Guillermo Rothschuh Villanueva
28 de agosto 2016
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Más allá de las discusiones sobre la urgencia de modificar los planes de estudio de periodismo, hay que entender que los cambios son irreversibles
"La cultura del secreto impide entregar toda clase de información oficial a los medios independientes"
8 PRESENTADORAS DE TV A DIETA:
Por gordas las sacan del aire hasta que adelgacen
El País- 18 agosto 2016.
Pese a las tempranas advertencias —a mediados de la década del ochenta del siglo pasado— que el mundo de los medios empezaba a vivir una revolución de carácter copernicano, cuyas consecuencias apenas empezaban a manifestarse, personas vinculadas con la comunicación, aún no saben leer los tiempos. Los primeros en ser alertados fueron medios y periodistas. Internet deshacía su rostro. El monopolio de la información le era arrebatado. Los medios dejaban de ser referente privilegiado y los periodistas encontraban su contrapartida en las amplias posibilidades —todavía en ciernes— que internet abría a la ciudadanía. Nada sería igual a partir de ese momento, (1981). El panorama mediático sufría una transformación acelerada. Una metamorfosis que todavía no se sabe hasta dónde llegará. La parafernalia tecnológica posee el encanto de conectarse de mil y un maneras.
El problema que confrontan algunos medios y periodistas ha sido no adecuarse a las mudanzas que experimenta el mundo de la comunicación. A comienzos de los noventa del siglo pasado, empezó a hablarse de ciberperiodismo. Aparecieron los primeros textos dando cuenta del fenómeno. Antes que internet desbordara las fronteras de los medios tradicionales, la televisión fue el primer dispositivo en encajar sus golpes. La concepción de lo que hasta entonces se consideraba como noticia cambió. Las imágenes empezaban a realizar su labor de zapa. Como había ocurrido en el pasado inmediato, las tecnologías más desarrolladas estaban a su servicio. Los hechos que podían traducirse en imágenes eran y son los que captan la atención. Se empezó a otorgar credibilidad a lo que se ve. El televidente era convertido en testigo de lo acontecido. Es el encargado de dar por cierto lo visto.
Las disputas sobre cuál medio prevalecería —si la televisión o internet— se resolvió a favor de internet, sin que esto significara dar de baja a la televisión. Como sostiene el investigador español Miquel de Moragas, internet potencia a la televisión y la transforma sustancialmente. Los horarios tienden a flexibilizarse, surge la televisión a la carta, aparecen los formatos multimedia y múltiples formatos en la pantalla. La estructura de la televisión se ve afectada y las cadenas televisivas quedan atrapadas por la producción de contenidos (Netflix). Aparecen nuevas y variadas formas de consumo. Una pasiva (muchos continuaran atados a la programación de las cadenas) y una activa (la televisión a la carta). El esquema inforicos e infopobres se consolida y tiende a consolidarse. Algo predecible desde el primer momento. Una nueva forma de pobreza.
Con internet surgió la sobreabundancia de información, generada especialmente por personas ajenas al mundo del periodismo. Ya nada era igual. Su sobreabundancia relevó a la escasez de información existente. Ignacio Ramonet cree que esta sobreabundancia es una forma de censura contemporánea. Los antiguos mediadores eran reemplazados. El discurso no necesitaba de tantos intermediarios. ¿Acaso sobre este principio no había surgido la denominada comunicación alternativa? ¿Qué pasaba con la pregonada democratización de la información? ¿Por qué tanta alharaca? Surgía un cambio radical. Si en un inicio la consigna era a cada ciudadano una voz —ahora se preconiza— a cada ciudadano una computadora. Cada quien podía, a través de la expansión de la conectividad, mediar su voz. La posibilidad de democratizar la comunicación había llegado.
