31 de marzo 2021
A medida que nos acercamos a la fecha de los comicios electorales se levantan las voces de la claudicación, que incitan a participar –sí o sí- en las elecciones bajo las condiciones establecidas por la dictadura. A sabiendas que Ortega, por medio del fraude, se asegura disponer de una aplanadora suficiente en el Congreso para aprobar incluso cambios constitucionales, y se asegura la discrecionalidad para asignar los curules, quitándolos luego según su voluntad del momento.
A ello, a la participación en el fraude, el editorialista de La Prensa, en la edición del 30 de marzo, le llama “inteligencia y sofisticación política”. A la denuncia del fraude le llama, en consecuencia, “política rudimentaria”. Hace un proceso de trastrocamiento similar al que usa Murillo para calificar inversamente la realidad. Por lo cual, el editorialista dice que aquí se apuesta a jugar sólo cuando existe la posibilidad de ganarlo todo. Y se desprecia como colaboracionismo la conquista de parcelas de poder para luchar desde abajo.
Estas son las tesis que convienen a Ortega. El colaboracionista se presta a dar la idea de pluralidad a una dictadura que reduce toda participación en puestos estatales (aún de sus partidarios) a la impotencia absoluta. Las parcelas de poder, para luchar desde abajo, existen sólo si la movilización independiente de las masas consigue victorias tácticas en los enfrentamientos con Ortega. Pero, esta es la esencia de la política que el editorialista llama “rudimentaria”.
Cuando Ortega puede inhibir candidatos a voluntad, quitar la personalidad jurídica a cualquier partido, y dársela a cualquiera, y eliminar el curul a cualquier cantidad de diputados, ¿qué es lo que este editorialista de La Prensa define como “parcelas de poder” para luchar desde abajo con una política sofisticada e inteligente?
Para que su tesis de la “parcela de poder” funcione bajo el orteguismo, el editorialista deberá definir un nuevo concepto de “lucha” y un nuevo concepto de “inteligencia”, y un nuevo concepto de “poder”. Deberá definir el comportamiento requerido, bajo el orteguismo, para que los diputados que perdieron su curul no lo perdieran, y para que los partidos que perdieron su personalidad jurídica no la perdieran. Y para que quienes han perdido sus propiedades, o su libertad, o su vida, no la perdieran. ¿Cuál es la relación de poder en esas “parcelas de poder” acomodaticias, sometidas a la dictadura?
La Fundación Arias realizó el 25 de marzo un conversatorio denominado “La Crisis en Nicaragua y el papel de la Comunidad Internacional”, en el cual participaron, entre otros, el ex eurodiputado español Ramón Jáuregui, y Cynthia Arnson, del Centro Wilson de Estados Unidos. Y es dicho conversatorio el que sirve de inspiración al editorialista de La Prensa.
Jáuregui expresó que, “visto que Ortega no va a convocar a elecciones libres, la oposición nicaragüense debe participar en dichas elecciones amañadas para ocupar “parcelas de poder”, desde las cuales presionar por la negociación de acuerdos para una transición pacífica a la democracia. Si la oposición no se presenta a las elecciones este año, el 18 de abril muere… Si no se somete al veredicto de las urnas… se diluye”.
Nadie conquista parcelas de poder en un proceso electoral amañado. Todo poder está referido a correlación de fuerzas. El fraude consiste, precisamente, en invalidar con el poder represivo la correlación de fuerzas sociales adversa a la dictadura. ¿Ortega concede parcelas de poder para que lo presionen? Así no funciona la dictadura. Concede prebendas, puestos virtuales, no cuotas de poder. Hay cuarenta años de experiencia que revelan que es Ortega quien presiona, y que no pueden presionar de forma alguna quienes acceden a puestos estatales bajo las reglas de Ortega. ¿Por qué no decir que Ortega concede parcelas de colaboracionismo, desde las cuales se pueden negociar acuerdos? Obviamente, el ritmo y el contenido de tales acuerdos los determina quien concede el rol al colaboracionista (a quien el pueblo, por tal rol sumiso, llama zancudo).
