18 de octubre 2016
El cineasta norteamericano Michael Moore, conocido crítico del sistema político de su país y, desde luego, de las políticas de sus gobiernos y sus presidentes, quienes se comportan, más que como gobernantes uncidos por el voto popular, como funcionarios al servicio de las grandes corporaciones financieras e industriales. Dwight Eisenhower, presidente de los Estados Unidos entre 1953 y 1961, fue quien, desde lo más alto de la política oficial de ese Estado, alertó sobre el peligro que significaba –y sigue significando aún más— ese complejo industrial militar para su país y, por supuesto, también para el mundo.
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Y ese general tenía porqué saberlo: además de ser un destacado participante en la II Guerra Mundial, como presidente heredó –y no por su propia iniciativa— los planes de invasión a Cuba que luego ejecutaría John F. Kennedy, quien después del fracaso en Playa Girón (1961), los verdaderos dueños de aquella acción imperial se lo cobraron con su vida en 1964. Ese círculo de poder militar y económico ha crecido en vocación y determinación imperial, y se ha acrecentado como el peligro que señaló Eisenhower. Las disputas políticas vía electoral de bajo nivel, manejadas por este factor de poder imperial, animaron a Michael Moore a ver condiciones para un triunfo electoral de Donald Trump sobre Hilary Clinton, y no porque ella esté fuera de su influencia.
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Moore define a Trump como “el egoísta, el racista, el narcisista, el mentiroso”, pero luego reflexiona sobre el peligro real: “Enfrentémoslo: nuestro problema aquí no es Trump, es Hillary (porque) no es confiable, es deshonesta”. A estos “atributos” de Hillary Moore recuerda su ideología conservadora y sus responsabilidades en la ejecución de la política imperial norteamericana en el mundo árabe. Entre las causas por las cuales Estados Unidos pudiera tener un gobernante como Trump, y la posibilidad de que su rival también llegue a ser presidente, Moore menciona “el hastío y la rabia de los ciudadanos” por ese sistema construido históricamente con engaños, con hipocresías y con la degradación moral de sus clases gobernantes.
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Como ejemplo de eso, Moore recuerda el llamado “efecto Jesse Ventura”, seudónimo de un luchador profesional llamado “James George Janos, quien fue electo gobernador de Minnesota a fines de 1990 (…) no porque la gente sea estúpida o porque pensara era un hombre de Estado o un intelectual político”, sino porque “Minnesota está lleno de gente que tiene sentido del humor” (y) “Votar por Ventura fue su forma de burlarse de un sistema político enfermo”. Sin embargo, quizás no tenga mucho que ver el buen humor en esto, sino que los ciudadanos han comenzado a comprender que son víctimas de un “sistema político enfermo”... y eso no es un fenómeno político de nueva data.
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Un ejemplo del carácter demagógico que a las clases dominantes estadounidenses les ha facilitado su dominación política y económica, es su actitud en su vida de doble moral. Los llamados Padres fundadores plasmaron en la Constitución el precepto de que los “hombres nacen iguales”, pero ninguno de ellos dejó en libertad a sus esclavos ni sus concepciones religiosas fueron óbices para que actuaran con desprecio por la vida de los hombres negros esclavizados por su sistema. Esa hipocresía, perdura aún en la Constitución después de más de 200 años, y en ese lapso sigue siendo la misma, sigue tan vigente como la práctica del racismo, pese a que la han “enmendado” como han querido, sin alterar para nada la esencia de su injusta realidad social.
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Históricamente, está comprobada la raíz del asunto: los esclavistas-políticos –los fundadores— eran dueños de las tierras, y esta no podía producir riqueza sin el trabajo esclavizado; y sin la propiedad de las tierras y de los esclavos, no podrían ser dueños del poder económico y, con este poder, permitirse ser dueños del Estado, sin el cual no podrían haber ordenado a la sociedad con sus leyes y según sus intereses de esclavistas. La principal de estas leyes, fue la Constitución, con la cual deslindaron los derechos que sus autoridades permitirían disfrutar los ciudadanos, de acuerdo a la importancia de sus capitales, entre tanto, a los desposeídos les aplicarían más las obligaciones. Sus esclavos tenían las obligaciones y ningún derecho como seres humanos ante sus dueños, y dueños a la vez del poder, de las leyes y de las autoridades. Esta es una síntesis muy esquemática, lo sé, pero contiene la verdad histórica.
