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Un virus hijo del autoritarismo

Jamás se podrá ocultar la paternidad por omisión que el totalitarismo ha tenido en esta terrible tragedia mundial

Jamás se podrá ocultar la paternidad por omisión que el totalitarismo ha tenido en esta terrible tragedia mundial. La covid 19 es un virus hijo del autoritarimo

Silvio Prado

16 de abril 2020

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El virus que tiene inmovilizado a un tercio de la humanidad es una criatura salida de un régimen político opaco, carente de cualquier tipo de libertades, con un Estado alineado a un mando único, sin órganos de control independientes, cero pluralismo político ni sociedad civil, y con total ausencia de prensa independiente.  Es un producto digno de un mundo oscuro que se encuentra entre los mayores contaminadores del medio ambiente; un país asfixiado por la bota de la opresión.

Si hace algunos años Amartya Sen demostró que nunca ha habido hambrunas en regímenes democráticos pluripartidistas, por las mismas razones hoy se podría decir que el nivel de desconocimiento de un virus tan letal como el covid-19 no hubiese sido posible dentro de un sistema democrático acotado por elecciones competitivas, partidos de oposición y una prensa libre.

Al igual que otras dictaduras, cuando estalló el primer brote de la epidemia la cabeza del régimen chino, Xi Jinping, no tenía que temer ningún tipo de castigo de los electores por su falta de respuestas por dos razones: la ausencia de elecciones multipartidistas en un sistema de partido único, y la reciente eliminación de la Constitución de la restricción de permanecer en el cargo de Jefe de Estado más de diez años. Las reformas aprobadas por la Asamblea Nacional Popular, a propuesta del XIX Congreso del PCCh, entronizaron a Jinping como el nuevo “emperador”, a la altura de Mao Tse Tung y de Deng Xiaoping, pero con mayores poderes geopolíticos habida cuenta el peso de China en la economía mundial.

Las voces de los potenciales electores, quienes en teoría deberían aprobar o reprobar a los gobernantes, fueron censuradas. Las quejas de los ciudadanos Wuhan, en particular las advertencias del doctor Li Wenliang y de otros siete colegas que firmaron la primera carta que denunciaba el peligro inminente a finales de diciembre de 2019, no sólo fueron desoídas sino además reprimidas y sometidas a campañas de difamaciones por el aparato de propaganda del régimen. Lo mismo ocurrió con otros académicos que se atrevieron a denunciar las negligencias del Gobierno, como el profesor Xu Zhangrun días después de muerto Wenliang por coronavirus. En ambos casos, y para aleccionar a la sociedad, las autoridades chinas, obsesionadas por mantener el oscurantismo sobre la epidemia, mataron al mensajero.


Quienes hemos vivido bajo una dictadura sabemos que en un contexto de monopartidismo no hay formas pluralistas de fiscalización del poder absoluto. Sin partidos ni movimientos de oposición que lleven las demandas ciudadanas a los parlamentos, donde en los sistemas democráticos se controla a quienes gobiernan, es imposible que se sometan a debate público las decisiones que por acción u omisión afectarán la vida de los ciudadanos. ¿Dónde se discutieron las respuestas al virus antes de que escalara a epidemia? ¿Quiénes representaron a las personas que estaban sufriendo en carne propia los embates de la enfermedad? Posiblemente nunca se sepan las respuestas a estas y otras interrogantes acerca de las primeras semanas de la epidemia mientras alimentaba su voracidad. Como tampoco se sabrá si alguien respondió o responderá por los atropellos sufridos por los profesionales que intentaron dar la alarma sobre lo que estaba ocurriendo.

Quizás por las dimensiones planetarias que ha alcanzado la pandemia se sepa algo más de aquellos días iniciales, pero no se sabrá todo porque la opacidad está en el ADN de las dictaduras; es decir su lucha a muerte contra la libertad de prensa y la fiscalización independiente del poder.

Así como de los agujeros negros no sale ni un rayo de luz, el control férreo de la información no ha permitido que se conozca más allá de lo que la dictadura autoriza.  Gracias a esta eficiencia, casi cuatro meses después del primer caso hoy sabemos muy poco del comportamiento del virus en China. En particular no se tienen datos fiables que desde el propio inicio hubieran permitido identificar el fenómeno, como el universo real de contagio y por supuesto los alcances de su letalidad; así como tomar medidas urgentes y alertar a la comunidad internacional acerca del peligro que acechaba.

Reconstrucciones de la evolución del virus permiten confirmar que el régimen chino ha actuado con dolo desde el primer minuto ocultando la información. Por ejemplo, no comunicó a la OMS del brote en Wuhan hasta después de dos semanas que las autoridades sanitarias tuvieran conocimiento del mismo; además reportó cifras inferiores de contagio de “casos graves de neumonía” que fueron puestas en duda por asesores de la OMS, los mismos que el 11 de enero de 2020 acusaron a Pekín de haber ocultado por otras dos semanas la secuenciación del genoma del virus, lo que hubiera permitido elaborar test específicos para el tipo de virus que se estaba enfrentando. También mintieron días más tarde cuando dijeron que no había evidencias de transmisión de persona a persona, así como también dijeron que había personal del OMS trabajando sobre el terreno cuando en realidad su llegada no ocurrió hasta a inicios de febrero.

Por todo ello cada día se ponen más en duda que en todo el país solo hayan resultado infectadas aproximadamente 84,000 personas de las cuales habrían fallecidos menos de 3,500. Ni siquiera en Wuhan con sus 11 millones de personas resultan creíbles estos datos, más aún si se asume que la tasa de letalidad es al menos del 4.0%. Para tratar de desentrañar lo que ha ocurrido en esa ciudad, algunos análisis han decidido recurrir a indicadores indirectos, como el número de urnas funerarias entregadas a los familiares con las cenizas de los fallecidos, o el número de líneas de teléfonos celulares dadas de baja en los meses más agudos de la emergencia. Todo un ejercicio investigativo en condiciones del más absoluto secretismo.

¿Por qué este celo reforzado por controlar una información que incluso niega al derecho a reconocer que uno ha muerto? Sería reconocer que en esta epidemia Xi Jinping ha fracasado.

Se han cruzado dos variables fatales para el pueblo chino: la acumulación de un poder desmedido en manos del nuevo emperador y la letalidad arrasadora del covid-19. En este caso Jinping no tuvo la suerte de su antecesor en 2003, cuando la epidemia del SARS fue menos letal y saltó solo a 23 países, aunque tampoco se salvara de la censura oficial. Pero entonces, con Gro Harlem Bruntland, la combativa ex premier de Noruega al frente, tuvieron una OMS menos complaciente.

Ni las acciones propagandistas posteriores de la dictadura china, ni las relaciones de cooperación entre las comunidades científicas de oriente y occidente para encontrar tratamientos y una vacuna milagrosa, quitan responsabilidades a Xi Jinping y sus jerarcas en el surgimiento de este flagelo. Por mucho que ahora se intente poner medallas al autoritarismo frente a la democracia por su supuesta mayor efectividad para combatir la pandemia, jamás se podrá ocultar la paternidad por omisión que el totalitarismo ha tenido en esta terrible tragedia mundial. La ausencia de contrapoderes efectivos que garantiza la democracia (electores empoderados, parlamentos independientes y prensa libre) es el camino más directo al exterminio.


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Silvio Prado

Silvio Prado

Politólogo y sociólogo nicaragüense, viviendo en España. Es municipalista e investigador en temas relacionados con participación ciudadana y sociedad civil.

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