Hablar de transición pacífica a la democracia, en estas circunstancias, parte de la falsa consideración que la dictadura desee la democracia, cuando todo indica lo contrario, que ha recrudecido la dictadura aumentando las fuerzas represivas, legislando en consecuencia (contra el estado de Derecho) y organizando un proceso electoral bajo estado de sitio, sin reformas electorales ni supervisión internacional. La dictadura no apunta a una transición democrática, sino, a un nuevo ciclo de legitimación de la dictadura policíaca. Para lo cual, es útil que el colaboracionismo llame a su cohabitación obediente “parcelas de “poder”.
Cynthia Arnson opinó en el conversatorio que las fuerzas opositoras deben participar en las elecciones de noviembre con un solo candidato presidencial. La política de sanciones económicas, individuales, dijo Arnson, las denuncias, resoluciones del Congreso, la OEA, han producido exactamente cero.
Para Arnson la dictadura orteguista es un caso perdido. Participar en las elecciones es una forma de sobrevivir en una pecera, para que alguien vea a la oposición en el Congreso como a un ejemplar de algún pez zancudo.
Juan Sebastián Chamorro, precandidato solitario, sin apoyo de la Alianza Cívica, ni de nadie más, dijo a LA PRENSA, el lunes 29 de marzo, que ante la posibilidad de que las reformas electorales de Ortega sean “cosméticas y a su medida”, él cree que la oposición debe participar, así sea para demostrar un posible fraude.
Algo pasa con Chamorro que razona a saltos, sin coherencia entre dichos saltos. Si las reformas electorales son a la medida de la dictadura, el fraude es una realidad no una posibilidad, y se demuestra, precisamente, por el contenido de tales reformas en un contexto de control dictatorial de la sociedad. Participar en tal proceso amañado, no demuestra el fraude, sino, que demuestra que la tal oposición carece de alternativa de lucha contra la dictadura, y que decide plegarse a ella por principio claudicante. Su claudicación no es la que demuestra el fraude, sino, que demuestra que dicha oposición estaba diseñada únicamente para claudicar.
Chamorro no dijo que en las elecciones fraudulentas se obtengan “parcelas de poder”. Sin embargo, el editorialista le alaba, simplemente porque llama a claudicar frente a la dictadura por la razón que sea.
Jáuregui, que no tiene noción de lo que dice, dice: “si la oposición no se presenta a las elecciones este año, el 18 de abril muere… Por el contrario, el 18 de abril se ha gestado de estudiantes, de agricultores, de organizaciones, de movimientos sociales, intelectuales, universidades… tiene que cuajar, porque esa oposición nunca se ha sometido al veredicto de las urnas… y esto tiene que materializarse, si no lo hace, se diluye”.
Cada cosa engendra su semejante, y así, ¿qué podría engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, -dirá Jáuregui-, si no la historia absurda de convertir la Rebelión de Abril en parcelas de poder? Sometiendo tal rebelión al veredicto de las urnas para que no se diluya o muera. Veredicto, por cierto, no propio de las urnas, sino, del fraude orteguista que presta su voz falsa a las urnas.
La oposición tradicional siempre se ha sometido al veredicto de Ortega. Abril quiso someter a Ortega al veredicto de la nación. He ahí la nueva forma de hacer política. Ello es lo que tiene que materializarse antes que abril, como enseñanza combativa, se diluya o muera.
Abril va por su cuenta, independiente de la oposición tradicional. Es una forma de conciencia combativa. Por ello, el 62 % de la población, que no va con ninguna corriente tradicional, rechaza abiertamente a la oposición tradicional, y a su afán de buscar falsas parcelas de poder colaborando con el régimen en legitimar las elecciones fraudulentas. Para el régimen, estas elecciones, necesariamente fraudulentas, podrían darle la oportunidad de superar la crisis, si la oposición tradicional colabora en ello, sometiéndose en el fraude (supuestamente con las banderas de abril). Exactamente, como sugiere Jáuregui.
Afortunadamente, la Rebelión de Abril corresponde a una formidable enseñanza de política combativa, independiente, a la que gente como el editorialista de La Prensa llama “rudimentaria”. Otro personaje, a la lucha de abril que le disputó el poder a Ortega en las calles, le llamó “bullaranga”. Y otro personaje más, cree que él es el candidato del momento por su carácter “tranquilo”. A todo el que desea coexistir con la dictadura la lucha de las masas por la libertad le parece ruda, bulliciosa, perturbadora. Al pueblo, en cambio, abril le trajo una bocanada de aire fresco, un aliento para luchar hasta salir de la dictadura.
*Ingeniero eléctrico.