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Sin democracia no necesitamos oposición

Necesitaremos oposición cuando el sistema democrático funcione. Hoy lo que necesitamos es democracia, ese es nuestro dilema

Por el temor a la repetición de ese fenómeno del caudillo autoritario

Gerardo González

29 de septiembre 2020

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Los problemas más acuciantes de los estudiosos del idioma son la vaguedad y la ambigüedad de esos símbolos de los que nos servimos para comunicarnos: las palabras; la misma palabra, palabra, evidencia estos problemas. El Diccionario de la Academia de la Lengua nos ofrece catorce acepciones para palabra, las que van desde: “unidad lingüística, dotada generalmente de significado…”, hasta, como interjección, ser útil para dar significado de valor: “para garantizar la verdad de lo que se afirma”.

¿Por qué esta primera reflexión? Porque hay palabras, (términos, voces, vocablos; podemos seguir y encontraremos no menos de quince sinónimos, 118 seudosinónimos y –extraño- ningún antónimo) que entran y salen de nuestros códigos comunicacionales; y que, en un momento determinado, adquieren un determinado significado para luego ralentizarse hasta perderlo u olvidarlo, incluso se acuñan palabras que solo tienen significado para ese momento histórico.

En nuestro hablar cotidiano actual, septiembre 2020, encontramos palabras tales como: crisis, coalición, ormu, abril, unidad, sequeda, golpista, dictadura, oposición, plomo, que tienen significados especiales, algunos de alcance universal, para todos significan lo mismo, y, otros, de alcance grupal, solo tienen sentido para el grupo que los usa. Por eso se hace necesario recurrir a definiciones conceptuales, para delimitar el objeto de cualquier debate.

Yo afirmo enfáticamente: ¡No necesitamos oposición! Esta afirmación, para servir de conclusión a un argumento, requiere que delimitemos, en las premisas, el concepto “oposición”, del que, dicho sea de paso, como palabra, la Academia de la Lengua, recoge ocho significados o acepciones de lo más disímiles.


La oposición, como concepto político, para existir, tener sentido y formar afirmativamente parte de la conclusión de un argumento, requiere que las premisas del mismo se desenvuelvan en torno a la democracia: solo hay oposición en los sistemas políticos democráticos, si no existe democracia, no es necesaria la oposición.

De las cinco acepciones de democracia que nos ofrece la Academia de la lengua, la penúltima dice: “Forma de sociedad que practica la igualdad de derechos individuales, con independencia de etnias, sexos, credos religiosos”. Antónimo de democracia: dictadura, sus elementos conceptuales: la negación de la igualdad y negación de derechos individuales. En un sistema en el que el Estado niega la igualdad y los derechos individuales, persigue al ciudadano, criminaliza la protesta, censura la libertad de pensamiento y opinión, legisla con interés persecutorio, no tiene sentido ni razón de ser la oposición. No existen sinónimos perfectos, alguna diferencia, aunque sea sutil, existe entre una palabra y otra, aunque en un contexto dado signifiquen lo mismo.

Si por oposición entendiéramos, simplemente, actitud del grupo o grupos que se oponen, adversan y enfrentan al grupo que detenta el poder, podríamos afirmar con rotundidad que tenemos una robusta, saludable, pluralista y beligerante oposición; pero si delimitamos el concepto y lo definimos como la existencia de un grupo o grupos que en el contexto de un sistema democrático, basado en la igualdad ciudadana y el irrestricto respeto de garantías y derechos, se organiza y se enfrenta por los cauces institucionales, con un proyecto político distinto del grupo que, organizado y por la voluntad ciudadana mayoritaria, escrutada con transparencia y legítimamente, administra y dirige el Estado, la conclusión es diametralmente opuesta: ¡No hay oposición, porque no hay democracia!

Necesitaremos oposición cuando el sistema democrático funcione… y la tendremos, porque es connatural de la democracia. Hoy lo que necesitamos es democracia, ese es nuestro dilema.

