1 de agosto 2020
En febrero, advertí que diversas crisis previsibles («cisnes blancos») podían provocar una conmoción global a gran escala este año. Señalé que:
« (…) Estados Unidos e Irán ya han tenido una confrontación militar que es probable que se intensifique pronto; China sufre una epidemia viral que podría convertirse en pandemia mundial; hay una constante ciberguerra; importantes tenedores de Bonos del Tesoro de EE. UU. buscan estrategias de diversificación; las primarias presidenciales del partido Demócrata están poniendo al descubierto rencillas en la oposición a Trump y ya siembran dudas sobre los procesos de recuento de los votos; las rivalidades entre EE. UU. y cuatro potencias revisionistas están en aumento, así como crecen los costes en el mundo real del cambio climático y otras tendencias medioambientales».
Después de febrero, el brote de covid-19 en China terminó convirtiéndose en pandemia, lo cual nos dio la razón a quienes advertimos desde temprano que el coronavirus tendría graves consecuencias para la economía mundial. Inmensos paquetes de estímulo han permitido evitar que la «Mayor Recesión» de 2020 se convierta en una «Mayor Depresión». Pero el estado de la economía global sigue siendo frágil, e incluso si se produjera una recuperación en forma de V después de una enorme caída de la producción y de la demanda, puede ocurrir que sólo dure uno o dos trimestres, en vista del bajo nivel de la actividad económica.
Otra posibilidad es que con tanta incertidumbre, la aversión a riesgos y el desapalancamiento de corporaciones, particulares e incluso países enteros produzcan con el tiempo una recuperación más débil en forma de U. Pero si no se logra controlar el reciente incremento de casos de covid‑19 en EE. UU. y otros países, y si se produce una segunda ola durante el otoño e invierno en el hemisferio norte antes de que se descubra una vacuna segura y eficaz, es probable que la economía experimente una doble recesión en forma de W. Con un estado de la economía global tan frágil no se puede descartar una Mayor Depresión en forma de L a mediados de la década.
Además, como predije en febrero, la rivalidad entre EE. UU. y cuatro potencias revisionistas (China, Rusia, Irán y Corea del Norte) se aceleró con la cercanía de la elección presidencial de noviembre en aquel país. Hay cada vez más temor a que estos países estén usando armas cibernéticas para interferir en la elección estadounidense y profundizar las divisiones partidarias. Un resultado electoral parejo llevará casi con certeza a acusaciones cruzadas de que la elección estuvo «arreglada» y puede provocar un estallido social.
La crisis de la covid‑19 también agudizó la guerra fría que EE. UU. y China mantienen por cuestiones de comercio, tecnología, datos, inversiones y tipo de cambio. Hay una peligrosa escalada de tensiones geopolíticas en Hong Kong, Taiwán y los mares Oriental y Meridional de China. Por más que China y EE. UU. quieran evitar una confrontación militar, la creciente temeridad de ambas partes puede llevar a que se produzca algún incidente militar que se salga de control. Mi advertencia de febrero en el sentido de que la guerra fría sinoestadounidense puede ponerse caliente ha adquirido una nueva relevancia.
En Medio Oriente, yo esperaba que Irán escalara tensiones con EE. UU. y sus aliados, en particular Israel y Arabia Saudita. Pero en vista de la cada vez más notoria debilidad de Trump en las encuestas, es evidente que los iraníes eligieron una política de relativa autocontención, con la esperanza de que una victoria de Joe Biden lleve a que EE. UU. vuelva a participar en el acuerdo de 2015 sobre el programa nuclear iraní y las sanciones estadounidenses se flexibilicen. Sin embargo, se dice que Israel, consciente de que la ventana de oportunidad estratégica se está cerrando, ha comenzado a lanzar ataques encubiertos contra una variedad de objetivos militares y nucleares iraníes (con el apoyo tácito, es de suponer, de la administración Trump). Es así que se habla cada vez más de que pueda haber una «sorpresa de octubre» en relación con Medio Oriente.
También alerté sobre la posibilidad de que la administración Trump use sanciones contra China, Rusia y otros rivales para confiscarles y congelarles tenencias de títulos del Tesoro estadounidense, lo que incitaría a una venta masiva de esos títulos al adoptar dichos países un activo geopolíticamente más seguro como el oro. Este temor, sumado al riesgo de que un gran déficit fiscal monetizado estimule la inflación, ha provocado un encarecimiento del oro, que este año subió un 23%, y acumula una suma superior al 50% desde fines de 2018. La instrumentalización agresiva del dólar por parte de EE. UU. es un hecho, y su valor se ha estado debilitando conforme rivales y aliados tratan de reducir su exposición a activos denominados en dólares.
Otro motivo de preocupación cada vez mayor es el medioambiente. En el este de África, la desertificación ha creado condiciones ideales para la aparición de catastróficas plagas de langostas que están destruyendo cultivos y medios de vida. Una investigación reciente sugiere que en las próximas décadas, las pérdidas de cosechas provocadas por el aumento de temperaturas y la desertificación expulsarán a cientos de millones de personas desde las zonas tropicales cálidas hacia EE. UU., Europa y otras regiones templadas. Y otros estudios recientes advierten sobre la posibilidad de «puntos de inflexión» climáticos, por ejemplo, un derretimiento de grandes placas de hielo en la Antártida o Groenlandia que provoque un aumento repentino y catastrófico del nivel de los mares.
También se están volviendo más evidentes los vínculos entre el cambio climático y las pandemias. El avance de los seres humanos sobre los hábitats naturales aumenta la frecuencia de contactos con murciélagos y otros vectores de enfermedades zoonóticas. Y es cada vez mayor el temor a que el derretimiento del permafrost siberiano libere virus mortales que tras estar largo tiempo congelados puedan propagarse rápidamente por el mundo como la COVID‑19.
¿Por qué los mercados financieros observan impávidos todos estos riesgos? Tras una caída de entre 30 y 40% al principio de la pandemia, muchas bolsas han recuperado la mayor parte de lo perdido, gracias a la inmensa respuesta de la política fiscal y a la esperanza de que muy pronto haya una vacuna contra la COVID‑19. La recuperación en forma de V de los mercados indica que los inversores anticipan una recuperación en forma de V de la economía.
El problema es que lo que era verdad en febrero sigue siéndolo hoy: todavía pueden producirse acontecimientos económicos, financieros, geopolíticos o sanitarios imprevisibles pero de alto impacto («riesgos de cola») que alteren la marcha de la economía de un día para el otro; muchos de esos riesgos todavía subsisten y algunos se han agudizado durante la crisis actual. Las cotizaciones de los mercados no suelen reflejar bien los riesgos de cola políticos y geopolíticos (por no hablar de los ambientales) porque se trata de hechos cuya probabilidad es difícil de evaluar. Pero en vista de lo sucedido en los últimos meses, no debería sorprendernos que antes de fin de año la economía mundial vuelva a verse sacudida por uno o más cisnes blancos.
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