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Sobre las razas y el racismo

"Hace 8000 años todos éramos negros", las migraciones y el mestizaje, y las matanzas de la conquista y en América

Manifestación contra el racismo en Madrid, España. Foto: EFE | Archivo | Confidencial

Ricardo Zambrana Godoy

18 de octubre 2023

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Rosa M. Tristán, periodista española de divulgación científica y ambiental, en un artículo titulado “Hace 8000 años todos éramos negros” refiere que la piel blanca de los europeos, con la que luego colonizaron buena parte del planeta, tiene apenas 8000 años de existencia. La piel humana, ha sido negra durante al menos el 95 por ciento de nuestra historia como especie y nadie puede asegurar que no volvamos a serlo en el futuro.

En un estudio en que un grupo de investigadores de la Universidad de Harvard secuenció los genomas de antiguas poblaciones de Europa, reveló que los europeos actuales son una mezcla de tres antiguas poblaciones:

a) Los cazadores-recolectores del oeste de Europa en el Mesolítico (período que se extiende aproximadamente entre hace 12 000  y 7000 años) que llegaron a ese continente hace 8000 años.

b) Los pueblos de agricultores procedentes de Anatolia en el Neolítico (período que se caracterizó por el uso de piedra moldeada y pulida, el desarrollo de la agricultura y la ganadería, la alfarería, las artes, la domesticación de ciertos animales y la consolidación de la vida sedentaria)


c) Las migraciones procedentes de las estepas de Asia central, asociadas a los pastores de la cultura Yamna (el grupo conocido como los yamnaya irrumpió desde el este de Europa occidental hace 4500 años, trayendo consigo tecnologías como la rueda o la domesticación del caballo, un lenguaje indoeuropeo del que provienen muchas lenguas modernas, así como la blancura de piel característica de los habitantes europeos modernos).

Según los análisis de los datos del genoma de casi 100 antiguos europeos, existe rastro de estos viajeros orientales en los genomas de casi todos los europeos contemporáneos.

El equipo encontró que en ese cambio de color de piel de los europeos hubo implicados tres genes diferentes que dan lugar a la piel clara, según las zonas, lo que implica una evolución en mosaico, según el lugar, a lo largo de esos ocho milenios.

Aunque los fósiles muy antiguos no guardan restos de piel, se presume que los humanos que salieron de África hace 40 000 años para llegar a Europa tenían la piel oscura, que es ventajosa en donde hay mucho sol. Y es una característica que perduró 31 500 años, pues cazadores y recolectores de ese periodo encontrados en España, Luxemburgo y Hungría no tuvieron en todo ese tiempo la palidez que nos proporcionan las versiones de los genes SLC24A5 y SLC45A2.

Sin embargo, en el norte de Europa, donde hay poca luz, los cazadores-recolectores de casi el mismo periodo (hace unos 7700 años) eran ya muy distintos: siete individuos de un yacimiento al sur de Suecia ya tenían esas mutaciones genéticas de la piel blanca, e incluso uno más (la del gen HERC2/OCA2) que proporciona los ojos azules y el pelo rubio.

Fue por entonces que llegaron los primeros agricultores de Cercano Oriente, que también traían los genes de piel clara y poco a poco también en el sur comenzamos a ‘aclararnos’, aunque hasta hace 5800 años aún faltaba la mutación de un gen para ‘barrer’ definitivamente los rastros de piel oscura.

Los científicos también han encontrado explicación genética a la más baja estatura de los mediterráneos, respecto a los nórdicos. Afirman que con la llegada de los pastores esteparios, en el norte y centro de Europa se extendieron las variantes genéticas de estas poblaciones relacionadas con su mayor estatura, mientras que la selección hizo que en Italia y España, sobre todo en España, hace 6000 años, la esbeltez se contrajo debido, apuntan, a unas temperaturas más frías y a una dieta pobre.

De igual manera, en el mismo trabajo han confirmado que los cazadores-recolectores y los primeros agricultores europeos no podían digerir los azúcares de la leche hace 8000 años, pues carecían de la versión del gen (el LCT) que nos permite tomar este producto cuando somos adultos, una tolerancia que no llegó a Europa hasta hace 4300 años.

Las mutaciones genéticas han estado presentes en los seres vivos a lo largo de su existencia. Pero en el caso de los humanos ha estado vinculado no solamente a factores ambientales, sino también a los numerosos mestizajes que han experimentado desde sus inicios.

