16 de abril 2017
Tal y como se esperaba, el presidente Donald J. Trump ha decidido entrar en el conflicto sirio. El gobierno de Barack Obama se resistió durante años a agregarle otra guerra más a Estados Unidos, con la esperanza de que el choque entre las tropas de Bashar al Assad y los rebeldes llegara a una precaria estabilidad, bajo la intervención indirecta de Occidente y el involucramiento de Rusia. Después de los bombardeos de los últimos días, será difícil que el conflicto sirio no escale niveles de alta peligrosidad.
Se repite, en Estados Unidos, la sensación de los primeros años de la presidencia de George W. Bush. La guerra se perfila como el fenómeno que puede ayudar a Trump a hacerse definitivamente presidenciable y dejar atrás la alargada sombra de impopularidad que marca su elección y los primeros meses de su mandato. La guerra puede ayudar a Trump, incluso, a reelegirse en tres años, lo que para sus muchos detractores supone una verdadera pesadilla.
Quienes han alertado sobre el carácter impredecible de un político como Trump acertaron a medias. Trump es difícil de adivinar, pero no tanto. Con el ataque a la base aérea siria, el nuevo gobernante republicano recurre al socorrido expediente de la guerra para normalizar su anómala presidencia. La promesa de un aislacionismo heterodoxo, que mejoraría las relaciones con Rusia, se desvanece, y Estados Unidos se suma a un complejo enfrentamiento regional, a tres bandas, que involucra a Assad, los rebeldes e Isis.
Siria fue, tal vez, el tema en que Hillary Clinton tomó las mayores distancias con respecto a la administración de Barack Obama. No es raro que la ex candidata haya sido una de las primeras en respaldar la decisión de Trump de bombardear la base siria. Ese posicionamiento, a la vez que consolida a Trump, deshace un tanto la imagen, alimentada por Vladimir Putin desde Moscú, de que las tensiones con Rusia son una herencia incómoda de Obama, que puede ser abandonada por la nueva administración.
La política exterior conducida por John Kerry, en el segundo periodo de Obama, se diferenció de la de Hillary Clinton en algunos aspectos. Uno de ellos fue el acuerdo con Rusia a propósito de Siria, en el entendido de que la única o la mayor amenaza a Estados Unidos y a Occidente no provenía de Damasco o del Kremlin sino de Isis. Aquel acuerdo prometía debilitar un “mal mayor”, reforzando temporalmente un “mal menor”. Más o menos la lógica que justificó la alianza de Estados Unidos y Gran Bretaña con la URSS durante la Segunda Guerra Mundial.
Ahora Trump deshace el acuerdo Kerry-Lavrov y se lanza a una guerra en dos frentes: contra el gobierno de Assad y contra Isis. Lógicamente el gobierno sirio aprovecha la incursión para acusar a Washington de complicidad con el Estado Islámico ¿Cuál será la reacción de Moscú, más allá de las protestas iniciales? Probablemente no lo veamos de golpe sino paso a paso. En todo caso es de esperar que esa versión contemporánea del pacto Molotov-Ribbentrop, que ha sido la prolongada luna de miel entre Putin y Trump, llegue abruptamente a su fin.
La política exterior de Trump acabará siendo muy parecida a la de algunos de sus predecesores republicanos. Con la diferencia de que el actual mandatario no seguirá los protocolos mínimos del multilateralismo que respetaron presidentes como Ronald Reagan y los dos Bush. El unilateralismo se afianzará como nunca en la estrategia internacional de Estados Unidos, con el agravante de que, esta vez, el liderazgo de ese país, carece de ascendente sobre la Unión Europea y las grandes potencias asiáticas.