16 de abril 2019
No es cierto que los asesinos siempre regresen al lugar del crimen, porque aquí han pasado 363 días… ¡y ni siquiera han salido!
Pero cualquiera fuere el tiempo que haga falta para hacer justicia por sus múltiples crímenes, el fin de la dictadura Ortega-Murillo la garantiza la continuidad en la unidad de la Insurrección de Abril. Esta resistencia no les augura una permanencia muy larga, menos que puedan esperar otro abril, porque, como gobierno, no tienen nada nuevo que ofrecer que pudiera tener efectos amnésicos entre la población.
Además, los dictadores tienen tantos delitos en su haber, que se multiplica la no razón de su permanencia en el poder por más tiempo, causando más dolores a las familias nicaragüenses. Y causaron ya demasiado asombro internacional con su barbarie, que hace más amplia y profunda la reclamación de justicia para las víctimas y de condena para los victimarios.
No son pocos los sentimientos lesionados por la dictadura durante todo un año, no por malos entendidos –mucho menos por falta de discusiones—, sino por el descarado incumplimiento de los acuerdos del 29 de marzo, único motivo que paraliza las negociaciones entre los encomenderos de la dictadura y la delegación de la Alianza Cívica.
El estancamiento de las pláticas no es signo de avance de la dictadura sobre las fuerzas en la resistencia popular. Quienes quisieran pensar en eso, olvidarían que la dictadura solo depende de su Policía y sus paramilitares, y si con esa fuerza armada y su brutalidad no han podido ni dan señales de poder derrotar la resistencia del pueblo desarmado. (Hago omisión del Ejército, porque, a menos por el momento, su complicidad sigue tapada con la máscara de la imparcialidad).
A los dictadores les falta la razón histórica, porque responden a un sistema político anacrónico y contrario a los intereses del pueblo; les falta ética y moralidad en su comportamiento político, lo que les quita todo derecho a representar a nadie que no sea una minoría opresora y parasitaria.
Con esos antivalores en ristre, los dictadores no pueden ganar las calles, pues el hecho de que le impidan al pueblo manifestarse no es que haya perdido las calles, porque siguen siendo suyas no solo por un derecho constitucional irrenunciable, sino también por su indeclinable voluntad de manifestarse en ellas, sea en grupo o en masa, pese a la represión. La dictadura solo ha reafirmado su condición de violador de un derecho humano más.
Los poderes del Estado son nominales por su total dependencia del Ejecutivo, sus funcionarios no representan ningún poder propio y no pasan de ser una pandilla burocrática emisora de leyes y decretos ajenos a su voluntad. En este aspecto, las instituciones estatales sí, son “apolíticas”, porque no pasan de ser meros instrumentos sin alma del poder de los Ortega-Murillo y su mafia política.
Del exterior, los dictadores han recibido de abril a abril, dos cosas: la presión diplomática contra su permanencia en el poder, y el apoyo político más retórico que real, de parte de expresiones conservadoras de una izquierda más fiel “a los principios” que conocedora de nuestra realidad. La cooperación económica venezolana, quedó atrás… mejor decir: quedó en la bolsa delos dictadores y su pandilla.
Como comentarista, perdería sinceridad si omitiera que, pese al apoyo político en organismos internacionales de la mayoría de países a favor del pueblo nicaragüense, no se trata de una solidaridad libre de intereses geopolíticos. Ese apoyo le viene de gobiernos no todos solventes con los derechos sociales de sus pueblos, y actúan en armonía con los intereses geopolíticos de los Estados Unidos, cuya prepotente actuación hace rato ha calificado como policía del mundo, y, en particular, tiene saldos negativos en sus relaciones históricas con nuestro país.
