25 de febrero 2019
Los banqueros y empresarios, Carlos Pellas, Ramiro Ortiz, José Antonio Baltodano, Roberto Zamora, Juan Bautista Sacasa, artífices del antidemocrático cogobierno corporativo que consolidó a la dictadura en los últimos diez años, conocidos en el mundo de las cámaras empresariales como “los asesores”, pidieron, en apariencia, una reunión a Ortega el pasado sábado 16 de febrero, para abordar entre ellos la salida de la crisis. O, si se quiere, para abordar con Ortega cuál sería la forma de ponerle fin a la crisis, aunque no se resuelva.
La crisis es el orteguismo
Es obvio que una crisis sin resolver (porque la crisis no es posible resolverla con Ortega, dado que la crisis es el orteguismo), aunque logre prolongar transitoriamente la permanencia de Ortega en el poder hacia el 2021, conduciría a un Estado fallido porque, a pesar de la bota orteguista sobre el descontento creciente del pueblo, la recesión de la economía no es posible revertirla sin la salida de Ortega.
En efecto, apenas Ortega se vea obligado a ceder una pequeña apertura democrática, por ella se desbordará, como si se le quitara el corcho a una botella de champán, una nueva insurrección contra la dictadura.
Un diálogo desconfiable
Los banqueros, luego de la reunión convocada por Ortega, piden en su comunicado del domingo siguiente que el pueblo respalde la negociación que ha propuesto Ortega. Porque, para ellos, ese es el único rol del pueblo, respaldar.
Pero, la negociación no es un fin en sí mismo, sino, otro escenario de combate estratégico. Y en todo terreno donde se desarrolle la lucha lo que se pide es que se desplieguen las propias fuerzas estratégicamente de cara al enfrentamiento táctico.
El pueblo, desde que se hizo público el diálogo, más bien, desconfía de él, no sólo porque la iniciativa la ha tomado Ortega, sino, también, porque se sabe intuitivamente que una negociación política durante una crisis de gobernabilidad no ocurre por buena voluntad (como dicen los ingenuos), sino, que la impone quien tiene ventaja, es decir, la impone y la organiza a su modo aquel a quien favorece en ese momento la correlación de fuerzas.
Ortega está a la defensiva a nivel internacional, está cercado, pero, está la ofensiva en el plano interno.
Un dialogo que marca el paso sin avanzar de sitio
En efecto, Ortega decide cuándo inicia el diálogo, decide cuántos asisten, cómo es que los medios se ausentarán, cuál es el rol de simple observador del cardenal Brenes (alguien que de mediador que dirigió el diálogo anterior y sugirió incluso la agenda a nombre de la Conferencia Episcopal, viene degradado ahora por Ortega al rol de oyente), lo que es indicativo de la nueva correlación de fuerzas entre Ortega y quienes integran el diálogo.
Ortega impone que el objetivo del diálogo sea para traer estabilidad y seguridad… a su gobierno, y para imponer la paz, o sea, para normalizar la operación del régimen dictatorial como antes de la rebelión de abril, aunque con una nueva ruta o un nuevo tipo de acuerdo con los empresarios. Obviamente, el tema de las elecciones anticipadas no encaja en ese objetivo señalado por Ortega, y el intento de incluirlo descarrilaría la negociación, en la que los banqueros coinciden con Ortega
La Alianza tiene limitaciones políticas
El comunicado de la Alianza, ambiguo y vago, dice que asumen el reto que la circunstancia le exige. Que el compromiso con los reos políticos estará presente. Y que la libertad es prioridad. Los temas para la Alianza son: justicia…, reformas electorales…, liberación de los presos políticos…
La Alianza existe sólo para el diálogo. Cuando el dialogo se frustra, la Alianza pasa a cuidados intensivos con un paro cardíaco. De modo, que quienes temen que Ortega vaya a cerrar esa alternativa, para ellos, única, dependen políticamente de Ortega, no de la lucha del pueblo. ¿Cuál es el reto, entonces, cuando la propia razón de ser depende del adversario?
Las circunstancias no exigen nada, como lo afirma la Alianza con su lenguaje abstracto. Las circunstancias crean oportunidades, pero, para quien tiene un plan de lucha. La liberación de los presos políticos no es un tema (como dice la Alianza), sino, una conquista a obtener mediante el avance de la correlación de fuerzas. La justicia tampoco es un tema, sino, que es el resultado de la reconstrucción de la sociedad sin influencia de Ortega. ¿Y las reformas electorales? Son inocuas si no se impone una alternativa de poder que doblegue a quien ve las leyes discrecionalmente, como un recurso a disposición de su capricho. Los empresarios, que controlan a la Alianza, no tienen como objetivo una alternativa de poder
El aliento inicial del diálogo anterior expresaba las consignas de la insurrección libertaria. El aliento del diálogo actual es el de los banqueros, y expresa las consignas de un nuevo cogobierno con Ortega.
Cese de la represión
Antes de iniciar la negociación es indispensable que la población marche nuevamente bajo las consignas libertarias, para vincular otra vez la negociación al mandato popular, al descontento de la población, no al acuerdo entre los banqueros y Ortega. Se requiere un bautismo de masas.
Los prisioneros políticos no son una categoría autónoma, a liberar de la cárcel, como los considera la Alianza al verles condenados por el sistema, sino, que son una consecuencia constante de la permanente actividad de un aparato represivo. Todos los ciudadanos somos, circunstancialmente, prisioneros políticos de tal aparato represivo. Talvez, sólo por cantar el himno o por ondear la bandera nacional.
