17 de diciembre 2019
En una carta en campo pagado, del 10 de diciembre, titulada “Ayer y hoy”, Humberto Ortega, hermano del dictador, distorsiona nuevamente la historia, acomodándola caprichosamente a sus veleidades personales. Ortega se muestra preocupado, fundamentalmente, en desplegar una versión sesgada de los hechos históricos en la que su rol personal figure positivamente en los acontecimientos nacionales deformados. Un rol y una versión de los hechos que nadie, absolutamente nadie, lógicamente comparte.
El ridículo de cambiar la historia voluntariosamente
En su carta, Ortega sostiene:
(Luego de reunirnos con Fonseca en San José en 1969) se da un salto cualitativo político, jurídico y organizativo, aprobamos las líneas estratégicas político-militares, el Programa Histórico, los estatutos…
Un salto político, organizativo (nada tiene que ver el salto jurídico) no ocurre –como cree Ortega- porque un puñado de partidarios de la lucha guerrillera aprueben estatutos, o lo que Ortega llama, incorrectamente, programa histórico.
Los saltos políticos, para un partido u organización política, ocurren cuando se convierte en un organismo de masas. No por un hecho subjetivo, por la adopción de resoluciones en un congreso (menos aún por acuerdos de una célula guerrillera en San José), sino, por los efectos de tales resoluciones en las luchas sociales. Piensa Ortega que en 1969 aprueban líneas político-estratégicas de validez permanente, es decir, validas con independencia del cambio de circunstancias y del cambio de la situación política en el tiempo. Lo que revela que a esta fecha Ortega (siempre voluntarioso y subjetivo en extremo) no sepa aún qué sea una línea política ni qué sea una línea estratégica: necesariamente concretas, coyunturales, objetivas.
Estrategia y coyuntura
Toda situación política concreta viene definida por la posición relativa en torno al poder de las tres clases fundamentales de la sociedad. Los saltos políticos ocurren, consecuentemente, en relación con esta correlación de fuerzas sociales. Ortega, en cambio, mantiene aún una visión subjetiva extrema, definida como infantil e incurable, que otorga a la voluntad guerrillera la capacidad de imponer a la sociedad el curso de la historia. Escribe Ortega:
Comprometidos moral y éticamente a guiar nuestro actuar con nuestro juramento pudimos colocarnos al frente del pueblo… para derrumbar a la cruel dictadura dinástica de los Somoza, cerrando así el ciclo histórico dictadura militar-insurrección…
La acción política de un partido o de una organización política (no es el caso de hablar de acción ética o moral en abstracto, fuera, o anterior, a la línea política) no se decide por juramento alguno, sino, por un método de toma de decisiones en función de principios teóricos de interpretación y de transformación de la sociedad. La política, a partir de Maquiavelo, es una ciencia. No es un juramento lo que hace que el pueblo acepte la dirección de una organización guerrillera.
Por el contrario, la sublevación del pueblo en contra de Somoza, en enero de 1978, no guarda vínculo alguno, de causalidad, con la acción guerrillera del sandinismo en ningún periodo de su historia. Menos aún, con los descalabros militares evidentes del sandinismo en octubre de 1977(en San Carlos y en Masaya). Operaciones guerrilleras tácticamente desastrosas en su concepción y en su ejecución. La caída de Somoza fue, por supuesto, más de carácter político que militar.
La desintegración completa de la guardia –cuando estaba prácticamente intacta- ocurrió con la huida de Somoza (precipitada por la reacción que tuvo en EEUU el asesinato de Bill Stewart). De pronto, la guardia quedó políticamente decapitada, sin razón de ser, y como simple órgano pretoriano se desbandó penosamente, en desorden.
Derribar la dictadura no es un ciclo histórico que se cierre
Del resto, no hay ciclos históricos, sino, etapas de desarrollo, y menos que haya ciclos históricos que se cierren, como dice Ortega. La historia de un país atrasado se repite por ciclos mientras subsistan las causas del atraso, pero, no evoluciona por ciclos, sino, por saltos cualitativos de las formas de sociedad (lo que implica saltos irreversibles en el desarrollo de las fuerzas productivas y, consecuentemente, en el modo y en las relaciones de producción).
Las bases objetivas de una dictadura militar reaparecen cada vez que una crisis empuja a las masas a resolver las causas del colapso económico con una nueva hegemonía, que las clases dominantes intentan frenar por medios dictatoriales. El gobierno dictatorial normalmente es circunstancial, expresión de la lucha de clases, salvo en economías muy atrasadas, donde la burocracia consigue, vía corrupción, la principal forma de acumulación de capital. En tal caso, la dictadura (usando bandas del lumpenproletariado como fuerzas de choque), como bonapartismo sui generis, precapitalista, reproduce con cierta estabilidad el estancamiento de la sociedad, escandalosamente saqueada en sus recursos públicos.