Migraciones y mestizajes

En su libro “Humanos, la extraordinaria historia del ser humano: migraciones, adaptaciones y mestizajes que han conformado quiénes somos y cómo somos”, el biólogo y genetista Lluis Quintana-Murci, especialista en genética de poblaciones e historia demográfica de la población humana, director de la Unidad de Genética Evolutiva en el Instituto Pasteur, de París, afirma que, desde el punto de vista genético, no se observan las diferencias claras y notables entre los diversos grupos humanos. Las diferencias individuales entre los genomas de dos humanos seleccionados al azar, cualquiera que sea su origen étnico o geográfico, son de unos tres millones de nucleótidos (sólo el 0,1%).

A su entender, la mayoría de las variaciones genéticas se observan dentro de cada una de las poblaciones (el 85 por ciento), y no entre las diferentes poblaciones humanas. Y agrega que esas variaciones interindividuales se deben a mutaciones antiguas aparecidas al inicio de la historia de la humanidad, cuando el tamaño efectivo de la población era reducido, y a que se han mantenido presentes en la mayor parte de las poblaciones humanas, aunque con frecuencias diferentes.

Esta evidencia genética lleva a Quintana-Murci a asegurar que el racismo no tiene base científica y descarta la existencia de grupos humanos diferenciados y completamente separados. De este modo, el racismo viene siendo una construcción únicamente social e ideológica, y no biológica.

Quintana-Murci refuerza la idea de que todos somos mestizos. Los mestizajes entre grupos de humanos antiguos durante el Pleistoceno (período que se extiende desde hace unos 2 millones de años hasta hace unos 10 000 años) eran habituales cuando sus caminos se cruzaban.

Pepe Cervera, periodista y biólogo, por su parte, dice que aunque aún desconocemos muchos detalles, hay algo seguro: ninguna reclamación de pureza genética o racial de ningún grupo humano actual tiene el más mínimo sentido biológico. No somos puros, nunca lo hemos sido, y en nuestras más profundas raíces biológicas somos todos mestizos descendientes de inmigrantes africanos.

En síntesis, en consideración a los flujos migratorios humanos del pasado y a sus diversos mestizajes todos y todas, en algún momento, hemos sido conquistadores, todos y todas somos mestizos y mestizas, todos y todas somos el producto de más de 200 000 años como especie, con unos 100 000 años de viajes y encuentros múltiples. Todos y todas venimos de África y, hasta hace 8000 años, todos y todas éramos negros y negras.

Los españoles que llegaron a América junto a Colón y en las décadas posteriores, actuaban en interés propio de las personas y centros de poder que financiaron esos viajes y esas excursiones.

Las matanzas de la conquista en América

Actuando exactamente igual que otros imperios de Occidente en sus conquistas (los acadios, persas, asirios y romanos en la Antigüedad; turcos, ingleses, portugueses, holandeses y franceses, entre otros, en la Edad Moderna), los españoles desarrollaron como una constante a través del proceso de ocupación de estas tierras, estrategias de terror que tenían una funcionalidad clave, necesaria y premeditada: minar la moral, atemorizar y conseguir la sumisión de millones de indígenas a un puñado de españoles con el deliberado propósito de explotar las riquezas americanas, empresa que, de otra forma, hubiera resultado más costosa.

Las matanzas de Higüey y Xaragua en La Española, la de Cholula en Nueva España o la de Cajamarca en el área andina, no respondieron ni a la casualidad ni a un capricho personal. También las amputaciones de miembros, así como la muerte a manos de perros lebreles o en la hoguera, fueron prácticas muy comunes y útiles para la disuasión de posibles resistencias. Como decía Fray Bartolomé de Las Casas, “matar ni robar indios nunca se tuvo en estas Indias por crimen”.

Esteban Mira Caballos, en un análisis titulado “Terror, violación y pederastia en la conquista de América: el caso de Lázaro Fonte”, dice que Nuño de Guzmán, Vasco Núñez de Balboa, y otros muchos, utilizaron frecuentemente las amputaciones de miembros. El primero, en Jalisco hacia 1530, cortó las narices y las manos a algunos indios, atándoselas al cuerpo para que llevasen el mensaje a los demás y supiesen lo que les ocurría a los que no querían obedecer. En Honduras, Andrés de Cereceda no encontró mejor forma de “amansar” al cacique Cicimba que cortar a varios de sus indios las manos “echándoselas al cuello”.

