilidad política que caracteriza al país.
Sin embargo, lo más interesante de este ciclo electoral no son las figuras en competencia —dos candidatos de perfil moderado y con dilatada trayectoria pública—, sino lo que cada uno representa en términos de modelos de gestión y visión de país.
Uruguay, fiel a su pragmatismo, se volvió a dividir entre dos bloques sólidos electoralmente: por un lado, el Frente Amplio, que aglutina a la izquierda bajo una bandera unificada; por otro, la Coalición Republicana, un conglomerado de partidos de centroderecha que busca continuar el rumbo trazado por el gobierno de Luis Lacalle Pou.
El balotaje del 24 de noviembre no será una disputa entre un candidato outsider y otro del sistema, sino entre dos hombres con amplia experiencia política. Tanto Orsi como Delgado han recorrido un largo camino en sus respectivos partidos. Orsi, como intendente del departamento de Canelones, se ha consolidado como una figura de destaque en el FA. Delgado, por su parte, fue senador y ocupó el cargo de secretario de la Presidencia bajo la administración de Lacalle Pou, convirtiéndose en uno de sus hombres de mayor confianza.
La campaña ha sido relativamente tranquila, sin grandes sobresaltos, y ambos candidatos han mantenido un perfil bajo en los medios. Sin embargo, el verdadero trasfondo de esta elección va más allá de sus personalidades. Lo que está en juego es la continuidad o el cambio del modelo de gestión que ha prevalecido en los últimos cinco años. La ciudadanía deberá decidir si ratifica el rumbo que ha seguido el país con la CR o si opta por regresar a un gobierno del FA, que estuvo en el poder entre 2005 y 2020.
Coalición Republicana
En la primera vuelta, la CR sumó el 47,3% de los votos, mientras que el FA obtuvo el 43,9%. Esto marca una recuperación de más del 4% para la izquierda en comparación con las elecciones de 2019, pero no fue suficiente para alcanzar la mayoría que esperaban. Por otro lado, los resultados evidencian un reacomodo dentro de la Coalición Republicana, ya que Cabildo Abierto, uno de sus partidos aliados, perdió sus tres bancas en el Senado, mientras que el Partido Colorado recuperó dos.
Este cambio en la configuración de fuerzas dentro de la CR tiene consecuencias importantes para la forma de negociar y el liderazgo de Delgado, quien deberá gestionar nuevas dinámicas si logra acceder a la presidencia: su principal interlocutor serán los colorados.
A pesar de estos ajustes internos no menores en la CR, Delgado ha quedado bien posicionado para el balotaje, con un respaldo significativo gracias a la gestión de Lacalle Pou, que mantiene una popularidad superior al 50%.
Por su parte, la votación de Gustavo Salle, un candidato antisistema que creó el partido Identidad Soberana, caracterizado por oponerse abiertamente a la agenda 2030 y a las vacunas del COVID-19, generó sorpresa. Su performance le valió dos escaños en Diputados, lo que podría complicar la aprobación de futuras leyes. Salle ya ha adelantado que votará anulado en el balotaje, lo que refuerza la incertidumbre sobre los resultados finales.
En las generales de Uruguay también se votaban dos plebiscitos. Uno contra la reforma de la seguridad social realizada por la administración de Lacalle Pou y otro para aprobar la posibilidad de realizar allanamientos nocturnos en las casas bajo orden de un juez. Ambos no lograron el 50% para ser aprobados. Más allá de las cifras, el contundente rechazo al plebiscito sobre la derogación del actual sistema de pensiones celebrado fue un indicador claro de hacia dónde parece inclinarse la mayoría del país. El revés con más del 60% de las voluntades en contra de la derogación impulsada por la central obrera y los sectores más radicales de la izquierda refuerza la idea de que los uruguayos prefieren mantener la estabilidad del rumbo.
Este plebiscito representó una clara victoria para Lacalle Pou, quien defendió una reforma a todas luces impopular pero necesaria, que incluyó entre otras cosas el aumento de la edad jubilatoria de 60 a 65 años.
El Frente Amplio
A pesar de que el oficialismo con Delgado a la cabeza salió bien parado de la primera vuelta, no es ni por asomo garantía de triunfo en noviembre. El FA cuenta con una base electoral sólida, y su líder, Yamandú Orsi, tiene el apoyo explícito del expresidente y líder del Movimiento de Participación Popular, José “Pepe” Mujica, quien sigue siendo una figura influyente en la política uruguaya.
El FA logró asegurarse 16 bancas en el Senado. Esa mayoría simple le otorga una capacidad de veto sobre decisiones clave, como el nombramiento de embajadores o el ascenso de generales en el Ejército, lo que no es menor.
Ambos bloques enfrentan un desafío mayor hacia el balotaje: movilizar a los votantes del otro bloque o a los que votaron en blanco o anulado en la primera vuelta. Estos electores tendrán la llave para definir el resultado en noviembre.
Por otro lado, Delgado cuenta también con la ventaja de representar a un gobierno que, en general, es bien valorado por la mayoría de la opinión pública. También a su favor la percepción de que no hay un ambiente de cambio en el país. Orsi, por otro lado, deberá convencer de que su proyecto de gobierno representa una renovación, pero sin caer en los discursos radicales populistas tan tentadores por estos días en América Latina.
Las próximas semanas hacia el balotaje serán decisivas. La capacidad de ambos candidatos para captar votos fuera de sus bases tradicionales, sumada a un debate obligatorio al que deben acudir los dos candidatos, marcará el rumbo y el destino de la campaña.
Al cierre de la noche de la primera vuelta hubo alegría en filas coalicionistas y caras preocupadas entre los opositores del FA. Unos festejaron con cautela, otros respiraron hondo y se dedicaron a analizar los números finos que tampoco son malos. El final es incierto y define un electorado no cautivo muy volátil e impredecible. Los dados no están echados. En estos momentos se agitan nerviosamente en el vaso.
Lo que parece quedar claro es que, gane quien gane en noviembre, Uruguay seguirá demostrando al mundo su compromiso con la democracia y la estabilidad institucional.
*Texto publicado originalmente en Diálogo Político y republicado por Latinoamérica21