De modo que, el fenómeno de los prisioneros políticos tiene vasos comunicantes con la ciudadanía en rebelión continua, con los perseguidos que viven ya en el clandestinaje, con los exilados que huyen. En fin, los prisioneros políticos son parte de la contradicción entre ciudadanía en rebelión y dictadura. Y su caso debe ser abordado dentro de esa contradicción vigente mientras exista el absolutismo, para gestar acciones combativas que frenen la represión.
Así, la consigna de libertad para los presos políticos se transforma, no en una gracia que se pida a Ortega en el diálogo, sino, en una lucha porque no exista represión, porque no exista orteguismo.
Desmontar el absolutismo
A un déspota no se le derrota negociando, sino, que se negocia su derrota, luego que la correlación de fuerzas le es desfavorable. Por ello, los negociadores a nombre del pueblo deben ser los mismos estrategas de la lucha, no quienes hayan sido seleccionados a dedo por la Conferencia Episcopal o por los banqueros.
El momento propicio para el diálogo no lo decide tampoco la óptica de los empresarios, por los efectos que resientan de la crisis económica. La negociación debe ocurrir al momento justo, cuando Ortega esté a la defensiva. Es decir, los términos de la negociación le deben ser impuestos a un Ortega debilitado, aislado, porque la salida de la crisis implica la conquista de la libertad y la derrota de Ortega.
Una negociación no es un punto de encuentro entre el dictador y el pueblo, o para restablecer confianza en el país. Los cambios institucionales, y la confianza en el país, sólo es posible lograrlos desmontando el absolutismo, no por una supuesta reconciliación con la opresión mediante un diálogo, como afirma el empresario Baltodano. La agenda de un diálogo válido es la misma agenda de la lucha popular: ¡Desmontar el absolutismo!
Un diálogo entre las partes de un conflicto es una negociación, y una negociación es otra forma de continuar el conflicto hacia la solución más probable según la correlación de fuerzas.
¿Hay que crear condiciones para el diálogo?
Las condiciones para el diálogo las debe crear la lucha, porque es la lucha –no la solicitud de los banqueros- la que prepara y le da contenido al diálogo en el momento oportuno para los combatientes por el cambio. Las condiciones dependen de la situación estratégica, no de gestos gratuitos.
Todas las demandas que surgen en la población, sobre las precondiciones, los negociadores, y los temas del diálogo, parecen buenas, parecen justas, parecen legítimas, pero, es como sacar todas las viandas e ingredientes del refrigerador y volcarlos en la mesa sin una receta de cocina que nos diga cuáles mezclar, en qué proporción, en qué secuencia, con cuál procedimiento. Estos elementos vienen definidos por la situación estratégica, no por la improvisación o por el deseo colectivo.
Si esta situación estratégica interna favorece hoy a Ortega, él eliminará los elementos que le molesten. En caso contrario, el pueblo organizado los impondrá apropiadamente. ¿Cuál es la situación estratégica?
El desmantelamiento del absolutismo es una estrategia libertaria, no un acuerdo con Ortega. Las negociaciones exitosas ocurren cuando una de las partes en conflicto ha sido derrotada en el campo de batalla. Antes de esa eventualidad, la negociación tiene la finalidad de mejorar la situación estratégica para cambiar la correlación de fuerzas de forma decisiva, únicamente mediante enfrentamientos exitosos. Negociación y enfrentamiento es un mismo proceso dialéctico de la contradicción en desarrollo.
El rol dirigente de los presos políticos
Habrá que someter el formato y la agenda de la negociación a la aprobación previa de los presos políticos. En especial, a la aprobación de quienes tienen la mayor condena. Y someter cualquier acuerdo a su aprobación previa. De esta forma se desplaza el centro de gravedad de la negociación hacia los luchadores, tanto en la forma como en el contenido.
Esta es la reacción táctica que provoca la maniobra negociadora de Ortega en el terreno que le es más favorable. Porque una negociación política, que altera la correlación de fuerzas, se desarrolla con maniobras tácticas de una y otra parte, no con argumentos. Ortega desea usar el diálogo para frenar las sanciones que están en proceso de ser aprobadas. Para el pueblo, la dictadura debe debilitarse día a día de forma sustancial e irreversible. Ortega debe llegar al diálogo a retroceder, no a avanzar o a consolidarse. Esta es la prueba del ácido para el diálogo. Un dialogo que oxigene a Ortega es… o una estupidez o una traición. Hay que impedir que Ortega fortalezca su alianza con los empresarios.
Habrá que darles condiciones a los presos políticos para manifestarse sobre el desarrollo del diálogo, desde antes de la mesa de pre diálogo. Por hoy, estos presos políticos no son simples víctimas, sino, que son los estrategas conocidos, para bien o para mal, de la lucha azul y blanco. No hay más precondición que esta elemental, sobre quienes deben dirigir el diálogo de parte del pueblo.
Para Ortega, negociar con la Alianza, controlada por los empresarios, es un triunfo (porque busca salir del aislamiento), pero, verse obligado a negociar con los presos políticos, directa o indirectamente, es una derrota táctica. No se trata de confiar o menos en las personas que negocien, sino, de confiar en una estrategia combativa que abra espacios de movilización para el pueblo.
El autor es ingeniero eléctrico