12 de junio 2022
Nuestra vida, la de mi familia, no ha sido convencional. Ni apacible, ni monótona. Ha habido momentos muy felices, también de satisfacción, momentos de dolor y momentos de angustia e incertidumbre profunda. Pero nada se equipara a lo que hemos vivido estos últimos 365 días. Cinco sentimientos predominan en este remolino de vivencias y sentires: dolor, rabia, impotencia, angustia y admiración.
Eran las ocho de la noche del sábado 12 de junio del 2021. Acababan de cenar y la niña de cinco años le pidió a su mamá permiso para ir a ver la televisión. La niña recién se había levantado de la mesa cuando sonó el timbre. Tamara vio en las cámaras varias camionetas con muchos policías vestidos de negro y con numerosas armas de guerra y se apresuró a abrir la puerta y salir, sin oponer resistencia, para evitar cualquier violencia y resguardar la seguridad de su hija. Su esfuerzo fue en vano. Al mismo tiempo que ella abría la puerta, los policías la rompían a patadas y con escaleras asaltaban la casa rompiendo la cerca eléctrica y cortando los cables de internet.
La niña estaba adentro, levantó la vista y su casa estaba invadida de policías. Aun cuando estaba acostumbrada a verlos hostigando su casa o deteniendo el vehículo al entrar y salir, se asustó al verlos dentro, en su espacio -un lugar que para cualquier niña debería de ser sinónimo de seguridad, paz y alegría- y, especialmente, al no ver a su mamá. Desde ese día todas las noches pregunta cuándo la verá y añora las nanas y cuentos con que cada noche la arrullaba.
A esa misma hora sonó mi teléfono. Yo estaba fuera del país con mi hija menor. Nada será igual en mi vida desde ese momento. Era mi hermana Ana Margarita diciéndome que estaban allanando la casa de Tamara. A través de las cámaras vimos cómo decenas de sombras negras y siniestras avasallaban nuestro hogar. No pudimos distinguir lo que le hacían a Tamara, eso lo supimos después cuando lo dijo en el juicio: “A pesar de no oponer resistencia, el día de mi detención me golpearon en la cara varias veces hasta hacerme sangrar. Apenas llegué a el Chipote tuve que ser llevada a enfermería”.
Un libro de bebé como carta de amor
Mi principal angustia, que superaba en dimensión a todos los otros horrores, era que mi nieta de cinco años estaba dentro. ¿Cómo lo estaría viviendo? ¿Qué le estarían haciendo? Mi hija Ana Lucía reaccionó rapidísimo, llegó a la casa y pidió sacar a su sobrina. Lo logró con la ayuda de una amiga que le ayudó a conducir el carro y a quien nunca, en todos los años que me queden de vida, podré pagar su valor y solidaridad.
Durante el allanamiento se llevaron de la casa todos los videos de la infancia de mis hijas. Entre ellos el video que guarda las imágenes del parto de mi hija menor, la mano temblorosa de mi esposo –fallecido hace cinco años- cortando el cordón umbilical de la bebé. Allí están también los CD que contienen las vocecitas de mis hijas en su niñez y adolescencia mientras descubríamos juntas el mundo; la sesión de defensa de mi tesis doctoral; la música que coleccionó Tamara a lo largo de su vida. Cientos de minutos de grabación que conforman nuestra historia como familia. Momentos que nunca podremos rehilvanar por completo en ausencia de esos registros. Y entre ese montón de recuerdos también estaba el libro de bebé que reclama con ahínco Tamara, en el que escribió la vida de su hija como una carta de amor hacia ella, tan importante para sus vidas y la de todas nosotras como su familia.
