Guillermo Rothschuh Villanueva
10 de septiembre 2017
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La trompada propinada por Mario a Gabo, provocó un hecho insólito. En vez de halagar a su mujer, al enterarse de lo ocurrido, esta perdió su compostura
No termino de asimilar el tratamiento dado por Xavi Ayén, al desencuentro definitivo entre García Márquez y Mario Vargas. Albergaba la idea que arrojaría nuevas luces acerca del distanciamiento ocurrido entre estos dos grandes escritores. Ambos habían hecho de la amistad un apostolado. Pensé que al fin podría enterarme de los pormenores de su abrupto rompimiento. El hecho ocurrió el 12 de febrero de 1974. La trompada que Mario propinó a Gabo en México, durante el pre-estreno de la película La odisea de los Andes, de Álvaro Covacevich, en la sala de Canacine, produjo asombro. El motivo del escándalo tiene dos versiones. La primera es que Gabo cometió la indiscreción de revelarle a Patricia, alguna de las correrías de su marido, cuando estuvo por Barcelona. La otra y más aceptada por los especialistas: fue que Patricia dijo a Vargas Llosa que Gabo la había enamorado. Su marido le compró la historia.
Marito —fiel hasta la temeridad— apenas unos meses después de lo ocurrido, andaba tras las faldas de Susana. La relación con Patricia naufragaba. El escritor flaubertiano, por razones de principio, no podía contradecirse. El autor de La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary (1975), no podía distanciarse de sus predicados amorosos. Ayén documenta que tras ciertas dudas, la nueva pareja —Mario y Susana— se instalaron un tiempo en Barcelona. En septiembre de 1974, desembarcó en la misma ciudad, donde había estrechado su relación con García Márquez y había llegado a vivir con Patricia, junto con sus tres hijos. Ante los temores de ser objeto de críticas por el affaire, una amiga le dijo: Aquí nadie te va a juzgar, Mario. Se alojaron en un apartamento de la residencia Victoria, en Pedralbes. La relación no aguantó mucho. Susana tuvo que regresar a Madrid. Una separación temporal. Mario saldría nuevamente tras ella.
El escritor chileno Jorge Edwards, documenta que acompañó a Mario hasta Madrid, en busca de la dama de sus desvaríos. El galán iba con intención de raptarla. Un Romeo de nuevo cuño o París en busca de Helena. Salió en su búsqueda. Trató de evitar que su nueva hazaña amorosa no zozobrara. Tal vez no pensaba que el marido de Susana los iba a ir esperar al aeropuerto para impedir la huida. Al menos eso cuenta el chileno. Edwards narra que Mario se puso histérico. Perdió la compostura. Le contó que el marido estaba armado y él acudió en su ayuda. Como en esas novelitas rosas, esas que lanzaron a la fama a la española Corín Tellado, al no poder tomar el avión, los tres se volvieron en taxi a Barcelona. Imagínese: vinimos los tres, la amante, Mario y yo, evoca el chileno. Para mitigar el espanto, cuenta que no le quedó alternativa que hacer bromas. Él estaba igualmente atemorizado. Me voy a colgar un cartel con la inscripción: ‘Yo no soy Vargas Llosa’, por si aparecía el marido, manifestó al amigo. No ocurrió nada extraordinario.
Algunos años después, creyendo que Mario estaba curado para siempre de reincidir en sus andanzas amorosas, Ayén expresa de manera categórica en su investigación, que Patricia ha sido y es la gran mujer de la vida de Vargas Llosa, como el mismo lo reconoció en el discurso de recepción del Premio Nobel en Estocolmo, en diciembre de 2010. Ayén transcribió la carta de separación que Vargas Llosa envió a su prima y esposa, Julia Urquidi, anunciándole la separación definitiva. Exalta la coherencia de vida del autor de La tía Julia y el escribidor, (Seix Barral, 1977) y Elogio de la madrastra, (TusQuets, 1988). En la carta Mario de le hace saber —como en verdad debe ser— que solo el amor puede sostener una relación. La atracción y el cariño entre dos personas, vienen a ser la única razón para permanecer juntos. Se separa de su tía Julia, para casarse con Patricia, su bella prima. Los amores en Vargas Llosa —igual que en sus novelas— tienen un sesgo especial.