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Esa realidad política y social, en esencia, no ha variado, solo la han perfeccionado, refinado con las nuevas tecnologías productivas y, sobre todo, la han disfrazado como la única democracia verdadera del mundo. El disfraz más eficiente son sus elecciones (no,”las elecciones”), con las cuales las cúpulas financieros, industriales y militares pueden elegir representantes, senadores y presidentes; todos estos, son los dueños formales del gobierno, pero no son los dueños verdaderos del poder, sino sus empleado de alta categoría, aunque no siempre de alto prestigio. Sus campañas electorales son financiadas con mucho millones de dólares con el objetivo de hacerles una imagen tragable ante las masas, las alegres y alienadas masas, son las invitadas a los festivales electorales.
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Las elecciones, y sus campañas electorales, han adquirido un contenido tan escatológico, que los millones entregados a Trump y Clinton no han sido suficientes para limpiarles su imagen, sino para proyectar toda clase de vulgaridades. Nunca hubo en los Estados Unidos mayor descomposición de su sistema político, como ahora. Y todo lo dicho, por desgracia para la humanidad, tiene su proyección mundial, igual de descompuesta, pero sin la cual Estados Unidos no fuera la nación imperialista que ha sido desde más o menos un siglo y medio. Aun así, es cuasi venerado y obedecido por las clases dominantes de la mayoría de los países, como el policía mundial dominante y castigador. Bajo esas condiciones, solo políticos a lo Trump y a lo Hillary tienen opción de ser presidentes, su mejor empleado público.
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Quizás sean muchos los norteamericanos, como Michael Moore, quienes lleguen a pensar de forma tan radical sobre la historia y la realidad actual de su país, pero algo han de conocer como para poder haber llegado a la conclusión de que no se puede ocultar, menos negar, el carácter “enfermo” de su sistema político. O como un Berni Sanders, a quien no dejaron pasar de la primera base, por ser un crítico del poder de los monopolios y progresista, aunque fue capaz de gastar millones de dólares. Pero, ¿quién puede conocer siquiera los nombres de los otros candidatos, si el ejército mediático transnacional los vuelve invisibles hasta para su propio pueblo? Su delito: hacer críticas al sistema entre la población, en especial de su juventud, y por eso no pueden romper el muro millonario construido para proteger el triunfo de sus políticos corruptos.
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Así, ¿cómo esperar razonablemente que en sus elecciones no se disputen la presidencia formal del país gente de baja ralea para gobernar a favor de los intereses de la cúpula del poder financiero, militar, industrial, los verdaderos gobernantes de Estados Unidos? ¿Esto, no les hace recordar a presidentes matones como Truman, Reagan y los Bush, solo para mencionar casos ejemplares de su descompuesto sistema político? Son los hijos legítimos del sistema que critica Michael Moore. Otro norteamericano, el actor de cine Tom Hanks, definió en medios europeos el carácter escatófilo de las actuales elecciones como un “festival de mierda”.
Ruperta y Ruperto
- Las elecciones actuales en Estados Unidos, según Tom Hanks, es “un festival de mierda”, Rupertó…
- ¿Y vos qué pensás de “nuestras elecciones”, Rupertá?
- ¡Que son una mierda dentro de un zancudero, Rupertó!
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- La excelentísima embajadora Laura Dugo, Rupertá, declaró a nombre de su país, según Domingo, de La Prensa: “No vamos a invertir en un gobierno injusto”…
- Entonces, Rupertó, deber ser que cuando invirtieron millonadas de dólares en gobiernos como los de Somoza, Batista, Trujillo, Pinochet y otros similares… ¡en USA no habían inventado la justicia!
Cronología imperial (*)
1981.- El 2 de agosto, el líder panameño Omar Torrijos, murió al caer una avioneta durante un vuelo interno. Sus familiares acusaron a la CIA de haber preparado un sabotaje a la nave aérea, del también gobernante solidario con la revolución nicaragüense.
1981.- En noviembre, la Administración Reagan ordenó a la CIA la elaboración de un plan de acciones contrarrevolucionarias contra Nicaragua. En el mes siguiente, el Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos aprobó una partida de 19 millones de dólares para el reclutamiento y entrenamiento de una fuerza contrarrevolucionaria de 500 efectivos. La escalada de la agresión contra la revolución sandinista aumentó durante diez años.
(*) Resumida de Guía del Tercer Mundo-86.
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