21 de enero 2023
Un conjunto de “mega-amenazas” interconectadas está poniendo en peligro nuestro futuro. Algunas de ellas se han venido gestando desde hace un tiempo, otras son nuevas. La inflación obstinadamente baja del período previo a la pandemia ha dado lugar a la inflación excesivamente alta de hoy. El estancamiento secular -un crecimiento perpetuamente bajo debido a una demanda agregada débil- se ha transformado en estanflación, ya que los shocks de oferta agregada negativos se han combinado con los efectos de políticas monetarias y fiscales laxas.
Las tasas de interés que, en algún momento, eran demasiado bajas -o inclusive negativas- ahora aumentan a pasos acelerados, lo que hace subir los costos de endeudamiento y genera el riesgo de crisis de deuda en cascada. La época de la hiperglobalización, del libre comercio, de la externalización y de las cadenas de suministro justo a tiempo ha cedido paso a una nueva era de desglobalización, proteccionismo, relocalización (o “friend-shoring”), comercio seguro y redundancias de cadenas de suministro “por las dudas”.
Asimismo, las nuevas amenazas geopolíticas hacen que aumente el riesgo de guerras frías y guerras calientes y de que la economía global se balcanice aún más. Los efectos del cambio climático se están volviendo más severos y avanzan a un ritmo mucho más acelerado de lo que muchos habían anticipado. Es probable, también, que las pandemias se vuelvan más frecuentes, virulentas y costosas. Los progresos en inteligencia artificial, aprendizaje automático, robótica y automatización amenazan con generar más desigualdad, un desempleo tecnológico permanente y armas más letales con las que llevar adelante guerras poco convencionales. Todos estos problemas están alimentando una reacción violenta contra el capitalismo democrático y empoderan a los extremistas populistas, autoritarios y militaristas tanto en la derecha como en la izquierda.
Lo que yo he llamado mega-amenazas, otros han llamado “policrisis” -término que el Financial Times, recientemente, calificó como expresión de moda del año-. Por su parte, Kristalina Georgieva, directora gerente del Fondo Monetario Internacional, habla de una “confluencia de calamidades”. La economía mundial, nos advirtió el año pasado, enfrenta “quizá su mayor prueba desde la Segunda Guerra Mundial”. De la misma manera, el ex secretario del Tesoro de Estados Unidos Lawrence H. Summers coincide en que estamos enfrentando los retos económicos y financieros más agudos desde la crisis financiera de 2008. Y, en su último Informe de Riesgos Globales -difundido justo antes de que las élites se reunieran en Davos este mes para discutir la “cooperación en un mundo fragmentado”-, el Foro Económico Mundial advierte sobre “una próxima década única, incierta y turbulenta”
En consecuencia, más allá de cuál sea la terminología de preferencia, existe un consenso generalizado de que estamos enfrentando niveles de incertidumbre sin precedentes, inusuales e inesperados. En el corto plazo, podemos esperar más inestabilidad, riesgos más altos, un conflicto más intenso y desastres ambientales más frecuentes.
En su gran novela entreguerras La montaña mágica, Thomas Mann retrata el clima intelectual y cultural -y la locura- que condujo a la Primera Guerra Mundial. Si bien Mann comenzó su manuscrito antes de la guerra, no lo terminó hasta 1924 y ese retraso tuvo un impacto significativo en el producto final. Su historia transcurre en una clínica inspirada en una que había visitado en Davos, el mismo reducto en la cima de la montaña (el Hotel Schatzalp) donde hoy se llevan a cabo las galas del FEM.
Esta conexión histórica es muy apropiada. Nuestra época actual de mega-amenazas se parece mucho más al período trágico de 30 años entre 1914 y 1945 que a los 75 años de relativa paz, progreso y prosperidad posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Vale la pena recordar que la primera era de globalización no fue suficiente para impedir el inicio de una guerra mundial en 1914. Luego de esa tragedia vinieron una pandemia (la gripe española); el colapso del mercado bursátil de 1929; la Gran Depresión; las guerras comerciales y monetarias; la inflación, la hiperinflación y la deflación; las crisis financieras y los gigantescos incumplimientos de pago; y tasas de desempleo por encima del 20%. Fueron estas condiciones de crisis las que apuntalaron el ascenso del fascismo en Italia, del nazismo en Alemania y del militarismo en España y Japón -que culminaron en la Segunda Guerra Mundial y en el Holocausto.
Por más atroces que hayan sido esos 30 años, las mega-amenazas de hoy, en algunos sentidos, son aún más preocupantes. Después de todo, la generación entre guerras no tuvo que lidiar con el cambio climático, las amenazas que plantea la IA para el empleo o las desventajas implícitas asociadas con el envejecimiento de la sociedad (ya que los sistemas de seguridad social todavía estaban en sus primeros días y la mayoría de la gente mayor moría antes de cobrar su primera pensión). Asimismo, las guerras mundiales eran esencialmente conflictos convencionales, mientras que hoy los conflictos entre las principales potencias podrían adoptar rápidamente direcciones menos convencionales, lo que podría terminar en un apocalipsis nuclear.
Por lo tanto, no solo enfrentamos lo peor de los años 1970 (repetidos shocks de oferta agregada negativos), sino también lo peor del período 2007-08 (ratios de deuda peligrosamente altos) y lo peor de los años 1930. Una nueva “depresión geopolítica” está incrementando la posibilidad tanto de guerras frías como calientes que podrían superponerse y descontrolarse fácilmente.
Hasta donde puedo decir, nadie que hoy venga a Davos está escribiendo la gran novela de la era de las mega-amenazas. Sin embargo, el mundo de hoy cada vez más expresa la sensación de premonición que uno percibe cuando lee a Mann. Muchos de nosotros consentimos la complacencia en la cumbre e ignoramos lo que está sucediendo en el mundo real allá abajo. Vivimos como sonámbulos, ignorando cada alarma que se nos presenta delante. Será mejor que nos despertemos pronto, antes de que la montaña empiece a temblar.
Texto originalmente publicado por Project Syndicate