Siete años después, el trujillano Hernando Pizarro, tras el sitio de Cuzco, ordenó cortar los pechos a varias decenas de mujeres indígenas y la mano derecha a otros tantos hombres para a continuación liberarlos, consiguiendo de esta forma diseminar el miedo y la desmoralización. Y, por citar otro ejemplo concreto, en 1550 Pedro de Valdivia, tras vencer a un grupo de araucanos, mandó seccionar las manos y las narices a 200 de ellos.

En cuanto a los ajusticiamientos públicos, éstos eran, asimismo, otra herramienta fundamental. Nuevamente se trataba de viejas tácticas disuasorias y ejemplarizantes, utilizadas desde hacía décadas por la Inquisición en España. Para los casos menos graves y los de aquellos que decidían en última instancia recibir el bautismo, se reservaba la muerte por ahorcamiento, siempre menos dolorosa y temida que la hoguera. Nicolás de Ovando, en 1503, “salvó” de la hoguera a la bella cacica Anacaona, acusada de conspiración, para a continuación ahorcarla, dándole de esta forma una muerte más “digna” y acorde con su rango social. Nuevamente, en 1525 en Izancanac, supo Hernán Cortés de la conspiración que urdían varios caciques y los mandó ahorcar en público, lo cual bastó para disuadir a los demás conspiradores. Pero no todos tuvieron tanta suerte.

El 16 de junio de 1528 en León, Nicaragua, Pedrarias Dávila condenó a dieciocho indios a morir a manos de una jauría de lebreles que tenían “amaestrados para cazar indios”. En 1536 Manco Capac escribió una carta a Diego de Almagro “el viejo” en la que le pedía encarecidamente “que por amor de Dios no le quemasen, ni aperreasen, que es muerte entre indios muy aborrecida, sino que le ahorcasen porque feneciese presto”.

A miles de kilómetros de distancia, sin apenas mujeres blancas y con decenas de miles de indias en condiciones de esclavitud o al menos de servidumbre, la violación contra las mujeres fue algo absolutamente habitual.

Al regreso de Colón a Europa en su primer viaje, dejó a algunos de los españoles en el fuerte Navidad, a cargo del capitán Diego de Arana. Todos los indicios apuntan a que se dedicaron a robar y a violar a las mujeres indígenas que encontraban. Según el padre Las Casas, aquellos españoles fueron asesinados porque “comenzaron a reñir y tener pendencias y acuchillarse y tomar cada uno las mujeres que quería y el oro que podía haber, apartándose unos de otros”. Pocos años después, entre 1497 y 1498, fueron Francisco Roldán y los suyos quienes se dedicaron a forzar indias en las sierras de La Española, entre ellas la mujer de Guarionex, cacique de Magua. Los mismos dominicos afirmaron reiteradas veces que los mineros enviaban a los indios a sacar oro y, mientras, se “echaban” con sus mujeres, “ahora fuesen casadas, ahora fuesen mozas”; y, si el indio no traía todo el oro que esperaban, lo apaleaban, lo ataban y, como a un perro, lo echaban debajo de la cama mientras se acostaban con su mujer.

Todos estos comportamientos fueron justificados como «causas justas» de la guerra contra los indígenas basados en las doctrinas del Derecho Natural europeo, cuyos pilares eran la superioridad de los Estados europeos, la inobservancia de la ley natural por los indígenas, la predicación de la fe religiosa, y la preservación frente a la práctica de los sacrificios humanos. Pero esos comportamientos, también generaron numerosos episodios de resistencia indígena que han sido profusamente estudiados.

Este proceso de conquista dio lugar a regímenes virreinales y coloniales que resultaron en la asimilación cultural de la mayor parte de poblaciones indígenas, y su sumisión ante las potencias conquistadoras.

La única “superioridad” que realmente se podría atribuir a los conquistadores no residía en su color de piel, ni en su estatura, ni en alguna capacidad intelectual innata, ni en su modo de ver el mundo sino, entre otras cosas, en la capacidad de sus armas, en la forma en que asustaban a los indígenas con sus grandes caballos y sus rostros barbados, en el daño de los virus que portaban, en sus relativas ventajas tecnológicas, en el terror que infundían para reprimir la inconformidad y la resistencia de las comunidades aborígenes, en su capacidad más desarrollada de comunicación escrita, en sus estructuras administrativas y en el apoyo que recibían desde las coronas europeas.

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Ricardo Zambrana Godoy

Ricardo Zambrana Godoy

Licenciado en Ciencias Sociales, con estudios de Maestría en políticas económicas. Ha acompañado con su labor de investigación la acción política y formulación de propuestas de diversas organizaciones políticas y sociales de Nicaragua y Centroamérica.

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