Abril, es otra palabra de nuestro léxico que tiene sentido universal, significa, para todos, explosión social; para Ormu y su grupo, promovida por puchitos vandálicos y golpistas; para mí, que no represento a nadie ni pretendo hablar por otros, fue el clímax del agotamiento provocado por una represión sistematizada de la ciudadanía desafecta; un sentimiento de inseguridad general, y generalizado; la negación de garantías y derechos ciudadanos; el desprecio al medio ambiente, nuestro hábitat; y, la corrupción como sistema que impide el desarrollo personal y social. Hay un adagio que advierte sobre la finitud del sufrimiento: “No hay mal que dure cien años…”.

Abril no fue la expresión de la oposición política en un sistema democrático; fue, al decir de Elias Caneti, Premio Nobel de Literatura, 1987, la masa abierta “que de pronto aparece donde antes no había nada… Se piensa que el movimiento de unos contagia a los otros, pero no es sólo eso, falta algo más: tienen una meta… existe mientras crece… Su desintegración comienza apenas ha dejado de crecer”.

Lo esencial reside en identificar cuál era la meta de esa masa abierta que apareció “donde antes no había nada”; y si mi análisis es correcto, -disculpen la primera persona, pero hablo solo por mí-, esa meta estaba marcada por dos mojones complementarios y equipolentes: justicia y democracia. Como masa abierta dejó de crecer luego del desahogo y, en consecuencia, a desintegrarse, no por el hecho de que la meta se haya alcanzado, sino como resultado de muchos factores concurrentes, entre ellos, podemos identificar la resaca que produce, en los sujetos que intervienen en ella, la catarsis de la masa; el terror desatado contra la masa dislocada por el grupo detentador del poder; y, la racionalidad, oportuna y oportunista, de quienes no participaron del arrebato social (furor, éxtasis), pero entraron al arrebato (acción de arrebatar, quitar con fuerza), para traducir la meta de la masa abierta, en consignas de grupos que, a partir del cálculo de las consecuencias, en desgaste y desprestigio, que la explosión social produjo en el grupo detentador del poder, entrar, en nombre de la masa, ya desintegrada de forma natural, a hablar y a legitimar las instituciones dictatoriales como democráticas, para presentarse como la oposición democrática de una dictadura… ¿democrática?

Los racionales desarrebatados arrebatadores pretenden, además, dictatorialmente, que toda la sociedad, en abril arrebatada, dé forma orgánica a lo que fue, en su momento, la masa abierta clamando por justicia y democracia y, bajo consignas, que pretenden sean tenidas, por todos, como traducción auténtica de las metas que desataron a la masa en explosión, configuren una unidad opositora, al estilo de 1990 que arrebate el poder al grupo Ormu, pero garantizando que todo siga igual, en consecuencia, la discusión de estos grupos se centra en las elecciones y su organización. ¿Acaso la democracia nace de las elecciones? ¡No!: Las elecciones resultan de la democracia y no a la inversa; es cierto que, en un sistema democrático, las elecciones son su dínamo y la oposición su energía; pero, si el sistema no es democrático las elecciones tampoco lo son y la oposición no pasa de ser comparsa. ¿Acaso a 1990 no le siguió 1995 con una reforma constitucional hecha con nombres y apellidos, para que unos si pudieran y otros no jugar al poder?; ¿acaso a 1990 no siguieron 15 años de “gobernar desde abajo?; ¿acaso a 1990 no siguió 2006? ¡Seguimos jugando el mismo juego!: ¿Acaso no es hora de cambiar la naturaleza del juego?

Lo mejor de abril fue su carácter cívico y demostró viabilidad, lo que pasó es que todos nos quedamos sorprendidos de la potencia desatada, luego vinieron los cantos de sirena y el terror. Las dictaduras, definitivamente, no se derrotan con elecciones, ni las democracias se construyen con reformas electorales. ¡La dictadura debe caer y un nuevo Estado debe constituirse!

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Gerardo González

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