20 de septiembre 2023
Cuando acuñé el acrónimo BRIC en el 2001, mi punto principal fue que la gobernanza global tendría que ajustarse para incorporar a las economías emergentes más grandes del mundo. No solo Brasil, Rusia, la India y China encabezan la lista de esa cohorte; también eran colectivamente responsables de gobernar a cerca de la mitad de la población mundial. Era lógico que estuvieran representados de manera acorde con esta realidad.
Durante las últimas dos décadas, algunos han malinterpretado mi artículo inicial como una especie de tesis de inversión, mientras que otros lo han interpretado como un respaldo a los Brics (Sudáfrica se agregó en el 2010) como grupo político.
Pero nunca tuve la intención de hacer tal cosa. Por el contrario, desde que los ministros de Relaciones Exteriores de Brasil y Rusia propusieron la idea de crear una agrupación política formal BRIC en el 2009, he cuestionado el propósito de la organización, más allá de significar un gesto simbólico.
Ahora que los Brics han anunciado que sumarán seis países más —Argentina, Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos— vuelvo a plantear la pregunta. Después de todo, la decisión no parece haberse tomado basándose en ningún criterio objetivo claro, y mucho menos económico. ¿Por qué, por ejemplo, no se preguntó a Indonesia? ¿Por qué Argentina y no México, o Etiopía y no Nigeria?
Es evidente que el poder simbólico de los Brics crecerá. El grupo ha podido aprovechar la sospecha del sur global de que las organizaciones de gobernanza global posteriores a la Segunda Guerra Mundial son demasiado occidentales.
En ocasiones, ha podido presentarse como la voz del mundo emergente y en desarrollo, categoría que por supuesto excluye a Estados Unidos y otras economías avanzadas. En la medida en que ha recordado a todos que la estructura de las instituciones internacionales no refleja los cambios económicos globales de los últimos 30 años, ha tenido éxito.
Es cierto que en términos de paridad de poder adquisitivo los Brics son ligeramente más grandes que el G7. Pero, debido a que sus monedas se negocian a precios muy por debajo de los niveles implícitos en la PPA, el grupo sigue siendo significativamente más pequeño que sus pares de las economías avanzadas, cuando se mide en dólares estadounidenses nominales actuales.
También es cierto que China se ha establecido firmemente como la segunda economía más grande del mundo. En términos nominales, su PIB es más de tres veces mayor que el de Japón y Alemania, y alrededor del 75 % del tamaño de Estados Unidos.
Mientras tanto, la India creció rápidamente y ahora busca convertirse en la tercera economía más grande para fines de esta década. Pero ninguno de los otros Brics ha tenido un desempeño tan bueno como estos dos. De hecho, Brasil y Rusia representan aproximadamente la misma proporción del PIB mundial que en el 2001, y Sudáfrica ni siquiera es la economía más grande de África (Nigeria la supera).
Por supuesto, algunos miembros del G7 están en el mismo barco. Italia y Japón apenas han registrado crecimiento durante muchos años, y el Reino Unido también ha estado pasando apuros. Así como China domina los Brics a fuerza de tener el doble de tamaño que todos los demás juntos, Estados Unidos es ahora más grande que el resto del G7 combinado.
Estados Unidos y China dominan sus respectivos grupos incluso más que en el pasado. Lo que estas dinámicas sugieren es que ni el G7 ni los Brics (ampliados o no) tienen mucho sentido para abordar los desafíos globales actuales. Ninguno de los dos puede hacer mucho sin la participación directa e igualitaria del otro.
Lo que el mundo realmente necesita es un G20 resucitado, que incluya a los mismos actores clave, y a otros. Sigue siendo el mejor foro para abordar cuestiones verdaderamente globales, como el crecimiento económico, el comercio internacional, el cambio climático o la prevención de pandemias.
Aunque ahora enfrenta desafíos considerables, todavía puede recuperar el espíritu del 2008-2010, cuando coordinó la respuesta internacional a la crisis financiera global. En algún momento, Estados Unidos y China tendrán que superar sus diferencias y permitir que el G20 regrese a su posición central.
En cuanto a los Brics, el grupo podría ser más eficaz, en los márgenes, si los miembros clave realmente quisieran perseguir objetivos compartidos. Pero China y la India rara vez se ponen de acuerdo en algo y, dada su relación bilateral actual, es probable que ninguno de los dos esté entusiasmado con que el otro gane más influencia en instituciones globales clave (a menos que estén igualmente equilibradas).
Dicho esto, si China y la India pudieran resolver sus disputas fronterizas y desarrollar una relación constructiva más estrecha, ambos países saldrían beneficiados, al igual que el comercio mundial, el crecimiento económico global y la eficacia de los Brics. China y la India podrían cooperar en muchas áreas y de maneras que influirían en los otros Brics y en muchos otros en todo el sur global.
Un gran problema es el dominio del dólar estadounidense. No es especialmente saludable para el mundo ser tan dependiente del dólar y, como corolario, de la política monetaria de la Reserva Federal de Estados Unidos.
La introducción del euro podría haber disminuido el dominio del dólar si los Estados miembros de la eurozona hubieran acordado permitir que sus instrumentos financieros fueran líquidos y lo suficientemente grandes como para atraer al resto del mundo.
De manera similar, si alguno de los Brics —especialmente China y la India— emprende reformas financieras significativas para lograr ese objetivo, es casi seguro que sus monedas se usarían más ampliamente. Pero si continúan limitándose a quejarse del dólar y a reflexionar en abstracto sobre una moneda compartida de los Brics, es poco probable que logren mucho.
Publicado en Project Syndicate.