La guerra civil de los ochenta no se resolvió voluntariosamente
Ortega interpreta el fin de la guerra, también, como decisión subjetiva:
En 1989 logramos la implementación de los pasos políticos-constitucionales para poner fin a la inmensa sangría…
Cuando la derrota militar de la burocracia sandinista es una tendencia estratégica inminente (por el fin de la guerra fría, por la pérdida del apoyo soviético, por el inmenso desgaste de nuestra economía, y por la abrumadora pérdida de vidas humanas en el servicio militar obligatorio), esta burocracia en peligro, para poner fin a la guerra que se perfila insostenible, negocia concesiones políticas que resulten esenciales para el control del poder por vía electoral. Humberto Ortega, en cambio, insiste en misteriosos cambios subjetivos en la voluntad de la burocracia autoritaria:
Logrando la conexión con nuestras penetrantes miradas (entre sandinistas y contras) al sentirnos por encima de todo como seres humanos, lo que nos permitió conversar, discutir, negociar… logramos debatiendo con respeto articular las elecciones libres para afianzar la paz…
Dado que la derrota militar asoma a las puertas, la burocracia sandinista se percata que son seres humanos, y pierden la petulancia de ser dios. Entonces, se negocia un acuerdo apresurado para detener la derrota inminente con un acuerdo de paz. Ortega presenta esta maniobra política como si fuese un cálculo político principista del sandinismo que coincidiría con el interés nacional:
Con las elecciones libres de febrero de 1990 entramos a la etapa de paz y forja de la democracia del ciclo histórico revolución-democracia que inicia en 1979…
En julio de 1979 inicia, no un ciclo, sino, la contrarrevolución sandinista, el aparato partidario se adueña del país. No hay un ciclo de revolución-democracia. Normalmente, a la revolución le sigue un proceso de contrarrevolución inmediata, porque el aparato del partido en el poder tiende a convertirse en amenaza burocrática.
La formación de la nación es un proceso de conquistas democráticas
Nuestra nación padece las consecuencias del atraso, la debilidad extrema de las clases fundamentales de la sociedad, de modo, que los corruptos encuentran estabilidad política en formas de gobierno de dictadura militar. Ortega, en su carta, pasa por alto –como si tuviera una chuleta en los ojos- la naturaleza del poder dictatorial actual de su hermano:
Hoy urge pasos sabios y firmes, justos que superen la crisis tan dolorosa que desde abril del año pasado todos padecemos… que el gobierno apele a mecanismos legítimos que permitan a los prisioneros de esta crisis política estar libres…
Lo que urge son cambios políticos profundos que resuelvan la crisis con la derrota definitiva del orteguismo.
Es el pueblo quien padece la crisis (y quien padece el terrorismo amenazante contra los derechos humanos) que el orteguismo produce.
La liberación de los presos políticos es parte de la lucha por la liberación nacional
Ortega piensa que los resultados electorales lograrían difuminar las características retrógradas y antinacionales del orteguismo dictatorial:
Gane quien gane las elecciones libres pueda con menos dificultades convocar un Acuerdo Nacional que sustente debidamente su programa de gobierno...
Una dictadura corrupta, marcada adicionalmente con los crímenes de lesa humanidad, no puede obtener legitimidad por elección alguna. Su programa de gobierno –cualquiera que sea- tiene como sustento esencial el abuso dictatorial, de modo, que no puede ser parte de un acuerdo nacional. Ortega se dirige falsamente a su hermano, el dictador, como si fuese un gobernante civilizado:
En estos momentos, su Gobierno, presidente Ortega, tiene la oportunidad para un gesto justo hondamente humanista, agilizando trámites para la libertad de los encarcelados…
En estos momentos, el dictador no tiene ya ninguna oportunidad de ser humanista. Como dictador, con crímenes de lesa humanidad, no es ni puede ser humanista. Liberar a los presos políticos para el dictador es una carta de negociación, no de humanidad.
Desde la óptica retrógrada orteguista la política consistiría, únicamente, en definir quién jode a quién (y usa, para imponerse en esta mezquina contienda, métodos terroristas).
La política revolucionaria, en cambio, determina conscientemente la transformación objetivamente necesaria de la sociedad en sentido progresista, barriendo los obstáculos al progreso por la movilización combativa de masas.
*Ingeniero eléctrico