Guillermo Rothschuh Villanueva
3 de abril 2016
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Los editores muy pocas veces pierden. Tienen un olfato privilegiado a la hora de escoger a quiénes van editar
En las librerías del Mercado Huembes uno encuentra libros baratos, raros, nuevos, usados, limpios, maltratados, empastados, despatarrangados, deshojados, sin portadas y hasta con dedicatorias cuyos dueños decidieron no quitarlas cuando fueron a venderlos al mercado o tal vez fueron sustraídos de sus bibliotecas y el ladrón una vez leídos o tal vez ni siquiera abrió sus páginas, no tuvo la delicadeza o precaución de arrancarlas. Cada cierto tiempo visito la librería Jerusalén de las gemelas Mercedes y Darling Cerda Martínez. Es un deleite leer los centenares de títulos puestos a disposición de lectores a quienes poco importa su procedencia. Ofertan best sellers y libros nuevos sin que les hayan desprendido el sello de las bibliotecas universitarias donde fueron robados. Los vendedores no tienen la prudencia de arrancar estas páginas. Esto poco importa a los compradores. Su interés radica en encontrar títulos y autores que atraigan a los lectores para aplacar este vicio incurable.
En las cuatro librerías la gente se arremolina dentro y fuera de los pasillos, claro indicador que los nicaragüenses leen. Hay un momento especial por las aglomeraciones que ocurren durante la apertura de clases de primaria y secundaria. Los padres de familia acuden por docenas en busca de textos para sus hijos. El regateo es una práctica extendida. Preguntan precios. Negocian. Las rebajas son altas. Un libro que al inicio era ofrecido en ciento cincuenta córdobas, al final pueden obtenerlo a cien. Incluso hasta en ochenta. Si no están de acuerdo salen hacer un recorrido por las distintas librerías del Huembes hasta conseguir precios más bajos. La competencia es cuestión de todos los días. Las ofertas permanentes. Mercedes debe tener memoria de elefante. ¿Cómo hará para saber que el álgebra usada de Baldor que está vendiendo —con la rebaja ofrecida— no está perdiendo? Sería interesante conocer en base a qué criterios determina los precios. Un misterio todavía por develar.
El mismo fenómeno ocurre en las librerías de Marcelo Fornos, Aura Lila Pavón y Ulises Zeledón. ¿Cómo saber los malabarismos que realizan para no perder? Hay libros de literatura a precios irrisorios. Las novelas de García Márquez —El relato de un náufrago o Crónica de una muerte anunciada— solo para ejemplificar, son ofertadas a treinta o cuarenta córdobas. El otro día que llegué las gemelas Cerda tenían ediciones nuevas de Cien Años de Soledad de la editorial Norma, a cien córdobas por ejemplar. Como compré varios para regalarlos a mis alumnos los adquirí a ochenta. Mejor precio no podían ofrecerme. Pienso que el comprador más avispado en estas librerías sigue siendo el profesor Fernando Vallejos Suárez. Jamás dejará de asombrarme. Se aparece con títulos difíciles de conseguir. Cuando lo interrogo siempre me responde lo mismo: los compré en el Huembes. Su biblioteca ha crecido a través de la compra de libros en estas librerías. El pasmo obedece a los precios que los obtuvo.
Me pasé meses buscando Elogio de la madrastra sin haberla conseguido. Ni Literato ni Hispamer la tenían. Daba por descontado encontrar la novela controversial de Vargas Llosa. Un medio día que fui donde las gemelas Cerda Martínez —para mi regocijo— encontré varios ejemplares nuevos en sus anaqueles. Me costó ochenta córdobas. Una amiga me lo había pedido de regalo y fue hasta entonces que pude colmar su antojo. Como ocurría con los viejos libreros, pueden encargar algunas obras y más temprano que tarde satisfarán tu apetito. El libro que nunca encontré —aún bajo encargo— fue Tres Tristes Tigres, la obra monumental del cubanísimo Guillermo Cabrera Infante. Tenía ganas de releerlo. Dagoberto Quintanilla me prestó un viejo ejemplar, hasta hace unos meses pude adquirirlo en Literato. La nueva edición de Seix Barral viene sin censuras. Lo que no han podido conseguirme son Los Idus de Marzo de Thornton Wilder. No pierdo la esperanza de encontrarla en estos lugares.
Los derechos de autor son cautelados celosamente —no tanto por los autores— como por las editoriales. Se quedan con la tajada del león. En Nicaragua casi todas pagan el 10%. Hay quienes prefieren les entreguen el pago en libros. Cuando el pago es en dinero lo entregan en la medida que la obra va vendiéndose. Casi no ceden plata anticipada. Los autores no tienen control sobre el total de ejemplares editados. Siempre son más de los que aparecen en el colofón. Las medidas que adoptan para preservar los derechos de propiedad intelectual son extremas. Las reproducciones deben contar con su venia. No comulgo con este criterio. Tengo una posición contraria. Hago la reserva de ley, pero cualquiera puede reproducir total o parcialmente mis libros. Lo único que pido es acreditar la fuente. Estoy convencido que los derechos morales —en mi caso— pesan más que los derechos patrimoniales. Los editores muy pocas veces pierden. Tienen un olfato privilegiado a la hora de escoger a quiénes van editar.
Para mi sorpresa —a estas alturas nada debería sorprenderme— una vez más otro de mis libros —Asedios a la Libertad Marzo, 2016— se está vendiendo en las librerías del Huembes. ¿Cómo diablos lo obtuvieron si a mí los impresores me entregaron la totalidad pactada? Todo escritor aspira a ser leído. Entre más más amplio el sistema de distribución mayores probalidades de agrandar el círculo de lectores. Me enteré de su venta en el Huembes porque me lo dijo el profesor Vallejos Suárez. Esta vez le fue mal. Ulises no cedió ante su solicitud de rebaja. Argumentó que se trataba de un libro recién salido del horno. La única explicación posible: qué el número de ejemplares editados haya sido mayor al que se pagó a la impresora. Para mí esto constituye una buena noticia. Como no escribo para hacer dinero —tampoco piensen que una entradita extra me vendría mal— me sentí regocijado al saber que Asedios a la Libertad se encuentra de venta en las librerías del Huembes. ¡Es como ceñirme una nueva corona!
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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