(Quienes piensan que eso de ser policía del mundo “es cosa del pasado”, ahí tienen el secuestro en la embajada ecuatoriana en Londres del periodista Julián Assange, por gestión de los Estados Unidos ante el traidor Lenin Moreno. El supuesto delito de Assange, es divulgar por Wikileaks los crímenes de guerra y en la paz de los Estados Unidos en varias partes del mundo. Aquí, en las humanidades de Miguel Mora y Lucía Pineda, tienen un ejemplo de cómo el poder castiga a los periodistas que denuncian sus crímenes, pero nadie castiga a los criminales).
Ninguna lucha está libre de problemas, y no cambian la realidad que estamos viviendo. La realidad que podemos cambiar, no la que los opresores sueñan eternizar. La realidad que debemos vivir tal cual la merecemos, no es la realidad que nos imponen.
Nuestra realidad actual no puede ser más clara: tenemos una acción unitaria que llevamos de manera positiva, pese a la diversidad de nuestros intereses encontrados, dentro de la Alianza Cívica por la Libertad y la Democracia y en la Unidad Nacional Azul y Blanco. Ningún secreto: hay diferencias de clases, de militancias políticas, de ideologías, de modos de vida y de conductas sociales.
Nada más ejemplar que esta unidad, jamás antes lograda en nuestro país –pese a que hay mucha experiencia en el campo de las alianzas en el pasado—, porque representa y concentra a todas las expresiones políticas, éticas y culturales de la nación no integradas en una sola clase social imposible, sino actuando unidas en la lucha por liberar a Nicaragua del régimen dictatorial que oprime los derechos democráticos de todos. No todos, como individuos, tenemos derechos comunes, pero es común a todos, como hijos de la misma patria, el deseo y el deber de verla libre y de vivirla en democracia.
¿Qué significa eso en los hechos? Significa:
Que otros como usted y yo, y miles más como nosotros, teniendo un origen de clase diferente al de los empresarios del Cosep, coincidimos y confiamos en la Alianza Cívica y en la UNAB, porque a su través y con su unidad en la acción, luchamos para ser ciudadanos libres de opresión y represión; para tener autoridades nacionales elegidas por la mayoría, sin reelección, respeten nuestros derechos constitucionales, y que no se sirvan del poder para enriquecerse a la sombra del Estado. Solo para empezar.
Que, al mismo tiempo, podemos luchar y resolver nuestras contradicciones sociales y políticas sin límites ni restricciones, pero con respeto mutuo, a la Constitución y a las leyes aprobadas por representantes del pueblo en una Asamblea Nacional, no elegidos por compadrazgo politiquero, con fraudes y artimañas –como ahora—, sino por sus méritos ciudadanos y su reconocida honestidad en sus relaciones con el pueblo nicaragüense y sus intereses.
Que cuando nos tengamos que enfrentar en una huelga, en las calles o ante la justicia laboral, nosotros como obreros y los otros como empresarios –miembros de partidos distintos, creyentes y no creyentes— se haga prevalecer el derecho que nos asista según la ley, y no por la recomendación del politiquero corrupto ante funcionarios y policías venales.
De igual manera interpreto cómo debe ser vista y atendida la solidaridad internacional con nuestra lucha: diversa en lo político y lo ideológico, pero respetuosa de nuestra independencia, así venga de parte de gobiernos progresistas o de gobiernos reaccionarios.
Es decir, que ningún tipo de solidaridad que recibamos, de países de cualquier región del mundo y con cualquier sistema político y social, nos sea dada con sinceridad o por cálculos geopolíticos, que no comprometa nuestros derechos como país, a tener relación respetuosa con todos los países, así haya alguno que se crea el policía del mundo.
La continuidad, hasta el triunfo, y quizás después del triunfo de la Insurrección de Abril, necesita de la unidad para construir una sociedad diferente y mejor, y todo intento por romperla deberemos hacerla fracasar, como ya están fracasando los intentos del orteguismo por distanciar al pueblo auto convocado de la Alianza Cívica y de la Unidad Nacional Azul y Blanco. En esto no hay misterios ni ilusiones, sino la convicción de que esta unidad es la mejor y única fuerza de que dispone el pueblo en esta histórica lucha por su libertad.