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Sordo ante la historia

Ortega se sintió mal pagado por su sacrificio y sus largos años de cárcel. Desde entonces, desarrolló una mentalidad revanchista

Vista de una pintada en una pared del barrio indígena "Monimbó", en la ciudad de Masaya. EFE | Jorge Torres | CONFIDENCIAL.

Juan Sobalvarro

2 de julio 2018

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Muchos, queriendo pasarse de listos, ahora han empezado a insinuar que Somoza era mejor que Ortega. Incluso, que era menos sanguinario. Cínicamente, quieren que olvidemos el origen de la dinastía de los Somoza: el asesinato premeditado y cobarde de Sandino. Una dictadura, que como la mayoría de las dictaduras, surgió con las manos manchadas de sangre. Y no se olviden las cárceles, llenas todo el tiempo de presos políticos.

Es tonto querer falsear la historia, sobre todo cuando está registrada con sangre en la memoria colectiva. Por eso, no es posible olvidar que los Somoza tenían más de un salón de tortura, desde casa Presidencial, hasta otras muchas famosas mazmorras. Ni se debe obviar que muchas de las estrategias que Ortega ha puesto en práctica, tanto para permanecer en el poder, como para su enriquecimiento ilícito, fueron desarrolladas con insolencia por los Somoza.

Ortega, en lo que supera a la dinastía de los Somoza, es en que él solo ha logrado igualar a toda una familia asesina. Vale anotar que el tiempo ha favorecido a Ortega, pues Somoza García no pudo gobernar todo el tiempo que se proponía. Si no ha sido por el atentado de Rigoberto López Pérez, su mandato y su jornada de sangre habría durado mucho más. Y a Somoza Debayle lo derrocó la resistencia continua de una Nicaragua que nunca se resignó a estar sometida. Lucha que acabó en una insurrección popular y ciertamente fue liderada desde las armas por el Frente Sandinista. Debayle tampoco pensaba acabar su gesta de sangre, y ya se veía que soñaba con cederle el trono a su hijo “El Chigüín”. Queda claro que sin esas dos interrupciones forzadas, la barbarie somocista habría durado mucho más.

En lo que sí Daniel Ortega es peor que los Somoza, es en que ha sido el político nicaragüense más sordo a los llamados de la historia o en caso contrario, el que hace la peor interpretación de lo que le pide la historia.


El ingreso de estos dos personajes en la vida política de Nicaragua suponía un destino diferente para cada uno de ellos. Somoza García lo hace como un sicario al servicio de los Estados Unidos, que a cambio de asesinar a Sandino, le otorgan el cargo de jefe de la Guardia Nacional, su sino era corrupto desde el inicio y tenía una indeleble marca de sangre. Daniel Ortega hizo su ingreso en la vida política como integrante del Frente Sandinista que, como su nombre lo indicaba, tenía la misión de liberar a Nicaragua de esa dinastía corrupta y sangrienta.

Lo que dio origen al Frente Sandinista no fue, como ahora muchos quieren hacer suponer, el odio o la idea de instaurar el comunismo en Nicaragua. El Frente Sandinista surgió porque la única alternativa que dejó la familia Somoza para salir del poder fue la lucha armada. La historia cuenta, además, que no fueron los sandinistas los primeros que intentaron una acción armada para derrocar a la familia tirana. De modo que estaba clara la misión liberadora del Frente Sandinista y sus integrantes, incluyendo a Ortega, estaban llamados a convertirse en héroes.

Esa llamada, esa oportunidad, la historia se la dio a Ortega en 1979, cuando el Frente Sandinista tomó el poder por primera vez. El llamado era a construir una Nicaragua democrática y justa, las condiciones estaban dadas, la derrota armada que había sufrido la Guardia Nacional permitía la creación de un nuevo ejército, que también estaba llamado a ser el garante de esa nueva democracia. Esa oportunidad, no la vio Ortega, no tenía la visión requerida para verla. De hecho, ningún sandinista la tenía. Entonces, Ortega entendió que la historia le pedía que se aferrara al poder con garra, a cualquier costo e impusiera su idea de gobierno sin escuchar las demandas de la sociedad nicaragüense.

La segunda llamada que recibió Ortega fue en 1990, cuando entregó el poder a Violeta Chamorro, después de perder claramente las elecciones. Lo que le pedía la historia en ese momento era, que abandonara cualquier pretensión de regresar al poder, y si por lo menos no se retiraba de la política, que al menos se encomendara a la democratización de su partido, el Frente Sandinista. La historia lo invitaba a vivir una vida democrática. Esto ya no lo vio por mero orgullo, por mero desquiciamiento, porque la derrota en las urnas electorales le dejó claro que el pueblo nicaragüense no lo quería en el poder y ante esa derrota, Ortega se sintió mal pagado por su sacrificio y sus largos años de cárcel. Desde entonces, desarrolló una mentalidad revanchista y se empeñó en volver al poder haciendo uso de todo tipo de artimañas, el chantaje político y la rebelión callejera fueron sus principales recursos, en eso que él bautizó como: “gobernar desde abajo”, entiéndase, desestabilizar a todos los gobiernos que no fueran presididos por él.

La tercera llamada Ortega la ha recibido recientemente, en abril de 2018. Una llamada dramática, urgente, que debió escuchar apenas se dieron los primeros asesinatos ejecutados por su policía; que debió escuchar cuando las multitudes desbocadas salieron a la calle a pedirle que se vaya; que debió escuchar nuevamente, cuando Masaya, y toda Nicaragua, tomaron su decisión: Que se vaya. En este momento la historia está llamando a su puerta, él parece no escucharla o la escucha una vez más al revés.


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