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Te quiero contar sobre mi hija Tamara

Exigimos tenerla de regreso, viva y bien. Exigimos su libertad inmediata y de las más de 167 personas presas políticas. Devuélvannos a Tamara

Ana Lucía Álvarez defiende a su hermana Támara Dávila cuando policías la intentan apresar durante plantón realizado el 14 de octubre de 2018. Foto: Confidencial

Josefina Vijil

12 de diciembre 2021

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Tamara llegó a mi vida cuando ella tenía nueve años y fue un regalo totalmente inmerecido que me dio la vida. Era linda, inteligente, curiosa, generosa, reflexiva y con una impresionante capacidad de empatía. Se metió en mi vida y en mi corazón como quien hace un clavado olímpico, para ya nunca salir.

Ahora está apresada y hoy se cumplen seis meses de su secuestro. Seis meses, 183 días de angustia, de tortura, de incertidumbre y de dolor tanto para ella como para nosotras y muy especialmente para su niña de apenas cinco años de edad.

Porque Tamara es madre, tiene una hija que pregunta por ella todos los días. Tamara nació un 15 de enero de 1981 en Managua. Su mamá fue Sadie Rivas Reed y su papá Irving Dávila Escobar, mi marido. Él la trajo para engrandecer nuestra familia. Mis hermanos fueron de inmediato sus tíos y tías y mis papás se agregaron naturalmente a sus otros abuelos.

Con mi otra hija, Ana Lucía, no comparten ni un solo gen, pero jamás podrían ser más hermanas. Se aman, entienden y acompañan con la complicidad de hermanas. Hacen siempre frente común contra el mundo, yo incluida. La foto en que Ana Lucía está defendiendo con su cuerpo a Tamara para evitar que la apresen con el resultado de que se las llevaron a las dos, es solo un ejemplo de esa relación maravillosa.


Igual ocurre con nuestra otra hija, María Josefina que cuando nació, Tamara tenía ya 17 años y su amor y cercanía con ella fue absoluto. Jugando con ella los roles de hermana y de segunda mamá cuando por trabajo, o por la enfermedad de Irving, yo tenía que ausentarme.

Tamara vivió naturalmente entre la familia de su mamá y nuestra familia, a tal punto que puedo decir que nos hizo una sola familia. Una inmensa familia que la ama, la admira y la respeta profundamente.

Siendo una niña Tamara vivió la muerte del esposo de su mamá y papá de su querido hermano. Luego vivió la crisis de salud de su papá, a los 17 años enfrentó la muerte de su mamá en un accidente. Ante tanta dureza de la vida, nunca ha perdido la dulzura, la empatía, la generosidad. Ha sido siempre una luchadora.

Uno de mis primeros recuerdos de Tami –así le decimos con cariño- fue cuando hicimos un viaje a Costa Rica por un examen médico de su papá y entre una consulta y otra, les llevamos, a Irving, Tamara y Ana Lucía, a una pista de patinaje. Ella fue la primera a la que pusimos los patines. Cuando estábamos terminando de ponérselos a Ana Lucía, ella ya estaba patinando agarrada de la mano de una niña a la que no había visto nunca antes. ¡En menos de diez minutos logró establecer un lazo humano!

Cuando ella tenía 11 años, en 1993, me gané una beca para hacer mi doctorado en Bélgica. Era una beca familiar y nos fuimos todos. Ella llegó a sexto grado. Aprendió el francés casi instantáneamente por su relación con los niños y niñas. Cuando ya tenía seis meses de estar en el colegio pedí una reunión con su maestra para saber cómo le iba, especialmente en matemáticas que no era su fuerte.

Me dijo la maestra:

—Es amigable, generosa, se lleva bien con todos los niños, apoya al que lo necesita, le encanta leer, escribe muy bien, estamos maravillados de la rapidez y maestría con que habla el francés, es muy entusiasta en todas las actividades de la clase. Tienes una hija maravillosa.

