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Trump y los cosmopolitas

Una de las particularidades de la administración Trump es que varios de sus principales representantes han recuperado una retórica antisemita.

El presidente de Estado Unidos, Donald Trump. EFE/Peter Foley.

Ian Buruma

12 de agosto 2017

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NUEVA YORK – El gobierno del presidente Donald Trump anunció que quiere reducir la inmigración legal a Estados Unidos a la mitad, y preferir a los inmigrantes bien formados que hablen un buen inglés. Cuando el corresponsal de la CNN Jim Acosta (hijo de un inmigrante cubano) cuestionó al asesor político sénior de Trump, Stephen Miller, afirmando que tradicionalmente el país ha acogido a los pobres del mundo, la mayoría de los cuales no hablaban inglés, Miller lo acusó de tener “un sesgo cosmopolita”.

Con un aire tal vez provocativo, Acosta preguntó si bajo la nueva política solo se permitiría el ingreso de gente de Gran Bretaña o Australia. Sin embargo, Miller implicaba que el “sesgo” de Acosta era un tipo de racismo, lo cual resulta llamativo al provenir de una administración que, al menos en ocasiones, ha tenido actitudes indulgentes hacia los supremacistas blancos.

Me pregunto si Miller tenía alguna idea del uso histórico de “cosmopolita” como término peyorativo. Como descendiente de judíos pobres huidos de Bielorrusia hace más de un siglo, debería tenerla.

Joseph Stalin usaba “cosmopolita desarraigado” como eufemismo para designar a los judíos. En los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el dictador soviético lanzó una campaña contra intelectuales, científicos y escritores judíos, acusándolos de deslealtad hacia la Unión Soviética y favoritismo hacia Occidente. Se consideraba que los judíos no eran parte del pueblo nativo de Rusia; se partía de la base de que pertenecían a una cábala internacional y que, por lo tanto, eran intrínsecamente traicioneros.


Pero no fue Stalin quien inventó esta idea. En la década de 1930, los fascistas y los nazis también acusaban a los judíos, así como a los marxistas y los masones, de “cosmopolitas” o “internacionalistas”: personas cuya lealtad se ponía en duda. Se trata del tipo de vocabulario que surge de movimientos nativistas hostiles a las minorías étnicas o religiosas, o a las élites financieras o intelectuales que supuestamente conspiran para menoscabar a los verdaderos hijos e hijas de la nación.

Antes de la guerra, usualmente Estados Unidos era para los fascistas el símbolo de la decadencia cosmopolita. Por lo tanto, el uso ofensivo de “cosmopolitismo” tiene una raíz profundamente antiestadounidense.

Una de las particularidades de la administración Trump es que varios de sus principales representantes han recuperado una retórica tradicionalmente antisemita, si bien algunos de ellos (como Miller) son judíos. Steve Bannon, el principal ideólogo del nacionalismo étnico en la era Trump, es un católico reaccionario. Tiene una predilección por los pensadores fascistas franceses e italianos de principios del siglo XX como Charles Maurras (de la Action Française) y Julius Evola, una figura siniestra que admiraba a Heinrich Himmler y trabajó para la policía alemana durante la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, sería un error considerar el anticosmopolitismo como una patología particularmente católica. El primer uso ofensivo del cosmopolitismo surgió como parte de la rebelión protestante contra la Iglesia Católica. Los protestantes rebeldes de la época de la Reforma veían a Roma como el centro de una red global “cosmopolita” que oprimía las aspiraciones nacionales. Todavía se pueden encontrar rastros de este prejuicio en algunos detractores de la Unión Europea, para quienes Bruselas es la nueva Roma.

Es improbable que Miller, que creció en una familia liberal en California, sea antisemita. Tal vez su temprana atracción por el extremismo de derecha fuera una forma de rebeldía, aunque pronto lo llevó a rodearse de aliados tóxicos. Siendo estudiante de la Universidad de Duke se hizo amigo de Richard Spencer, quien llegaría a ser un promotor de la “limpieza étnica pacífica” para preservar la civilización blanca, sea lo que sea que esto signifique.

Un hilo que une a muchos de los seguidores de Trump, así como a los populistas de derechas de otros países, incluido Israel: la sensación de agravio compartido contra los musulmanes y las élites urbanas liberales, a quienes a menudo acusan de consentirlos. Es probable que Miller se hubiera referido a esto cuando habló de sesgo cosmopolita.

Pero la desconfianza hacia los musulmanes es solo una parte del problema. El enemigo de quienes anhelan el poder pero se sienten despreciados por quienes parecen más sofisticados son las élites sociales, los intelectuales liberales y los periodistas críticos. Y no siempre se trata de una cuestión de clase social: por ejemplo, el presidente George W. Bush despreciaba a los periodistas estadounidenses que hablaban francés.

Tampoco es un fenómeno nuevo. Es frecuente que las clases altas de muchas sociedades busquen distinguirse de las masas adoptando el lenguaje y las costumbres de extranjeros cuyas culturas consideran superiores. Los aristócratas europeos del siglo XVIII hablaban francés. El nacionalismo inglés moderno comenzó como una reacción contra este tipo de afectación, en nombre de John Bull, el roast beaf y la vieja Inglaterra.

No todas las rebeliones populistas son intrínsecamente racistas o fascistas. La democracia fue un producto de la resistencia al dominio de los aristócratas. Pero resulta difícil creer que Trump (o sus ideólogos, como Miller o Bannon) quiera aumentar los derechos democráticos, incluso aunque aparentemente hable en nombre de la gente común o, como a ellos les gusta decir, la gente “real”. Bannon es orgullosamente antiliberal y se dice que se ha descrito a sí mismo como un leninista que busca destruir el estado.

Concedamos a Miller el beneficio de la duda. Cuando utiliza el cosmopolitismo como insulto no tiene idea de los precedentes del término. Desconoce la historia del antisemitismo fascista, nazi y estalinista. En realidad el pasado no existe. Es apenas un crítico ignorante de lo que él considera el sistema liberal. Pero la ignorancia puede ser tan peligrosa como la maldad, especialmente cuando está respaldada por un gran nivel de poder.

 

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
Ian Buruma, editor de The New York Review of Books, es profesor de Democracia, Derechos Humanos y Periodismo en el Bard College y autor de Año cero: una historia de 1945.
Copyright: Project Syndicate, 2017.
www.project-syndicate.org


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Ian Buruma

Ian Buruma

Escritor y editor holandés. Vive y trabaja en los Estados Unidos. Gran parte de su escritura se ha centrado en la cultura de Asia, en particular la de China y el Japón del siglo XX.

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