12 de julio 2024
Botines blancos y zapatillas de materiales sintéticos, a veces de otros colores, combinados casi siempre, y blanca la suela en los pies de mujeres y hombre –jóvenes y viejos—en calles, barrios y centros públicos—, dando la idea de ser una ciudadanía uniformada y de un mismo equipo deportivo. Esta es una escena diaria en cualquier parte del país.
Junto a los pies de tanta gente uniformada, camina por las calles la nostalgia por los días de cuando se usaban zapatos de cuero. Eran zapatos “finos”, “de partida” o “comerciales”, como se decía en el tiempo que yo los elaboraba. Los de ahora, son zapatos “de marca” importados en grandes pacas, vienen usados, después de haber andado por otras calles de otras ciudades en otros pies –grandes y pequeños— y ex hábitat de otros hongos.
Pero hay que estar “a la moda”, tanto por una dependencia económica que acabó con la industria artesanal del país, como por un coloniaje cultural que funciona de la cabeza hacia los pies. Se venden en tiendas de los mercados y en las aceras de las casas de quienes los comercian. Dos aspectos de un solo atraso de un lugar donde ya no tiene lugar el buen gusto de una individualidad desgastada, y suplantada por una necesidad colectiva.
¿Acaso el buen gusto es incompatible con la modestia económica?
¿y la modernidad acaso, es enemiga de la artesanía?
Hay dos respuestas que dicen no:
Managua en los años 40, 50 y 60
Una. En la Managua de los años 40, 50 y 60 había no menos de quince talleres en la Calle 15 de Septiembre, con sus respectivos salones con similares niveles de lujo en donde se exhibía su producción, según la voluntad y el gusto de los clientes, quienes hacían sus encargos a su medida y en los estilos escogidos en catálogos italianos actualizados, de los cuales no faltaban en cada taller-salón. Hubo un dueño de un taller-tienda de calzado que no compraba catálogos, y para estimular la creatividad del obrero alistador (el diseñador de la parte superior del calzado), le pagaba un córdoba extra por cada nuevo diseño de su invención.
Es verdad que la clientela en general tenía ciertas facultades económicas, pero también es verdad que la gran burguesía no era parte de esa clientela, pues una minoría de sus mujeres salían al exterior a proveerse de calzado, porque ningún comerciante importaba calzado extranjero, no por prohibición alguna, sino por innecesario. La calidad del calzado artesanal era de primera, incluso en Centroamérica, aunque lo principal de la materia prima, pieles finas importadas primero de la Alemania de pre guerra y después de los Estados Unidos. Había tenerías locales que procesaban el cuero de la ganadería nacional para producir pieles de segunda clase; sin embargo, la baqueta para la suela del calzado, sí era nicaragüense, salvo las suelas de goma o de hule.
Esa industria del calzado artesanal comenzó a decaer en la medida que el cuero nacional comenzó a ser exportado, y comenzó a importarse zapato de producción industrial, primero de una fábrica estadounidense instalada en El Salvador; después de instaló una fábrica en Masaya, y hubo talleres grandes que introdujeron maquinaria para utilizarla en ciertas partes del proceso productivo del calzado. Pero la importación de calzado decreció, hasta la casi liquidación de los talleres tradicionales, de los cuales apenas quedan algunos pequeños talleres en Masaya, Granada, León y Carazo. En algunos mercados hay trabajadores remendones de calzado, y no todos fueron zapateros.
El consumo de zapatos importados
Dos. Italia de los años 80, seguía siendo el mayor productor del mejor calzado industrial del mundo. Sin embargo, en 1984, cuando me tocó representar al Diario Barricada en el festival anual del Diario L´Unitá, en un barrio de Roma miré un salón de calzado, y detrás del salón, estaba el taller artesanal que lo producía, como cualquier taller-salón de la Managua de cuarenta años atrás.
Managua jamás ha sido ni será más moderna que Roma. Pero si algún gobierno honesto con sentido del desarrollo, y capitalistas inteligentes no solo interesados en las ganancias grandes e inmediatas hubiésemos tenido, se pudo haber salvado y hasta desarrollado la industria artesanal del calzado nicaragüense. En los años ochenta, aun había cómo hacerlo: utilizando la experiencia de los zapateros para crear un centro de aprendizaje y producción con carácter cooperativo.
El sindicato de zapateros de Managua intentó hacerlo, creando una cooperativa que no pudo asegurarse su futuro con sus propios recursos, y fracasó el esfuerzo. Los políticos y capitalistas –a veces gobiernos de políticos capitalistas, o que con el gobierno se hicieron capitalistas— solo han tenido ideas de cómo hacerse más ricos, sin concebir alguna idea de cómo frenar las importaciones y estimular la producción nacional. Quienes históricamente se apropiaron de las tierras, ha sido solo para exprimirle su fertilidad de forma más natural que científica, con fines de exportación.
¿Producir? Ya sus jornaleros lo hacen labrando la tierra y recogiendo sus frutos. Por buenos salarios para no morir de hambre, sino de desnutrición y enfermedades derivadas, junto a trabajadores de la ciudad saliendo del país en busca de trabajo, sin que preocupar a nadie, menos al gobierno. Somos un país con capitalistas como acostados en sus hamacas viendo crecer panzas y ganancias, gozando de su pereza feudal y consumiendo productos –entre ellos, zapatos— y vehículos importados por ellos mismos, todo apropiado para soñar que viven en un mundo civilizado, aunque sea bajo una prolongada dictadura.
Al margen de estas cuartillas
*Salvada la industria artesanal del calzado, ahora el país y sus ciudadanos no anduvieran caminando hacia atrás, con “zapatos prestados”…
*Este es un cuento de zapateros: una mujer imaginó que se iba a casar con un hombre virilmente bien dotado, porque usaba zapatos bastante grandes…
*Pero se equivocó. Y, en uno de esos inevitables pleitos matrimoniales, la mujer acusó al marido de haberla engañado…
*¡Si yo soy un hombre fiel, que nunca tuvo ojos para otra mujer!, se defendió…
*¡Sí… me engañaste, porque nunca me dijiste que usabas zapatos prestados!