La incorporación sistemática de jóvenes provenientes de otras esferas en la televisión, provoca irritación y desasosiego entre graduadas y estudiantes de periodismo. La sienten como una intrusión en su mundo laboral. Los cuestionamientos a estas decisiones son desoídas. Su integración como presentadoras es objeto de cuestionamientos y burlas. La decisión proviene no solo de los propietarios de los canales, las exigencias las dicta la propia televisión. Mientras prevalezca el concepto de belleza imperante —reforzado a diario por este dispositivo— muy poco o nada podrá hacerse. El estatuto de los periodistas además resulta precario. No se les reconoce —aun con la proliferación de carreras de periodismo a lo largo y ancho del país— su estatuto profesional. Estimula la invasión masiva proveniente de otras profesiones. Una concepción forjada en los hornos de Estados Unidos.
Más allá de las discusiones sobre la urgencia de modificar los planes y programas de estudio de las carreras de periodismo, hay que entender que los cambios experimentados son irreversibles y seguirán un curso acelerado. Existen algunos descorazonados que cantan un réquiem a la prensa escrita y de paso al periodismo. Asistimos a una época de cambios y a un cambio de época. La angustia crece cuando los dueños de medios no encuentran todavía el modelo que permita hacer frente a la creciente pérdida de publicidad y a su abaratamiento a través de las redes. Jesús Polanco, artífice de El País, pensaba que la desaparición del periodismo no iba a ser provocada por internet y la digitalización. Más bien su muerte se debería a la imposibilidad de encontrar un nuevo modelo de negocios. Ansiedad de la que no pueden librarse hasta ahora. Una jaqueca permanente.
Existen verdades ineludibles, el ejercicio del periodismo tendrá que seguir siendo compartido con esa miríada de personas que generan información a través de las redes. La hibridez es una práctica extendida. La mayoría de medios —si no la totalidad— a aparte de su edición impresa están en la web. Los canales de televisión, las radioemisoras y los medios impresos cuentan con su edición digital. La televisión pasó a ser la principal fuente de información noticiosa. Hagamos a un lado por un momento el debate acerca de las formas de redacción, una para internet y otra para los medios tradicionales, la existencia de esta realidad obliga a quienes se han quedado atrás a realizar un viraje de 180 grados. Entre más tarde lo hagan, mayores serán los tropiezos, si no es que perecen en el intento. Mostrarse permeables a los cambios no supone aceptarlos de forma acrítica.
En esta disyuntiva soy de los que me apunto a creer que el periodismo seguirá por largo rato y qué los periodistas —hago caso omiso de los agoreros— seguirán siendo útiles y necesarios. Jeff Jarvis, reputado periodista de New Jersey, se sitúa en las antípodas. En su libro El fin de los medios de comunicación de masas, (Paidós, 2015), postula que el periodismo continúa redefiniendo sus perfiles y se interroga cómo serán las noticias del futuro. Muestra las numerosas ventajas de la red. La amplitud y las diversas conexiones que procura. Mi temor obedece a que el periodismo nicaragüense vive atento a lo que sostienen medios y autores estadounidenses. Casi de inmediato suscriben sus tesis. Sin duda Estados Unidos está ubicado en el borde delantero de estas transformaciones. La televisión e internet son propulsados desde sus entrañas. Son sus verdaderos artífices.
Mi posición la baso en dos premisas: medios y periodistas son y serán los encargados de estructurar un orden dentro de los millares de informaciones que se generan en internet. No me refiero a que muchas veces son falsas. Algo similar acontece en los medios existentes. Las personas continuaran demandando información filtrada para poder navegar en ese mar sin fondo que es la red. Los periodistas seguirán marcando el camino. Para lograrlo tendrán que seguir reconvirtiéndose. La otra premisa parte de una situación insoslayable: la realidad virtual entró en competencia con la realidad real y verdadera. Los riesgos de fabricar mundos paralelos son incalculables. No hay que ser pesimistas. Hoy más que nunca se requiere saber quién dijo que a través de las redes. Importa muchísimo conocer quién habla y desde dónde lo hace. ¡Los formatos seguirán cambiando!
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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