9 de diciembre 2024
Más de medio millón de sirios murieron en 13 años de una guerra civil que nació para derrotar al dictador Bashar Al Assad, que abandonó Siria. Ese conflicto, estancando desde hace un lustro gracias a la participación activa de Rusia e Irán en favor de su sangriento aliado, encontró un giro dramático y abrupto en las últimas semanas, que condujo hasta la precipitación del régimen.
El diligente y sorpresivo avance de las tropas rebeldes encabezadas por el grupo islamista rebelde Hayat Tahrir al-Sham (HTS) en las principales ciudades del país, no pudo ser contenido por las tropas leales al dictador sirio, heredero de la dinastía nacida con su padre, Hafef Al Assad, hace más de 50 años.
Hayat Tahrir al-Sham -cuyo nombre significa Organización para la Liberación del Levante- nació en los inicios de la guerra civil siria, cuando los yihadistas formaron el Frente Al Nusra para combatir a las fuerzas del régimen con atentados terroristas.
Apenas 24 horas atrás, el jefe del HTS, Ahmed al-Sharaa dijo en un comunicado emitido en redes de Telegram: “Damasco los espera”. Utilizó por primera vez su nombre verdadero en lugar de su identificación de guerra: Abu Mohammed al-Jolani. Indicios de un futuro político. Al poco tiempo, habían capturado gran parte de la capital siria y tomado la principal estación de televisión estatal donde anunciaron la huida del déspota.
Esta vez, sin presos políticos
Su segundo acto fue otro símbolo: tomaron por asalto y rodearon rápidamente la célebre y lúgubre cárcel de Sednaya para liberar a quienes identificaron como “presos políticos” del régimen. En ese antro macabro, el Ejército de Siria cometía todo tipo de torturas y violaciones a los derechos humanos.
El golpe contra Al-Assad fue relámpago, aunque haya durado 13 años.
En la última semana, los rebeldes conducidos por Al-Sharaa, tomaron la histórica ciudad de Aleppo, luego Hama y más tarde Homs. Fueron tres devastadoras capturas que Al-Assad no pudo contener. Un efecto dominó que concluyó en Damasco.
Desde las protestas de la Primavera Árabe en gran parte de los países musulmanes con precariedad económica, Al-Assad había sido un brutal represor de estas manifestaciones. Lo que derivó en un surgimiento de grupos rebeldes que se alzaron en diferentes partes del país, generando también organizaciones yihadistas que sembraron terror en grandes poblaciones a las que nunca Damasco pudo contener.
Desesperado y percibiendo que el control del país se le escurría, Al-Assad tejió alianzas que le darían vida: Rusia, Irán y Hezbollah, fueron las columnas que salvaron su Gobierno. Era diciembre de 2015 cuando Moscú se hizo cargo de mantener a su viejo aliado en el poder. Para eso arrasó con poblaciones enteras, dejándolas en cenizas.
La guerra civil cobraba otro calibre y provocaba uno de los mayores éxodos de la historia moderna. Millones de sirios abandonaron su país y cruzaron la frontera con Turquía generando una ola inmigratoria en Europa y el resto del mundo sin precedentes. El gobierno turco comenzaría, lentamente, a involucrarse.
Pero el Kremlin -junto a Teherán y su brazo armado libanés, el ejército terrorista de Hezbollah- tomaron el verdadero control de Damasco manteniendo a raya a los rebeldes y agrupaciones extremistas. La narrativa rusa, siria e iraní se centró en decir que combatían grupos terroristas. Con eso también masacraban líderes opositores alzados en armas, incómodos para Al-Assad.
El error de Rusia e Irán
Una serie de movidas rusas e iraníes interrumpieron ese “equilibrio” que en los últimos seis o siete años se vivieron en Siria. El 24 de febrero de 2022, Vladimir Putin ordenó la invasión a Ucrania. Lo que creía que sería una operación fugaz, resultó en una guerra que ya lleva dos años y medio y una sangría incontable de muertes y recursos.
Irán y Hezbollah, por su parte, iniciaron un conflicto costosísimo contra Israel. Comenzó el 7 de octubre de 2023, cuando terroristas de Hamas masacraron y secuestraron a miles de israelíes. Eso llevó a Teherán a distraer recursos de Siria y ponerlo como una lejana prioridad. La subsistencia del régimen teocrático está en peligro.
Hezbollah, en tanto, sufrió una devastadora derrota contra Israel. Desde la detonación de radiomensajes hasta la eliminación física de su jefe, Hassan Nasrallah -y toda su planta jerárquica- fueron golpes de los cuales aún no pudo reponerse. Tampoco podrá recuperarse fácilmente de los bombardeos a su infraestructura militar en el sur y del control sobre la provisión de material bélico que fluía desde Irán.
Sin margen de maniobra y sin poder destinar más recursos en una guerra que nunca fue propia, los socios que alguna vez juraron lealtad eterna hacia Al-Assad y que usaron a sus anchas los recursos de su país dijeron “basta, hasta acá llegamos”. Soltaron la mano del amigo que colgaba del precipicio dejándolo caer sin ningún tipo de contención. Sólo un avión que lo alejara de una muerte segura.
Rusia, Irán y Hezbollah comenzaron una alianza con la Siria de Bashar Al-Assad que está llegando a su fin. Le sirvió al dictador para sobrevivir unos años más en el poder. Pero representa una lección para el resto de los déspotas del mundo: tarde o temprano, el final llega. Sin importar qué aliado esté al lado.
* Este artículo fue publicado originalmente en Infobae