En lo que acierta el catalán, es en título que reservó a este apartado: Gabo y Mario, historia de un fratricidio. También acierta con el epígrafe que precede a este relato. Tal vez con la intención de advertirnos que no había encontrado nada nuevo, incluye el diálogo que Vargas Llosa sostiene con José Carvajal. Este le inquiere: ¿Qué fue lo que ocurrió realmente entre usted y García Márquez? ¿Por qué fue que se enemistaron? Vargas Llosa, responde: Bueno, eso vamos a dejárselo a los historiadores—. En lo demás, Ayén juntó los rumores y distintas versiones, sin llegar a esclarecer los motivos de la ruptura entre ambos deicidas. Los españoles sin excepción —sean vascos, catalanes o andaluces— saben tallar piezas memorables, cuando se trata de escribir para la prensa del corazón. La revista Hola, tiene un vasto universo de lectores a lo largo de latinoamérica. Son los abanderados de un tipo de escritura acorde con la civilización del espectáculo. Esa misma que Mario ridiculiza.
En lo que coincide Ayén, con quienes han tocado el tema de la disolución de una amistad que hizo época en los anales de la literatura, ha sido en hacerse eco de una prensa cada vez más propensa por brindar mayor cobertura a las correrías de los escritores, que a la valoración de su propia obra. Como también coincide que fueron los celos que Patricia metió en la cabeza de su marido —seguramente con el propósito de evitar el hundimiento de su relación— los causantes de la desgracia. Dos de sus acompañantes la noche anterior de la partida de Patricia —Jorge Edwards y Brice Echenique— aducen que el resquebrajamiento no se debió a razones políticas. Gabo la llevó al aeropuerto —subraya Echenique— y se despidió con un beso de caballero, nada más. La turbulencia que vivía la pareja, condujeron a Patricia —a darle a entender a Mario— que mientras él parecía distanciarse… ella pudo haber recibido un análogo cariño por parte de García Márquez.
La trompada propinada por Mario a Gabo, provocó un hecho insólito. En vez de halagar a su mujer, al enterarse de lo ocurrido, esta perdió su compostura. Terminó convertida en una energúmena. Así testimonia el periodista Francisco Igartua, quien llevó a Mario a dejar hasta su casa, el día de la trifulca. Cuenta que Patricia lo esperó con los cañones sueltos. ¡Imbécil! ¡Cretino!... ¿Qué te has creído?... Me has puesto a mí de hazmerreír en público. Voló una lámpara en dirección de la cabeza de Mario. —Me ha llamado la Gaba, medio mundo… ¡Eres un imbécil! El fuego de Patricia iba creciendo y las lámparas volaban por los aires en búsqueda de la cabeza de Mario, quien hierático, no habría la boca… El cadete Vargas Llosa, igual que el Jaguar en La ciudad y los perros, (1962), sintió que tenía que vengar la afrenta. ¿La reacción de Patricia se debió a que al final sintió remordimientos? Lo dicho por Igartua, ratifica que los celos obnubilaron a Mario. El macho se sintió herido.
Visto el suceso en la distancia, ¿cuáles serían las verdaderas causas por las que se distanciaron para siempre, dos de las figuras más emblemáticas del boom? Gabo decidió guardar silencio sepulcral. El sabor que me dejó este capítulo del libro —Aquellos años del boom…— sigue siendo agrio. Ayén, en vez de despejar dudas, se dedicó a recoger las distintas versiones sobre el desencuentro. ¿Sería que le resultó imposible ir más allá de lo dicho? ¿Cuánto suma a su libro haber incluido el fratricidio? El justifica que lo incluyó por motivos estrictamente literarios. Al no tener agarrado el toro por los cuernos, optó por atar los cabos sueltos de lo que se sigue diciendo acerca de la desavenencia entre dos amigos entrañables. Nunca restañaron las heridas. La insistencia por señalar a Patricia como responsable de la ruptura, me lleva a pensar que fue ella y nadie más, quien echó perder la amistad que tenían con los Gabos.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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