1 de noviembre 2020
WASHINGTON, DC – Después de las elecciones estadounidenses que se celebrarán el 3 de noviembre la configuración partidaria de casi todo el gobierno federal estadounidense estará sujeta a cambios, a pesar de que los resultados definitivos de dichos comicios pueden demorarse. Lo único que se puede decir con cierta seguridad es que la Cámara de Representantes permanecerá en manos del mismo partido (los Demócratas). El Senado dominado hoy por los Republicanos podría ser ganado por los Demócratas. La Corte Suprema, de inclinación conservadora, ahora está virando muy a la derecha, como resultado de la confirmación por parte del Senado de Amy Coney Barrett, la nominada del presidente Donald Trump para llenar el escaño que ocupaba la fallecida jueza liberal Ruth Bader Ginsburg.
Una peculiaridad del sistema estadounidense es que incluso si el candidato demócrata Joe Biden gana las elecciones, superando las barreras que ya le han sido impuestas por sentencias de la Corte Suprema y acciones implementadas para la supresión de votantes, la presidencia permanecerá por más de dos meses en manos de un hombre cuya estabilidad física y mental está en duda. Las disposiciones constitucionales actuales para hacer frente a la incapacidad física o mental presidencial son inviables. Poco se dice públicamente sobre esta precaria situación; los periódicos timoratos son reacios a mencionar al tío loco en la Casa Blanca, a pesar de que el comportamiento de Trump últimamente ha sido aún más aberrante de lo habitual, posiblemente a consecuencia de haber tenido COVID-19 y haber recibido medicamentos potentes.
Tal vez confundiendo la contienda electoral actual con la del año 2016, Trump ha reanudado sus ataques a Hillary Clinton, yéndose en contra los miembros más serviles de su gabinete por no enjuiciarla, así como también porque no enjuiciar al expresidente Barack Obama y al ex vicepresidente Biden – vaya a saber por qué razones. Trump lanza acusaciones poco claras de terrorismo de izquierda y fraude electoral vinculado a los votos emitidos por correo, a pesar de que The Washington Post ha determinado que sus acusaciones de fraude electoral son falaces.
En el caso de que Biden derrote a Trump – actualmente las encuestas están a favor de Biden y se las considera más confiables que las del año 2016; pero, las encuestas no pueden predecir las acciones de supresión de votantes – la celebración de sus partidarios puede que sea muy efímera. Controversias sobre el escrutinio de votos ya están ventilándose en los tribunales, mismos que han cambiado drásticamente a consecuencia de que Trump y el líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell, nombraron a la asombrosa cantidad de 220 jueces federales. Además, los Republicanos del Senado ya están tramando cómo socavar una mayoría Demócrata.
Sin embargo, la mayor amenaza para Biden y para cualquier gobierno progresista durante mucho tiempo emanará desde la Corte Suprema. La confirmación de Barrett (quien tiene 48 años de edad) ha producido, casi con certeza, una mayoría muy conservadora de 6 a 3. El presidente del Tribunal Supremo, John Roberts, que ha tratado de evitar que la Corte se vaya a los extremos, ya no tendrá el voto decisivo. La legitimidad de la Corte ahora está en duda.
Las audiencias para tratar la nominación de Barrett fueron una bufonada. Esto no se debió a que Barret no respondió a las preguntas que le formularon, sino que todo ya estaba arreglado con antelación. Trump insistió en que no había formulado preguntas a Barrett sobre temas delicados. Barrett indicó con voz enfadada que Trump no le preguntó acerca de su posición en asuntos como el aborto o la Ley de Atención Médica Asequible. Barrett afirmó que tampoco hubiera discutido sus posiciones con él. ¿Cómo se atreve alguien a cuestionar su integridad?
Todo fue una farsa. A través de la detección temprana de aspirantes, la investigación minuciosa de antecedentes y años en los que se cultiva a posibles candidatos a la Corte Suprema – todas estas acciones llevadas a cabo la derechista Federalist Society, institución patrocinada por corporaciones y que controla eficazmente quién es nombrado para los más altos cargos en la Corte por los presidentes Republicanos – Trump y sus colaboradores estuvieron plenamente conscientes de las posiciones de Barrett sobre temas clave. (Los demócratas liberales también tienen grupos que respaldan a jueces, pero no son tan organizados y eficaces como la Federalist Society). El propósito de este examen intensivo de antecedentes es para no tener “más sorpresas” – es decir, que ningún designado por los Republicanos empiece como conservador pero que, posteriormente, se desplace a la izquierda. El ejemplo que más molesta a los conservadores es David Souter. Nombrado por George H.W. Bush, Souter fue promocionado como conservador, pero se convirtió en un liberal digno de confianza.
Detrás de la prisa por conseguir que Barrett sea confirmada estaba la determinación de Trump de tenerla sentada en su escaño antes del día de los comicios – de manera que (el presidente Trump dijo esto abiertamente) ella estaría en su lugar si asuntos que podrían afectar a las elecciones llegaran a la Corte. Barrett se negó a comprometerse con la recusación de casos que implicaban la reelección de Trump. La prisa por confirmarla también fue una forma de protección para los conservadores en caso de que los Republicanos pierdan el Senado.
La afirmación de los jueces de derecha sobre que su jurisprudencia “originalista” refleja la moderación judicial y la reticencia a “legislar desde el poder judicial” es también una farsa. Los críticos ven el originalísimo como un caballo de Troya: se racionaliza el papel de un activista con respecto a eliminar legislación progresista, como por ejemplo, regulaciones medioambientales, laborales y de otra índole, con el argumento de que no se hizo mención alguna a esos asuntos cuando se redactó la Constitución.
El nombramiento de Barrett es también otro reflejo de la influencia de la derecha religiosa sobre el conservadurismo judicial estadounidense. La perpetuación de esta configuración es una de las principales razones por las que Trump ha mantenido el apoyo evangélico, aunque con algún desliz reciente. De hecho, el catolicismo de Barrett es de tipo “radical” y “ultramontano”, que a veces parece oponerse al cambio propiamente dicho. Ella ha estado involucrada en un grupo cristiano carismático, Pueblo de Alabanza, que cree que en los hogares los hombres son superiores a las mujeres, y sus miembros hablan en lenguas. Aunque el grupo retiró toda referencia a Barrett de sus documentos públicos, un fragmento de uno de ellos indica que Barrett actuaba como “sirvienta,” apelativo usado para denominar una posición de liderazgo.
En cuanto al aborto, no se gana el apoyo de la Federalist Society a menos que uno haya planteado objeciones a Roe v. Wade. Con Barrett uniéndose a otros jueces conservadores – incluyendo a los otros dos nombrados por Trump, Neil Gorsuch y Brett Kavanaugh – ahora es posible que la sentencia Roe sea revocada – o anulada a través de otras sentencias.
Ya han votado de manera anticipada más de 60 millones de estadounidenses, una cantidad sin precedentes, y puede que sea demasiado tarde para que Trump logre cambiar el posible resultado. Así que, con la llegada del invierno y los casos del COVID-19 en niveles máximos históricos, y al haber la Casa Blanca renunciado a controlar la pandemia, los estadounidenses se encuentran ansiosos y especulando no sólo sobre quién ganará las elecciones, sino también – por primera vez en la historia – sobre si el presidente honrará el resultado y si la Corte Suprema lo asistirá para subvertir dicho resultado.
Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos
Elizabeth Drew es una periodista con sede en Washington, su libro más reciente es: Washington Journal: Reporting Watergate and Richard Nixon’s Downfall.
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