Durante 80 días no supimos nada de Tamara. Ella, mi hermana Ana Margarita, apresada con violencia al día siguiente, y todas las personas encerradas en el Chipote fueron declaradas por Amnistía Internacional como desaparecidas por desconocimiento de paradero. Luego del informe, nos permitieron verlas por media hora. Después de esa fecha nos han permitido únicamente ocho visitas de dos horas. En ninguna han permitido llevar a la niña, ni una foto, ni un dibujo, ni una llamada. Nada que le dé un mínimo alivio en su soledad a Tamara. Continúa aislada. En cada visita está más delgada. Ha perdido casi 50 libras, tantas que su cuerpo se ve distorsionado. A pesar de ello, nada merma su dulzura, su lucidez y su solidez, su firmeza y su dignidad.
Entre una y otra visita no sabemos nada. ¿Estará enferma? ¿Le estarán pasando las bebidas nutricionales que les enviamos? ¿Cuándo la podremos volver a ver?
El dolor me atraviesa el cuerpo
Y en la vida cotidiana, mi nieta ya cumplió 6 años, ya se le cayeron dos dientes, conoce 17 letras del abecedario por propio gusto, le encanta transcribir, contar hasta el 100 y más allá, ir al colegio, hacer gimnasia y nadar. Seguimos haciendo lo que su mamá comenzó: alimentando su amor por la lectura. Conoce a las y los autores por su nombre y sabe quién le gusta más. Pregunta por su mamá todos los días. Intenta imaginarse cómo es el lugar en que la tienen y explicarse por qué no les permiten comunicarse y abrazarse. Y muchas veces, le cuesta respirar. A veces esa dificultad se traduce en espasmos musculares y bruxismo. Y nos pregunta: –“¿En qué país no hay policías? Yo quiero ir a vivir allí cuando mamá regrese”-.
El dolor me atraviesa el cuerpo todos los días. La rabia y la impotencia frente a tanta injusticia se ha vuelto mi compañera cotidiana. La angustia se ha convertido en una sensación física. Pero en medio de todo este horror, otro sentimiento llega a mi espíritu: la admiración.
Me impresiona la grandeza de Tamara, de Ana Margarita, de Dora María, Suyen, Violeta, María, Evelyn y de todas las y los demás que llevan resistiendo la prisión política por tres, cuatro y hasta diez años. Me conmueve que Tamara y Ana Margarita después de sufrir tantos abusos sigan conservando su dulzura y su transparencia. Que sigan razonando sin amargura, que sean capaces de tanto amor. Porque como dice Luis Enrique Mejía en una de sus canciones: “(…) Les han querido cortar sus alas, pero son mariposas que vuelan con la imaginación porque el corazón y los principios no tienen jaulas (…)”.
En medio de la incertidumbre acerca del presente y el futuro, estoy clara de que la cárcel en que les tienen está diseñada para hacerles daño: usan cada momento cotidiano para hacerles sufrir y tienen como meta destruirles como seres humanos, anular su personalidad y que la huella del trauma que han sufrido les deje inhabilitadas. Tengo la certeza de que no lo lograran, que sus almas saldrán invictas, como dice el poema favorito de Nelson Mandela en prisión: “(...) Más allá de la noche que me cubre negra como el abismo insondable, doy gracias a los dioses que pudieran existir por mi alma invicta (…)”.
Repito todos los días el poema “El doliente” de Óscar Hahn, porque estos días tienen que pasar, como pasa todo en la vida:
Pasarán estos días como pasan
todos los días malos de la vida.
Amainarán los vientos que te arrasan.
Se estancará la sangre de tu herida.
El alma errante volverá a su nido.
Lo que ayer se perdió será encontrado.
El sol será sin mancha concebido
y saldrá nuevamente en tu costado.
Y dirás frente al mar: ¿Cómo he podido
anegado sin brújula y perdido
llegar a puerto con las velas rotas?
Y una voz te dirá: ¿Que no lo sabes?
El mismo viento que rompió tus naves
es el que hace volar a las gaviotas.
Mientras tanto, todos los días pensamos y soñamos en cómo será el reencuentro y cómo nos contaremos todas las vidas que hemos vivido en estos terribles 365 días. ¡Te esperamos Tami, nuestros brazos están listos para un abrazo infinito!