—Sí, lo sé. Pero ¿cómo le va en matemáticas? —insistí. Pero noté que la maestra me quedó viendo, haciendo un gesto de extrañeza. Y dijo: —Por eso no se preocupe, de eso me ocupo yo. Usted tiene que saber que su hija tiene un desarrollo extraordinario de todas las habilidades que la harán ser feliz y triunfar en la vida—.

En abril de 2017 Irving comenzó la última batalla por su vida. Veintiséis años viviendo con dos trasplantes renales que le permitieron una vida plena y maravillosa, comenzaron a pasar la cuenta. Un mes después lo pasaron a la unidad de cuidados intensivos (UCI) e intubarlo esperando que los medicamentos curaran un virus en los pulmones. Un día se aparecieron en México (donde estábamos María Josefina y yo cuidando a Irving) Tamara, Ana Margarita, mi hermana (también apresada ahora), y Francisco, mi hermano. Al día siguiente llegó Ana Lucía que estaba terminando su maestría con una beca Fullbright. Yo me alarmé de verlos, pero entendí que ellos se habían dado cuenta antes que yo que estábamos en el final del largo camino de Irving.

Al estar en cuidados intensivos, no teníamos cuarto y no nos dejaban quedarnos por la noche, nos pedían que nos fuéramos y nos prometían que nos avisarían por cualquier cosa. Eso era impensable para nosotras. Las cuatro chavalas decidieron que harían turno de dos en dos -sin dejarme quedar a mí- en la portería del hospital junto con decenas de familiares que por no ser de la ciudad no tenían donde pasar la noche. Se tiraban al piso con algunas cobijas y allí estaban hasta el amanecer en que yo llegaba. Inmediatamente se hicieron amigas de todo el mundo. No había terminado la primera noche cuando Ana Margarita había regalado su cobija a una viejita indígena de la Tarahumara y que Tamara estaba liderando la donación de sangre para el hijo de una pareja de señores de Morelia. Compartían la comida con ellos y las cuatro ellas regalaron tantas cobijas que nos acabamos la reserva de mi prima Virginia, nuestro ángel en México, y tuvimos que comprar otras.

No sé de dónde saca tanto amor Tamara, pero todas las personas que la rodeamos sentimos su calor, su generosidad, y su dulzura.

Tamara Dávila

Corte Interamericana de Derechos Humanos ordenó al Estado de Nicaragua que libere a la opositora Tamara Dávila.
Foto: Cortesía UNAB

Esta es la persona a la que se llevaron el 12 de junio de 2021. Y todavía no han devuelto. Esperamos que los tratos a los que está sometida, el aislamiento y las privaciones del contacto humano, de alimentación adecuada, de cobijo, no tengan efectos irreparables en esta maravillosa persona.

Tienen presa a una persona extraordinaria, maravillosa, de manera injusta e ilegal por el solo hecho de hacer uso de sus derechos, de emitir sus opiniones. Tamara fue criada para la libertad, para la vida en comunidad, para la democracia, por su madre, su padre, por mí y por el resto de su familia.

El poco tiempo en el que nos han permitido verla la pudimos abrazar fuerte y decirle que la amamos y que su hija está bien. La encontramos firme pero extremadamente delgada, sufriendo mucho por el aislamiento, por la imposibilidad de conversar y comunicarse. Una persona como ella sufre especialmente esa incomunicación, la falta de contacto humano. Le hace mucha falta el sol y comer frutas, fibras y vegetales. Saber del mundo y especialmente ver y estar con su hija.

Conocer las condiciones en que las tienen, a ella y a las otras personas presas políticas, nos llena de espanto. Ni en nuestras peores pesadillas pudimos imaginarnos que esto ocurriría en Nicaragua. Que se reeditarían situaciones del pasado que pueden tener impactos irreversibles en la salud física y psicológica en todas ellas y ellos. Hemos investigado y encontrado evidencia de que personas en estas condiciones llegan a tener descompensaciones orgánicas totales y serias afectaciones psicológicas. La tortura persigue quebrar la personalidad, desintegrarla, hacer sentir a las personas presas que están abandonadas y solas.

Exigimos tenerla de regreso, viva y bien. Exigimos su libertad inmediata y de las más de 167 personas presas políticas. Devuélvannos a Tamara.

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Josefina Vijil

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